Cristian Charris, el barbero de La Dolorita asesinado por las FAES

Cristian Charris era un barbero de 25 años conocido por sus cortes de cabello extravagantes y coloridos. Su alegría contagiaba tanto a un Guardia Nacional como a una madre salesiana. La madrugada del 24 de septiembre, luego de celebrar su cumpleaños con amigos, fue asesinado por las FAES, sentencia su familia.

Caracas. “Mami, ¿ahora mi papá se va a convertir en Dios?”, le preguntó Cristian, de cinco años, a su madre, luego de que asimiló que su papá había muerto. Su inocencia lo aísla de la violencia. Él solo está seguro de que tiene a alguien en el cielo que lo va a cuidar.

Cristian también era el nombre de su papá. Uno de los barberos más conocidos en La Dolorita, Petare. Sus cortes extravagantes de cabello eran los más cotizados en la comunidad. Largas colas, reservaciones con hasta tres días de antelación y esperas hasta las once de la noche demostraban el interés de los clientes por un cambio de look de Cristian Charris, un joven de 25 años que se inició en esta profesión formalmente desde los 17.

Al parecer, no solo iban por los cortes, el carácter de Charris también hacía más amigable la experiencia. Su alegría contagiaba a todo aquel que entrara a esa peluquería/barbería, cuyo estilo es el de colores, figuras y trenzas en las cabelleras.

A Cristian Charris lo mataron funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) la madrugada del 24 de septiembre de 2018, justo un día después de su cumpleaños. De hecho, regresaba de celebrar con sus amigos. La fiesta era por Turumo, un barrio cercano al sector La Lira, donde vivía él junto a su esposa y tres hijos. Aunque el festejo terminó a las tres de la madrugada, Charris prefirió, por motivos de seguridad, esperar hasta las cinco para regresar a su familia. Su madre se sigue cuestionando si esa fue la decisión correcta. “¿Y si realmente se hubiese ido a las tres?”, sugiere entre lágrimas. Unas lágrimas que muestran un dolor que ella no puede aceptar.

Mientras Charris subía las escaleras en dirección a su casa, distintos funcionarios de este cuerpo de seguridad lo agarraron y le gritaron que él era un malandro, un delincuente. Lo golpearon. Él intentaba escaparse; al parecer, corría sobre los techos. Los vecinos, quienes durante estos operativos deben estar encerrados en sus hogares, contaron que lo único que escuchaban a esa hora era al barbero exclamar: “Mis hijos, mis hijos”.  Pero un tiro en el pecho impuso el silencio sepulcral y un triste amanecer para una familia venezolana.

Carmen Arroyo, de 51 años, es su mamá. Él era su único hijo. Mantenía este pequeño hogar con su trabajo de limpieza y cocina en casas del este de Caracas. Ella es catequista. Muy religiosa. Pero más allá de la religión, procuró impartirle a su hijo valores y principios para que fuese un buen ciudadano. Sabía que no sería fácil, sobre todo viviendo en uno de los barrios más peligrosos de América Latina, pero sabe que lo logró. Jamás duda en la bondad de su hijo, a pesar de que las FAES lo acusen de robo, hurto y homicidio. Los efectivos alegan que pertenecía a una banda criminal conocida como “El Negro”. Ella responde que a Cristian le daba miedo hasta robar un lápiz cuando estaba en el liceo porque sabía que su mamá lo iba a regañar.

Esta relación de madre e hijo era una donde la música prevalecía. Charris disfrutaba escuchar salsa, y bailarla. Cada vez que visitaba a su mamá, él gritaba: “Yo soy tu macho, mami. Llegó tu macho” y la sacaba a bailar, y la abrazaba, la besaba.

“Siempre me agradecía. Me decía: ‘tú me echaste para adelante’, ‘mami, antes que yo estás tú’. Y es que siempre lo conduje por el buen camino”, recuerda Arroyo.

Su único delito esa noche: celebrar su cumpleaños. Regresaba pasado de tragos, sí. No lo niegan. La impotencia que le da a su esposa, Deynuby Hernández, de 26 años, es la mentira.  “Lo que tenía en su mano era una botella de cerveza, no un arma, como han denunciado las FAES”, agrega.

