Estos hombres cobran por hacer los recorridos por el parque, pero cada uno da un porcentaje de lo que gana para comprar bolsas y el material de limpieza. Lo hacen para que este reservorio de agua dulce y salada no desaparezca en el tiempo

Mabel Sarmiento Garmendia/@mabelsarmiento

Nueva Esparta. Cuando uno visita un parque o monumento nacional lo más normal es encontrarse en las instalaciones al personal de Inparques o del Ministerio del Ambiente, dando instrucciones para el uso y conservación de los espacios. Pero eso no ocurre en la Laguna de la Restinga, parque nacional ubicado en Margarita, estado Nueva Esparta.

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La afluencia de turistas bajó según los operadores del lugar.

Ciertamente la entrada al parque tiene un arco con el logo de Inparques. Dice puesto de visitantes El Indio y en la caseta no hay ni la sombra de algún funcionario. Cerca del embarcadero hay unas oficinas donde está el libro de asistentes y el stand que coloca el Ministerio del Turismo, pero no hay más nada oficialmente hablando.

Toda la instrucción en torno al parque, los comercios y los recorridos corren por cuenta de los lugareños de la laguna.

Entre ellos se encuentra el señor Diomenes Marcano. Un hombre sencillo y de poco hablar, pero que conoce de punta a punta toda la laguna, sabe dónde crece, dónde hay sequía, cómo cambia la vegetación y si hay fauna enferma.

Marcano no solo hace el recorrido turístico por la zona. Y aunque cobra su tarifa dependiendo del tiempo del recorrido, se dedica a la conservación de este reservorio.

En total son 93 lancheros, muchos de los cuales están en la laguna desde que se creó como parque nacional el 6 de febrero de 1974.

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Cerca de 200 canales y túneles hay en este reservorio.

Con el paso del tiempo formaron una asociación para, no solo hacer los traslados, sino para garantizar el mantenimiento incluso de los baños.

“Inparques ha querido sacarnos y nos ha pedido que paguemos un monto por estar aquí, pero nosotros no queremos funcionar de esa forma, porque al salir nosotros de aquí la laguna desaparece”, dijo Diomenes.

Estos hombres se encargan de cuidar 10 mil 700 hectáreas de la laguna. Cada uno da un aporte mensual para crear  un fondo que sirve para comprar las bolsas para la basura y todo el material de limpieza.

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Cobran por los paseos, pero cada uno da un aporte para el servicio de mantenimiento

Ellos se encargan de retirar los árboles caídos, la vegetación que obstruye el paso, de ver si hay pájaros enfermos y cuidan que los visitantes no arrojen basura y hagan buen uso de la laguna. “Un trabajo que deberíamos hacer con la ayuda del Estado, pero no es así”.

Marcano dijo que la situación actual no es la mejor. Cada día hay menos turistas. “Nos cuadramos por turnos para que todos podamos tener ingresos. A veces hacemos dos recorridos y no es fácil sostener las lanchas, los motores salen caros y cuando se dañan hay que comprar los repuestos. No tenemos ayuda de ningún ente, pero aun así procuramos que la laguna esté en buen estado. Lo hacemos por el bien del parque y por los que viven alrededor de este reservorio. Es una lástima que otros que no sienten amor por el parque vengan y se instales y destruyan lo que la naturaleza nos dio”, dijo.

El trabajo que hace esta asociación no tiene hora ni fecha en el calendario, como dicen popularmente. Y cuando no están recorriendo los canales y manglares, revisando que todo está bien, ayudan a la gente del dispensario con material para trabajar.

“Tratamos de colaborar con la comunidad, pues hay muchos problemas y entre nosotros debemos ayudar”, acotó.

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Este parque nacional está custodiado por los lugareños

Actualmente la laguna  tiene más de 2.300 hectáreas de mangles y cerca de 200  canales, veinte de ellos abiertos al visitante. Según Marcano hay dos largos (uno de más de 6 kilómetros y otro de 10 kilómetros) cubiertos con una densa vegetación y bosques de raíces espinosas que merecen especial protección.

Otros lancheros denunciaron que hay intentos de hacer nuevas construcciones dentro del parque. “Pero eso es una violación de la normativa vigente de protección de los manglares. Por eso nosotros nos mantenemos aquí, no queremos que este reservorio de agua salada y dulce se abandone, por falta de una política seria de conservación y de desarrollo turístico”, acotó uno de los lugareños.

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Solo una veintena de pasos están disponibles al público.

Fotos Jota Díaz


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