Colette Capriles: No hay transición política sin unidad de las oposiciones, las nuevas y viejas

Para la psicóloga social, después de 2015 el Gobierno dio una violenta transición hacia el autoritarismo.

Caracas. Colette Capriles, psicóloga social con postgrado en Filosofía y profesora de la Universidad Simón Bolívar, es una gran lectora, de esas que leen dos o tres libros a la vez. Ahora lee al español Javier Marías y una biografía de Leonardo Da Vinci de Dimitri Merezhkovski. Siempre leo muchas cosas al mismo tiempo, confiando mucho en el azar, o en ese arte de la bibliomancia que hace que uno lea lo que le resulta pertinente para el momento que atraviesa.

También tiene una “tendencia patológica hacia el optimismo” y que suele controlar. Pero no es tan optimista a la hora de analizar la coyuntura que atraviesa el país. Su lectura, sin estridencias, sostiene que desde diciembre de 2015 hubo una transición violenta hacia un mayor autoritarismo por parte del Gobierno, lo que le planteó un escenario nuevo a la oposición.

En una entrevista para Crónica.Uno realizada vía correo elecrónico, Capriles afirmó que es el momento propicio para renovar a los cuadros partidistas, retomar las redefiniciones políticas e identitarias de los partidos, recuperar la democracia con elecciones internas en los partidos, y olvidarse de Twitter un rato.

La oposición está más fragmentada que nunca. Muchos analistas señalan que está en su peor momento. ¿Qué opina usted?

—Creo que a partir de diciembre de 2015 se produce una violenta transición hacia más autoritarismo en el país, lo que significa un cambio en las reglas de juego y un escenario nuevo para la oposición. En este nuevo escenario las antiguas formas de operar carecen de toda eficacia política, y estamos en un momento de reorganización estratégica que se manifiesta en esa fragmentación y en el riesgo de irrelevancia que sufre la oposición organizada.

Muchos dirigentes y cuadros de base han sido amenazados y se han ido del país. ¿Cómo hacer política con una pistola en la sien?

—No sería la primera vez. Pero la clave está en dos virtudes: la paciencia y la convicción de que nadie es irremplazable.

Los partidos están paralizados y no van a las comunidades donde fueron elegidos sus diputados, es decir, los líderes locales de Antímano, El Valle, por poner ejemplos, están a la deriva…

—Mas que “ir a la comunidades” habría que plantearse programas específicos, trabajo de base, discusión conceptual, acompañamiento y escucha. Pero no le toca a los diputados hacer eso: si pudieran cumplir con sus funciones legislativas sería ya un gran avance. Ahí hay horrendas limitaciones como la suspensión de sueldos de los parlamentarios, el hostigamiento político y judicial, la falta de cohesión dentro de los mismos partidos. Más bien luce que los grandes abandonados aquí son precisamente los diputados de la AN.

¿Cómo se dilapidó el capital político de la oposición después de la gran victoria de 2015 al ganar la mayoría en la Asamblea Nacional?

—Recién instalada la nueva AN se planteó un dilema estratégico: utilizar la fuerza institucional para precipitar la “salida” de Maduro, o utilizar la institucionalidad para limitar el poder del Ejecutivo, controlar su desempeño, legislar, hacer, en fin, lo que todo poder legislativo hace, e ir capitalizando los errores de desempeño del chavismo. En mi opinión, al elegir la primera opción se cometió un error de precipitación política y se cedió a las presiones inmediatistas, aunque es muy necesario decir que las acciones subversivas del Ejecutivo, del TSJ y de la asamblea saliente durante las semanas que mediaron entre la elección y el nuevo periodo legislativo planteaban desde el primer día un escenario de conflicto de poderes inevitable y definitivo, que excluía un funcionamiento “normal” del Legislativo.

Bajo esas circunstancias, el fracaso político al no cumplir con la amenaza del cambio de gobierno en el corto plazo, contaminó la acción de la AN y a los diputados mismos y a sus partidos. Las diferencias estratégicas desmoronaron la unidad que había hecho posible esa victoria, y a decir verdad, el único capital político que tenía la oposición era la unidad.

