Asesinaron de siete tiros a escolta para robarlo

A Jesús González, de 29 años, le quitaron su moto, el celular, los zapatos y la gorra, cuando iba a casa de una amiga en el barrio Mesuca de Petare. Vecinos sospechan de una banda de Filas de Mariche que azota a la comunidad.

Caracas. No creyó que habían matado a su mejor amigo hasta que entró a la morgue del hospital Dr. Domingo Luciani, en El Llanito. Era él. De los siete tiros que le dieron a Jesús González, recuerda los que le vio por la cabeza y el cuello.

Pasadas las 9:00 p. m. de este martes, su primo lo llamó para decirle que a su compadre lo habían matado. Fue él quien casualmente pasó por la escena del crimen a bordo de su carro, en el barrio Mesuca de Petare, y le llamó la atención la cantidad de vecinos que estaban alrededor de un cuerpo. Dio la vuelta más adelante, se bajó y al darse cuenta de que era Jesús, lo metió en el vehículo y lo llevó a emergencias.

Desde ahí se comunicó con su familiar para darle la mala noticia. Este, de 29 años, igual que su compadre, apenas horas antes lo había visto. Al mediodía pasó por su casa y hasta le bromeó con su trabajo: “¿qué más?, tú como siempre, construyendo”, pues admitió que desde que la inseguridad se desbordó se dedica a levantar su casa y trata de concentrarse en eso, para no salir tanto. 

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Los delincuentes, después de matar a Jesús, le robaron su moto DR 650, los zapatos, el celular y la gorra. Hasta le dejaron los bolsillos del pantalón afuera, su compadre presume que fue buscando qué más quitarle.

Iba en camino a visitar a una amiga. Conocía Petare porque varios familiares viven en la zona, y por eso iba tan tarde.

“Yo siempre le decía que no estuviera saliendo, que se quedara tranquilo”, sostuvo su compadre, quien por miedo a la situación de inseguridad no quiso revelar su nombre, además vive en un barrio que consideró “candela”.

Contó que la víctima era escolta privado pero no estaba armado, porque escuchó las peticiones de él, y otros amigos, de que se cuidara mucho y evitara usar la pistola para que no fuese víctima del hampa.

“Esto es muy triste. Los jóvenes queremos quedarnos en el país, hacer un futuro, pero es difícil con toda esta inseguridad. Nos estamos ahogando, vemos a adolescentes matando gente. Esto es el día a día, hoy me tocó a mí, mañana a otro y así”, dijo. Su pecho se notaba tenso por el esfuerzo de contener las lágrimas, quizá buscando escudar su dolor de los periodistas y otros desconocidos.

Ponía su mano en la boca —la otra la mantuvo metida en el bolsillo del pantalón—, gesto que parecía ayudarlo a mantener el control de su voz mientras recordaba que cumplió años el pasado 17 de diciembre y días después fue el turno de Jesús, lo celebraron juntos.

“El 31 de diciembre estuvimos juntos, echamos broma. Ese era mi hermano, éramos amigos como desde los 15 años”, comentó el joven, ataviado con un suéter y un pasamontañas gris que lo protegían de los 17 grados que arropan a Caracas en estas fechas.

Jesús trabajó en la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) y se retiró por la inseguridad. Por eso escoltaba a un comerciante, pero se encontraba de vacaciones y este miércoles se iba a la playa con unos amigos.

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“Ayer le dijo a mi primo que comprara unos plátanos porque se los iban a llevar a la playa”, evocó, soltando una sonrisa de ternura.

Dejó huérfana a una niña, que tiene seis años. Vivía solo en un anexo en la avenida Sucre.

Según vecinos, hay una banda de delincuentes proveniente de Filas de Mariche, que mantiene azotados a quienes viven en Petare.

El compadre estuvo acompañando en la morgue de Bello Monte a la hermana de la víctima, el cuñado, y otros amigos que fueron. “Ya que lo vi así por última vez, quiero estar en todo momento con él”, soltó con la voz quebrada.

Hace nueve años asesinaron a otro amigo de este joven, Oliver Freites, de 20 años, en Los Magallanes de Catia, en un problema de celos. Salía con la expareja de un policía, quien fue el presunto responsable del homicidio.

“Es muy doloroso que estén matando a gente inocente. No sé qué pasó con el país, nos está obligando a irnos de aquí. Por eso casi ni salgo de mi casa y tengo una moto y me da miedo usarla, la vida no vale”, soltó, en medio de su desahogo, el cual admitió que le hacía falta. “Estas cosas tienen que saberse”, finalizó.

Foto referencial: Cristian Hernández


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