En el barrio Brisas del Morichal, al oeste de Maracaibo, los Clap son “un cuento de camino”, nunca han llegado. La familia Vílchez Navarro se conforma con un burro para poder darle de comer a sus hijos dos veces al día.

Maracaibo. Pasaban las 2:00 de la tarde cuando la puerta de lata rozó el suelo de arena que divide la casa de los Vílchez con la calle de polvorienta, final del Barrio Brisas del Morichal, al oeste de la ciudad. Era Juan, “el burrero” como ya lo conocen en La Rinconada. Su mirada triste y la sonrisa forzada delataban su desconsuelo porque hasta esa hora no había hecho nada para que sus hijos y su mujer, Enilda Navarro, no se acostaran sin comer.

Hace 11 años Juan perdió la mitad de su brazo derecho en un accidente eléctrico que le calcinó la mano. Con lo que le quedó, hala por más de 10 horas al día los 360 kilos que pesa la carreta, que necesita rodar por más de ocho sectores de La Rinconada, recolectando basura junto con su familia para poder comer. Sin embargo, no siempre lo que les da la gente por sacar los desechos les alcanza.

“A veces nos ha tocado comer de la basura. Revisamos lo que está bueno pero también hay muchas personas que le apartan a uno las sobras, es de lo que les queda a ellos pero está en condiciones”.

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Juan baja la cara y mientras desliza su muñón por los ojos, lamenta: “Nos ha tocado”.

Confesó que cuando la gente les regala cueros de pollo eso los alivia mucho: “los freímos, de ahí sacamos aceite y nos comemos los chicharrones con arroz”. De las ventas de verdura también se aprovechan. “Recogemos la que los vendedores botan. A eso uno le quita lo malo y hacemos salsa de verdura y comemos”. Con todo, el hambre en la familia Vílchez Navarro es perenne: “Eso es para entretener a los muchachos y engañarse uno mismo el estómago”.

Acomoda la mitad de su brazo en la lona que amarró con unos mecates de la carreta y hala. A veces se siente mal, le da mareo y se cansa por la falta de alimento, pero asegura que es “obligado sacar fuerza, porque hay que luchar para sobrevivir”. Arrastrar la carreta con más de 500 kilos de escombros es lo más difícil para Juan, quien además lamenta que sus hijos tengan que trabajar en vez de ir para la escuela.

“Es difícil, porque ellos deberían estar en otra situación, no en esta”.

Burro humano

Por hacerle un favor a un vecino para poner una línea de electricidad de contrabando, perdió la mitad de su miembro superior derecho: “Estaba poniendo una línea de contrabando y se me soltaron las guayas de alta tensión. La corriente me calcinó el hueso y tuvieron que amputarme la mano. Yo hacía de todo, pero de ahí para adelante a bregar se ha dicho, de burrero, porque ya no me dan trabajo en nada por mi incapacidad”.

Construyó la carreta con pedazos de hierro y fue juntando poco a poco 30.000 bolívares para comprar un burro que echara a andar su medio de sustento. En aquellos días, cuenta que todo era mejor: “Uno conseguía más cosas porque podíamos recorrer más, pero así es arrecho, no rinde porque a veces ya no aguanto el cuerpo”. Desde diciembre de 2016, Juan sustituyo al animal. “El burro se murió en diciembre porque lo picó un animal en la pata, se puso malo y nos quedamos sin burro, ahora reunir 60.000 para otro burro es imposible”.

Dijo que mientras consigue el dinero: “Por ahora salimos a empujar la carreta, a ayudarme a empujar a halar y así conseguir un poco del pan de cada día”.

Cuento de camino

“Antes había pobreza, pero no tanta”, eso es lo que opina el padre de familia de la situación en la que se encuentra. Aseguró que cada día que pasa los venezolanos, como él, tienen menos oportunidad de salir adelante. Cuestión que lamenta por sus hijos que, a su juicio, “se están quedando sin futuro”.

“Eso se oye nombrar pero nada que llega, son como un cuento de camino”, así calificó a los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap), que según miembros del consejo comunal de la zona llega todos los meses sin falta.

“El Clap nomás llegan en comentario, todavía no lo conozco. El año pasado fue que nos vendieron una bolsa, nos costó 5600 bolívares y vino falla, solamente trajo: dos pastas, dos arroz, un azúcar y un kilo de sal. Ya casi no nos acordamos de ese día”.

Juan es uno de los testimonios vivientes que desmonta la orden del presidente Nicolás Maduro, sobre subsidiar el costo de la caja a las familias en pobreza extrema. “En estos días le pregunté a una de las líderes del Gobierno: ¿cuándo viene la bolsa? Y me dijo: ¿la vas a comprar?,  porque vale 12 mil bolívares. Le dije: ‘bueno los adjuntaré’, y me dijo: ‘si no tienes tarjeta de débito no la vas a comprar’”.

Mientras Juan relataba su descontento, Enilda Navarro, su esposa, quien lucía una gorra alusiva a “la Revolución”, reveló:

“Cargo esta gorra de Chávez porque me las dan para taparme el sol en la calle, pero te voy a hablar claro: al principio sí creía en la revolución, pero ahorita de verdad estoy como todos, decepcionados. A parte de que hay mucha preferencia y no hay prioridad”.

Sobre el trabajo del consejo comunal Juan fue tajante: “La ayuda es para ellos, para uno, no. Hay corrupción como arroz, mejor quedarse callado porque la agarran con uno. Siempre hay alguno pendiente de qué es lo que uno está hablando para entonces echarle tierra en el ojo. Están más pendientes para hacerte daño, que para ayudarte en algo”.

Cifras rojas

En Venezuela escasean 68 % de los productos básicos y la inflación crece incontrolable, Datanálisis. Las firmas económicas estiman entre 300 y 800 % de inflación para 2017. Unos 9,6 millones de venezolanos —casi un tercio de la población— ingieren dos o menos comidas diarias, y la pobreza por ingresos aumentó casi nueve puntos entre 2015 y 2016, a 81,8 % de los hogares, según la Encuesta sobre Condiciones de Vida. Un 51,51 % están en pobreza extrema. Al 93,3 % de las familias no les alcanza para comprar alimentos, mientras siete de cada 10 personas perdió en promedio 8,7 kilos de peso en el último año.

Foto: Mariela Nava


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