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Aparte de la fragmentación hay un sentimiento de antipolítica en la sociedad, que se siente abandonada y traicionada. ¿Cómo recuperar credibilidad?

—Creo que además se siente abrumada por la penuria y ese es un dato objetivo que tiñe toda la percepción de lo político en general. La credibilidad y la confianza se recuperan cuando la gente empieza a ver voluntad de rectificación y cambio. En mi opinión, es el momento propicio para renovar a los cuadros partidistas, retomar las redefiniciones políticas e identitarias de los partidos, recuperar la democracia con elecciones internas en los partidos, y olvidarse de Twitter un rato.

¿Es posible que la oposición vuelva a unificarse en torno a un solo propósito y algunos liderazgos depongan sus intereses personales?

—El personalismo sigue triunfando por falta de estructura y de algo que es muy importante y que siempre olvidamos: la falta de financiamiento público de los partidos políticos. ¿Cómo institucionalizar a los partidos, es decir, despersonalizarlos, sin que se ahoguen los liderazgos pero sin que estos a la vez se autonomicen de las líneas de los partidos? Por otra parte, sigo creyendo que no hay transición política sin unidad de las oposiciones, nuevas y viejas, y sin una auténtica voluntad de crear un polo de atracción que una a todos los que quieren un cambio. Esa unidad tendrá que ser muy distinta a la que hasta ahora ha habido. Deberá incluir al chavismo de alguna manera, deberá incluir también a fuerzas no organizadas que se hacen sentir en los conflictos diarios…

En una entrevista reciente, el exsecretario de la MUD, Ramón Guillermo Aveledo, dijo que las diferencias entre María Corina Machado, Henry Falcón, la MUD y Henry Ramos Allup no eran insalvables. ¿Qué piensa sobre esto?

—Coincido en parte. No lo son estratégicamente. Lo son tácticamente bajo la actual configuración, pero todo es muy dinámico en este momento. Las diferencias se salvarán cuando la realidad grite más que los egos y dogmas de la gente.

En este contexto en que está la sociedad, ¿cómo hacer política ante un gobierno represivo y sin escrúpulos?

—No haciendo la misma política, sin duda. Pero no hay una respuesta de libro para eso. Aunque hay algunas fórmulas que se han decantado de experiencias similares. 

No es posible desmontar un régimen represivo e inescrupuloso si este mantiene su cohesión interna, sea porque permanecen los incentivos que tiene el grupo dominante, sea porque la pérdida del poder tiene un costo muy alto, sea porque el oponente luce débil y con pocas opciones de poder asegurar gobernabilidad.

La política debería dirigirse entonces a aprovechar las tensiones internas dentro del grupo de poder y ofrecer alternativas a quienes se van separando de él, mientras se ofrece también una visión alternativa coherente y sin complejos históricos.

¿A qué atribuye usted la anomia social que se está viviendo y que a la vez convive con las protestas de sectores como la salud o las comunidades que exigen soluciones para tener acceso a los servicios básicos?

—Casi veinte años de desinstitucionalización y arbitrariedades han dado su fruto: la anomia. La incapacidad de construir un nuevo orden político es una de las cosas más sorprendentes del chavismo, que se quedó congelado en la etapa destructiva de la “revolución”.

Vamos a tener en diciembre 1.000.000 % de inflación según pronósticos del FMI. ¿Cree que la población aguante eso?

—Depende de lo que se entienda por “aguantar”. Hay indudablemente unos sistemas adaptativos: emigración, mercados negros, violencia. Pero es visible también que la hiperinflación está corroyendo las bases de la gobernabilidad chavista y planteando el dilema entre reforma y revolución, y presionando cada día más a la cúpula gobernante.

El Frente Amplio como plataforma unificadora parece no haber cumplido su misión. ¿Qué opina usted?

—La misión nunca ha quedado muy clara en verdad. Pero en ese espacio se han producido convergencias interesantes de grupos que pueden potencialmente traducirse en nuevas formas de organización y acción política.

Hay voces disidentes del chavismo que piden que Maduro salga del Gobierno, como Héctor Navarro, Jorge Giordani, Gabriela Ramírez y Andrés Izarra entre otros. ¿Cree que eso cala en la sociedad o que hace mella en el chavismo?