Once años tenían como pareja, es decir, fue un amor que empezó desde el liceo, cuando eran unos adolescentes de 14 años. Desde ese momento no se han separado. “Parecían dos cursilitos”, dice la hermana de Hernández. Una cursilería de la que Deynuby Hernández nunca se cansó. “Cada día era como el primer día”, describe.

El cariño de Charris también lo recibieron sus hijos Justin (9), Cristian (5) y Cristina (2). La última era su adoración, su debilidad. “Tú sabes cómo son los padres con las niñas. Se le iluminaban los ojos”, agrega. Uno de los últimos momentos que compartió con los niños fue la compra de útiles para el colegio. “Él era así. Muy atento. Estos niños lo eran todo para él. Los lunes, que era su único día libre, se lo dedicaba a ellos. Los llevaba al cine, les pintaba el pelo, los peinaba. En fin, el mejor padre”, comentó.

Hernández dice que donde sea que ella estaba, él estaba. Ese domingo le dijo que fuera a celebrar con sus amigos y que el lunes picarían la torta más tranquilos en familia. Pero no llegó. No pudo soplar su “cuarto de cupón” junto a sus más cercanos. Luego de los hechos, ella fue directamente hacia donde estaban los efectivos de las FAES. Narra que casi se puso de rodillas para solicitar respuestas, pero el único trato que recibió fue de burla. “¿Uno flaquito y alto? Búscalo por El Llanito”, le respondieron los funcionarios.

Al llegar al Hospital Domingo Luciani, en El Llanito, alrededor de las ocho de la mañana, su esposo estaba muerto. El acta de defunción señala que murió por shock séptico: se ahogó con su propia sangre. No obstante, denuncia la tortura que recibió Charris antes de que lo mataran. Describe que el cuerpo estaba golpeado y con moretones. Le rompieron la nariz, los ojos estaban llenos de sangre y los labios y dientes estaban totalmente destruidos.

A ella no le quedan lágrimas. A sus hijos, les da miedo bajar por la misma escalera en la que le dispararon a su papá. “¿Y nadie lo podía defender?”, preguntó el mayor.

La Dolorita espera justicia

Madres salesianas, mototaxistas, funcionarios del Cicpc, líderes de consejos comunales, misioneras y distintas personalidades de La Dolorita acompañaron a los familiares de Cristian Charris hasta la morgue. “No tenía enemigos. Todos lo querían y esta es la evidencia. Desde un guardia hasta una monja”, dice Hernández.

Todos declaran que es un joven inocente, claman por justicia y por el cese de estos operativos, que no son otra cosa que ejecuciones extrajudiciales. “¿Qué te puedo decir? Yo lo conozco desde los siete años. Conozco muy bien a esta familia. Hasta a su abuelo, que murió hace poco y era una persona increíble. Me consta los valores que le enseñaron a Cristian. Admiro a mujeres como su madre, que, frente a la violencia, trabajan duro para criar a un hijo espléndido, valioso. Él la imitaba. Solo trabajaba porque no quería que a sus hijos les faltara nada”, sostiene Ana Villar, misionera en esta parroquia desde hace 18 años.

En solo dos horas consiguieron más de 500 firmas que plantean llevar la tarde de este 25 de septiembre a Fiscalía para constatar el rechazo ante las acusaciones de las FAES y presentar la denuncia. Además, los cuatro consejos comunales redactaron una carta que certifica la buena conducta de Charris en el barrio. Era uno de los líderes de las actividades deportivas de la comunidad. Amante del básquetbol y jugador de los Mágicos de Lira.

“Si cada madre denunciara y no tuviera miedo, podríamos ejercer más presión. Esto tiene que parar. Yo voy hablar con quien tenga que hablar. Bastante amigos mi hijo enterró por culpa de las FAES. Ahora me toca a mí enterrarlo a él, esto no puede continuar”, manifestó Arroyo.

Ese lunes 24 de septiembre se realizaron siete procedimientos policiales en distintas zonas del estado Miranda y Distrito Capital. En total, murieron siete personas, que, según la Policía Nacional Bolivariana (PNB), “se resistieron a la autoridad”.

Amnistía Internacional subrayó en su último informe, en el que analiza la seguridad en Venezuela, que entre 2015 y 2017 se produjeron 8.292 presuntas ejecuciones extrajudiciales. Además, apuntó que el país se posiciona entre los más violentos del mundo con una tasa de homicidios de 89 por cada 100.000 habitantes para 2017.

Fotos: Luis Morillo


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