El expugilista de 28 años dirige la escuela de boxeo El Tucán que funciona en el Gimnasio Vertical El Dorado de la parroquia mirandina y sirve a niños y jóvenes de la comunidad.

Cristóbal Naranjo/ @cristobnaranjo
Caracas. Alexander Guerra soñaba con ser campeón mundial de boxeo, pero un accidente automovilístico cuando estaba cerca de firmar un contrato en Panamá truncó prematuramente su carrera. No obstante, el merideño de 28 años de edad encontró en la formación de nuevos talentos la manera de mantener vivo ese anhelo.

Guerra dirige desde hace tres años la escuela El Tucán, ubicada en el Gimnasio Vertical El Dorado de Petare, que recibe mayoritariamente a niños y jóvenes de las comunidades mirandinas. ¿El principal requisito para inscribirse? Adaptarse a las normas y a la disciplina.

“Les exijo a los muchachos que no pueden dejar los estudios porque para ser un campeón, el boxeador tiene que saber cómo va a manejar el dinero”, apunta Guerra en una esquina cercana al cuadrilátero, al que muy de vez en cuando observa con un dejo de nostalgia.

“A veces me llegan 35 o 40 chamos y de ese número me quedan 15 o 10 que son los que se adaptan a la disciplina y son los que van a llegar a lograr sus metas. Hay otros chamos que no tienen esa fortaleza”, señala el entrenador que recibe un pago de la Alcaldía de Sucre por su labor formativa.

Pero la exigencia de Guerra no se limita a sus dirigidos. Como adiestrador es autocrítico e intenta ser el primero en mantener una buena conducta dentro y fuera del gimnasio. “Yo no bebo y no ando por allí trasnochándome para darle el mejor ejemplo posible a los muchachos. Siempre trato de aprender más de lo poquito que sé. Hay que saber enseñar para poder hacer campeones”, resalta.

Como un padre
A los pequeños de entre 10 y 15 años que entrenan en la academia se les ve llegar casi siempre sin la compañía de sus padres. Y en las competencias también se nota esa ausencia, lo que supone una responsabilidad adicional para el expeleador, más allá de la enseñanza del guanteo y los principios básicos para desenvolverse en el ring.

“En ocasiones los niños llegan y no reciben un apoyo más formal de sus padres. Esto es una carrera más y yo les digo a los representantes que tienen que respaldar a sus hijos si quieren mantenerlos alejados de los vicios”.

“Muchas veces hago el papel de todos esos padres que no están. Les doy ánimo, les digo por mi experiencia cómo deben caminar, cómo comportarse y cada día trato de tener un poco más de conocimiento para poder enseñarles a ellos”, agrega Guerra y seguídamente hace una crítica, quizás con la mira puesta en otra de sus metas: llegar a ser entrenador de la selección nacional de boxeo.

“En el Instituto Nacional del Deporte hacen mal trabajo porque allí nadie supervisa a los boxeadores. Cumplen con su entrenamiento y después nadie tiene que ver con ellos. Pienso que un peleador de alta competencia debe tener una persona que lo oriente”, reflexiona.

Otro de los objetivos del pugil retirado es promover a través de cursos, la capacitación de los jóvenes, que, como él, tuvieron que abandonar el ensogado y pueden seguirle los pasos en la enseñanza del boxeo a los infantes de las barriadas capitalinas. De allí, salieron el campeón nacional de 15 años Ángel Jiménez y el subcampeón Joan Castillo de 14, las dos más grandes promesas de El Tucán y serios candidatos a cumplir el sueño que Guerra tuvo que replantearse desde otra faceta.


Participa en la conversación