Desde hace nueve meses, el programa Alimenta La Solidaridad atiende a 160 niños de varias comunidades de la zona norte de Anzoátegui. Sus organizadores afirman que si bien el proyecto es un paliativo para mitigar el hambre que padecen los menores, el objetivo principal es hacer que los niños no abandonen el sistema escolar por falta de alimentos.

Puerto La Cruz. Pagar cuatro millones por un kilo de carne, tres por un kilogramo de queso y hasta un millón por un empaque de arroz, complica el panorama alimenticio de muchas familias anzoatiguenses, en especial de aquellas en las que se encuentran niños en edad escolar.

A diario es común escuchar en familias de escasos recursos, e inclusive en aquellas que en algún momento ostentaron el estatus de clase media, lo complicado que resulta alimentar a los más pequeños de la casa con los nutrientes esenciales para un sano desarrollo tanto físico como intelectual.

Según el gobernador del estado Anzoátegui, Antonio Barreto Sira, 80% de los habitantes de la entidad ingiere menos de tres comidas al día y, aunque no detalló los números oficiales, una buena parte de ese porcentaje lo integran menores entre cinco y 12 años.

Frente a este panorama, programas coordinados por ONG y algunos refugios han surgido como salvavidas para hacer frente a la crisis de alimentación que atraviesa buena parte de los hogares anzoatiguenses.

En 2016 surgió una iniciativa del movimiento Caracas Convive llamada “Alimenta la Solidaridad”, con la cual se busca atender a los niños con complicaciones alimenticias de varias comunidades capitalinas, con la misión de que se mantuviesen dentro del sistema escolar.

Desde hace nueve meses, la dirigente social Tatiana Montiel, junto a un grupo de madres y colaboradores, instauró el programa en la entidad teniendo como centro piloto el del sector Los Cerezos de Puerto La Cruz, donde atienden a 100 niños. Se corrió la voz y, gracias a las colaboraciones recibidas, abrieron otro comedor en la comunidad portocruzana de  Aldea de Pescadores, donde 60 niños reciben un almuerzo balanceado de lunes a viernes.

No es caridad

Montiel es la encargada del proyecto en el estado y sostiene que “Alimenta la Solidaridad” no es un programa de caridad y mucho menos una acción de llevar un plato de comida y resolverle la vida a la gente. Su misión va más allá: el marco estratégico es velar porque los chamos no abandonen la escuela, a la par de empoderar a las familias para que sean garantes del mismo, que está en vías de expansión.

La dirigente social afirma que ella y su grupo de colaboradores son un puente entre los “beneficiados” y aquellas personas que contribuyen, desde quienes aportan los insumos hasta las madres cocineras, para que el programa sea sostenible y no decaiga motivado a la situación económica que atraviesa el país.

Nosotros no vemos esto como un programa de caridad ni pensamos que nuestra acción solo se limita a llevar un plato de comida. Aquí cada cuatro meses se les hace un chequeo  de peso, talla y crecimiento a los muchachos. Es difícil ver cuál es el progreso que han tenido ellos desde que estamos aquí porque, en muchos casos, este es el único plato de comida que varios de ellos tienen en el día. Nos apoyamos en las madres de los sectores que atendemos para hacer el abordaje y determinar la necesidad que hay en esa comunidad”.

Nutrición, corresponsabilidad y enseñanza

Para estos 160 niños, el mediodía representa el momento más feliz en su corta vida. Saben que, a partir de las 12:00, contarán con un plato con todos los ingredientes necesarios para aguantar los embates del resto del día.

El menú que se les sirve es balanceado. Arroz con pescado, sopa, arepas con perico, granos y verduras forman parte de la dieta establecida por una nutricionista, que ayuda y orienta sobre las variaciones que se le pueden hacer a los platos a la hora de no conseguir o disponer de alguno de los ingredientes.

La alimentación es balanceada

Lo primero que marca el ambiente, al momento de sentarse a la mesa, es la sonrisa que se dibuja en muchos de estos infantes, que ven con emoción acercarse los platos rebosados de alimentos cocinados por sus propias madres, quienes son las encargadas de preparar los alimentos y, al final, son las garantes de que cada uno de los comensales salga con la misma sonrisa con la cual llegó.

Con siete años, Carlitos es uno de los niños que son atendidos en el programa. Quiere ser futbolista y, a su corta edad de siete años, ha entendido que el proyecto conlleva una corresponsabilidad, y que no solo se trata de sentarse a comer. Con simples hábitos como llevar su plato, lavarlo y ser solidario con el que, por alguna razón, dejó su “herramienta”,  hace de la experiencia un proceso de aprendizaje.

Tenemos que ser responsables. Las madres y colaboradoras nos dicen que no debemos abandonar la escuela y que a ellas podemos acudir cuando tengamos una duda. En mi casa muchas veces no tenemos para completar la comida y aquí encontramos un almuerzo seguro”.

Y no solo de pan vive el hombre. En el proyecto, además de los organizadores y madres, intervienen representantes del Refugio Divina Misericordia, quienes, por medio de la oración y la inculcación de valores, buscan que estos pequeñines alimenten su espíritu.

María Fernández, quien es miembro del Refugio Divina Misericordia, sostiene: Se aprovecha el instante para enseñarles a orar antes de comer e incentivarlos a ser mejores personas y que aprovechen su potencial y, obviamente, a que no abandonen la escuela. Si les falta algo, vemos cómo se lo podemos solventar, pero la idea es que sigan bajo el sistema.

Representantes del Refugio Divina Misericordia enseñan a los niños a orar

A las casas donde funciona el proyecto se acercan estudiantes de medicina de la Universidad de Oriente (UDO), quienes, junto a doctores, brindan su ayuda y son quienes mantienen el chequeo de los niños. Las madres también reciben capacitación. Se les dictan cursos de cocina alternativa. Toda la comunidad se involucra y es garante de que esto perdure.

“Este es un programa que, en cierto modo, se mantiene bajo perfil porque es organizado. Cada aporte que recibimos es inventariado y, por ello, sabemos qué tenemos disponible y hasta con dos semanas de antelación. Una empresa nueva de embutidos nos aporta semanalmente carne de soya ya procesada, otra nos da pan, y saben que su aporte es correspondido. Estamos abiertos a seguir recibiendo aportes. Esto es un proyecto serio que está diseñado para que perdure”, sostiene Montiel.

El equipo de Alimenta la Solidaridad realizó un abordaje en tres comunidades más de la zona norte de Anzoátegui (Sierra Maestra y Chuparín en Puerto La Cruz y el sector de los Boyacá en Barcelona, uno de los más grandes del estado) y determinaron que la necesidad de crecer es urgente, por lo que está en proceso la apertura de esos tres nuevos comedores para, de alguna manera, paliar el hambre del futuro de Venezuela.

Fotos: José Camacho


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