—Creo que tiene cierto impacto, pero que no se concreta en un movimiento serio que se plantee realmente la sustitución de Maduro. Entre otras cosas porque no hay un proyecto alternativo dentro del chavismo.

De acuerdo con periodistas especializados en la fuente militar, hay mucho descontento en el sector castrense. Incluso el Gobierno ha informado de detenciones de militares de distintas fuerzas. ¿Ve posible un golpe militar? ¿O que esa inconformidad con el Gobierno llegue a algo?

—No lo veo posible no tanto porque no haya conspiraciones sino porque no hay un proyecto político detrás. Las FANB, la cúpula de la FANB, tiene un proyecto político claro que es recuperar la preponderancia como actor institucional y económico que tuvieron los militares en el pasado, antes de que la democracia instituyera el control civil sobre la FAN. Los posibles conspiradores ¿qué piensan?

Después del 20-M, Maduro y su grupo parecen más estables y con mayor gobernabilidad y se han radicalizado. ¿Hay madurismo para rato largo?

—No tiene mayor gobernabilidad en mi opinión. Pero sí ha mostrado que está dispuesto a mucho por conservar el poder y conservarlo a su manera y bajo su propia Weltanschauung, su propia concepción política. Cada día que pasa, sin embargo, se acentúa la paradoja de que parece más firme y al mismo tiempo más vulnerable.

Mucha gente plantea el tema de la transición hacia un gobierno democrático. Pero la vía electoral está cerrada. ¿Es factible esa transición y cómo sería?

—La vía electoral está cerrada en su forma actual pero de ninguna manera descartada políticamente: el trabajo político pudiera estar dirigido a construir las condiciones de presión bajo las cuales el régimen se vea obligado a negociar (en serio) la convocatoria a elecciones competitivas. Sería en mi opinión la forma relativamente pacífica de salir de la catástrofe y garantizaría un mínimo de gobernabilidad para un futuro gobierno. Pero hay quienes entienden la transición como un interregno de “orden” que precedería, supuestamente, a unas futuras elecciones. No simpatizo con esta idea, y creo que la realidad misma irá marcando la forma de esa transición. Eso en caso de que transitemos hacia un régimen abierto, más democrático. Nada nos impide pensar, digamos, que podemos estar en una transición hacia un régimen aún más cerrado, autocrático, corrupto y decadente. Todo puede suceder.

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¿Qué piensa sobre la propuesta de Henrique Capriles de articular nuevamente a la oposición, incluyendo también a María Corina Machado?

—He visto que, predeciblemente, hay una rara polarización con respecto al valor de la unidad para la oposición. Unos dicen que hay que reconstruirla a toda costa y otros, que perdió sentido como opción táctica, y que más bien es la hora de que “el mercado decida” cuál de las oposiciones tiene la visión correcta. Yo interpreto la propuesta de Henrique Capriles Radonski como una opción intermedia que se parece a lo que en algún momento se llamó “la política de los espacios naturales” y que sirvió para llegar a acuerdos candidaturales en planchas unitarias. Había zonas del país en que predominaban determinados liderazgos o partidos, y se privilegiaba ese predominio en el momento de acordar candidaturas.

Supongamos que podemos hacer lo mismo hoy: conducir una política unitaria que consista en la coexistencia de varias tácticas y de diferentes públicos opositores y que tengan en común los objetivos estratégicos y un mínimo de reglas de funcionamiento y coordinación. Sin embargo, lo crucial en cualquier política coordinada (por no decir unitaria) es la restitución de la confianza mutua, y eso se logra redefiniendo los espacios propios de cada grupo político bajo un principio de respeto mutuo.

¿Es usted optimista con relación a la situación del país?

—Tengo tendencia patológica hacia el optimismo, pero suelo controlarla. La situación de Venezuela es extremadamente grave y a veces pienso que sobreestimamos la posibilidad de renacimiento que todos fantaseamos. En cualquier caso, los proximos años estarán signados —seguirán estando signados— por el esfuerzo, por la puesta a prueba de lo que somos, por la necesidad de reescribirnos.

Fotos: Cortesía El Universal


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