El pasillo donde está la Cromointerferencia de Carlos Cruz-Diez a diario es testigo de las despedidas, de los abrazos y llantos infinitos y de miradas de angustia de las madres que ven partir a sus hijos.

Caracas. Hace más de 15 años quien pisaba la Cromointerferencia de color aditivo de Carlos Cruz-Diez en Maiquetía notaba que los viajeros estaban alegres porque visitarían nuevos países y conocerían otros lugares, pero hoy quienes abordan los aviones se van del país y quizá no vuelvan jamás.

La mayoría de los pasajeros que abordan un avión son menores de 25 años. Se les ve despidiéndose de sus padres y demás familiares con largos abrazos y llantos que no se detienen. Muy pocos hablan sobre su nueva travesía con entusiasmo, en cambio, refieren que se marchan en busca de un futuro mejor. Atrás dejan sueños y proyectos de vida.

“Es una tragedia que gente joven se vaya de Venezuela porque su país no le ofrece los medios para ejercer una profesión que estudió por muchos años”, sentenció Félix Barbero, un señor de la tercera edad que esperaba sentado para hacer el chequeo de su vuelo Caracas-Madrid.

Barbero viajaba por compromisos personales, pero veía cómo unas familias compartían y se tomaban las últimas fotos con sus allegados. Se trataba de dos muchachos menores de 25 años que iban a subir al vuelo con escala en Bogotá y su destino era Santiago de Chile. Ambos, profesionales en Informática graduados en Venezuela.

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“Son muchos los sentimientos encontrados. Nos invade la tristeza porque se van, pero al mismo tiempo la alegría porque uno sabe que están más seguros allá afuera”, comentó la madre de uno de los dos chamos.

“Mi hijo se va por la inseguridad, inflación, injusticia, baja expectativa de vida para los jóvenes, crisis económica, son tantas cosas”, argumentó Elena —nombre ficticio— al borde del llanto, mamá de otro de los muchachos que se iba al país sureño.

Elena afirmó que no se debe ser pesimista, pero que la situación del país cada día va cerrando puertas y más a los jóvenes que están saliendo de una universidad con su título en mano. “Todavía hay campo de trabajo pero es muy limitado. El problema es que a uno le toca sobrevivir. Una persona no puede vivir con un sueldo mínimo”, destacó.

Héctor —nombre ficticio—, oriundo de Maracaibo y graduado como ingeniero mecánico en la Universidad del Zulia, con sus 23 años también se subió a un avión rumbo a Bogotá, desde el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar. Solo estaba acompañado por dos primas que viven en Caracas.

“No quiero hablar de eso, se me corta la voz”, así de tajante fue la respuesta de Héctor, quien continuó caminado hacia la puerta de abordaje.

Se va y no sabemos si vuelve, acotó Marisol Moreno, su prima, pues está en busca de un mejor futuro y aquí las opciones son muy pocas.

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Los abrazos son interminables. Las madres no saben si sus hijos regresarán.

Cruda realidad

Recientemente, la Universidad Simón Bolívar (USB) aplicó una encuesta a 1.200 alumnos que están en distintas áreas de la Medicina, Ingeniería y otras carreras científicas sobre la situación del país. La muestra abarcó también a estudiantes de la Metropolitana, Universidad Central de Venezuela (UCV) y la USB.

Iván de la Vega, investigador sobre emigración de profesionales, explicó que los muchachos están preocupados por la crisis país, la inseguridad, el desabastecimiento y por la imposibilidad de su inserción en el mercado laboral y social.

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En estos momentos, se está tabulando la totalidad del cuestionario, pero de La Vega adelantó que entre 63 % y 82 % de esos jóvenes tiene la intención de migrar.

Fotos: Cristian Hernández


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