Doris Barreto es una luchadora social que en estos últimos 15 años ha vivido, participado y gozado de la transformación de esta comunidad.

Caracas. Hace una década vivir en Catuche era estar en medio de las disputas entre malandros, que imponían sus leyes y sus fronteras.

Del sector La Quinta no se podía pasar a El Portillo. Las bandas que dominaban esos barrios no se veían ni en pintura y cuando lo hacían era seguro que dirimían sus conflictos a balazos.

En agosto de 2007 se produjo una de las confrontaciones armadas más fuertes que los vecinos de Catuche recuerdan. En esa acción resultó muerto un joven de 18 años y fue allí cuando los mismos vecinos se movilizaron en pro de la paz y la convivencia.

Quien propuso esa movilización fue la madre de la víctima. Ese era el segundo de sus hijos que caía de forma violenta.

Ya en el barrio desde los 80 se gestaba un movimiento cristiano de la mano de los jesuitas y materializado por las acciones sociales y educativas de la organización Fe y Alegría.

Doris Barreto era una de las caras visibles de este movimiento y a ella llegó la mamá con su duelo: “Me pidió que quería convocar a las mujeres del barrio para que se acabara la violencia. Le dije que sí y nos organizamos. Los de La Quinta no podían pasar a El Portillo y viceversa. Y logramos reunirlas”.

La mayoría de las que acudieron al encuentro que se desarrolló en el centro comunitario de Fe y Alegría, ubicado en La Quinta, eran madres y familiares de los jóvenes involucrados en las cadenas de venganza.

“Eran 12 jóvenes de una banda y otros más de la otra. Ese primer encuentro estuvo lleno de tensión por la amplia historia de enfrentamiento y pérdidas sufridas en las familias de ambos sectores. En mi rol de mediadora tenía miedo de que ocurriera algo fuera de lo normal. Decidimos controlar a las personas que darían sus testimonios y al final las mujeres se dieron cuenta de que padecían los mismos sufrimientos por las vidas de sus hijos. Pero fue tan importante que de allí salió un acuerdo de convivencia y, posteriormente, se formaron Comisiones de Paz”.

Cada grupo de mujeres por separado se fue a sus sectores y convocó a asambleas con los muchachos de las bandas. “Pero lo mejor de todo es que esos mismos jóvenes veían a sus familiares trabajar codo a codo para restablecer la paz en Catuche.

“Tan es así que en casi una década no ha salido un muerto más de esta zona y no se escuchan tiroteos, por lo menos entre La Quinta y El Portillo. Lamentablemente muchos murieron pero hay unos que lograron seguir adelante. De hecho hay un joven que siguió estudiando y ahora quiere ingresar a estudiar Derecho”.

Las comisiones de paz, coordinadas por Fe y Alegría, diseñaron un modo de funcionar: convinieron que se reunirían cada ocho días (cada una por separado) y luego juntas una vez al mes. Si había una emergencia lo hacían de inmediato. Así funcionaron por casi cinco años seguidos.

Ahora, según Barreto, funcionan a media máquina. “Pero aún así las normas y la tranquilidad en el barrio se mantienen. Se recuperó por completo la movilidad de una zona a la otra, nadie se amenaza y nadie saca una pistola”.

La orientadora, quien ahora coordina el centro comunitario, recordó que la primera semana que ella llegó al lugar promovida por el padre jesuita José Virtuoso, decía los buenos días cuando pasaba entre los malandros.

“No me contestaban y eso me daba un poco de miedo. Pero luego uno de ellos -eso no se me olvida- me dijo que la gente de Fe y Alegría los miraba por encima del hombro. Y allí empecé a dialogar con ellos. Entraban al centro, incluso con sus pistolas, los padres de los niños que venían aquí se molestaron, pero nosotros no podíamos darles la espalda. Me gané su confianza con el paso del tiempo. Ellos me decía que yo era pura paz y les contestaba que me gustaba el diálogo”.

Foto Cheché Diaz
“Los valores no se pierden. Es como si a uno se le olvidara su primer año”.

El diálogo, esa es la palabra clave para el proyecto de convivencia que se da en Catuche, una comunidad que casi desaparece del mapa tras la tragedia de 1999,  que afectó a más de 500 familias y de las cuales aún 199 esperan por una casa digna.

Ahora la señora Doris, quien ya no vive en Catuche, pasa los días en el barrio de psicóloga, de maestra, de mediadora, de misionera. “Hay días que voy a visitar las casas para leer la biblia, para hacer reuniones vecinales, para ayudar a alguien por un problema de salud. Esto es lo que me gusta hacer y por eso nunca me gustó la formalidad del matrimonio, me gusta sentirme libre para hacer esta labor”, contó la mujer madre de dos hijos, pero luchadora social a tiempo completo.

El proyecto de acuerdos de paz de este sector se ganó recientemente el Premio de Derechos Humanos que otorga la embajada de Canadá.

Fotos: Cheché Díaz


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