El venezolano se desdibuja

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La crisis económica está cambiando los rasgos característicos del venezolano, en una suerte de involución social que va más allá de los hábitos de consumo y deja huellas en la memoria emocional colectiva.

Caracas. La crisis económica no solo golpea el presupuesto familiar, también desdibuja los rasgos más distintivos del venezolano, su familiaridad y el modo de relacionarse con su entorno, su espacio más inmediato. Con una inflación mensual que supera 200 %, hay tradiciones que quedan en el olvido y solo permanecen, desarticuladas, en la memoria familiar, en el rincón de los trastes viejos de cada casa.

La mesa, el lugar más íntimo de cada hogar, también sufre las consecuencias de los desmanes del Gobierno: el control político, la pobreza y la escasez. A juicio de los expertos, existen elementos contundentes que certifican un nuevo modo de ser del venezolano. Hay quienes, incluso, hablan de un nuevo perfil psicológico y reconstruyen con especies de “dictámenes sociales” el rostro menos afable del venezolano: el perfil de la miseria que se dibuja en cada conversación callejera.

Visto desde la psicología social, los connacionales tienden a ser personas más ermitañas e individualistas, que eluden los encuentros sociales, las reuniones de domingo o cualquier cita de recreación. La situación deja una huella indeleble en la memoria emocional del venezolano.

El sociólogo y profesor de la UCV, Trino Márquez, explica que la hiperinflación ha modificado los patrones de consumo y, con ello, el estilo de vida de los miembros de la familia.

Las familias no tienen excedentes para distraerse ni divertirse. De todos los sectores, el más afectado ha sido el de la clase media. Sin embargo, la crisis es más evidente entre los núcleos en pobreza de ingresos. Márquez asegura que los mayores estragos se ven en la dieta diaria, pero también en la estrechez del tiempo en la mesa y en la desaparición de los encuentros ordinarios de domingo.

“El número de almuerzos y reuniones familiares ha disminuido. Se trata de un gasto que era asumido por la primera y segunda generación de abuelos y que hoy resulta imposible”, dice. Con los nexos familiares debilitados, el sociólogo asegura que la frustración es muy alta: la gente se siente cansada, triste, melancólica y los niveles de depresión han aumentado. La gente se siente amenazada por la situación económica, no puede pagar el alquiler, el condominio ni se puede mudar a un sitio mejor. Ha cambiado el humor y el estado de ánimo del venezolano.

Las reuniones de los viernes por la noche, después de cada jornada de trabajo, quedaron relegadas y ahora pasaron a ser encuentros ocasionales. Lorena González, una trabajadora social residenciada en el municipio Sucre, bien sabe de ello. Cuenta que la última vez que se reunió con sus amigos todavía el país no sabía de la reconversión monetaria, se pensaba que la devaluación era de tres ceros y el bolívar todavía no se apellidaba soberano.

La vivencia de Lorena va más allá del descuido de las “birras” entre amigos, como dice ella. Hoy no solo no tiene cómo divertirse, ya hace más de un año que se saltan la cena en casa y el almuerzo de hoy también debe alcanzar para mañana.

Éramos cuatro en casa, pero, desde que se fueron mis dos hermanos, las cosas han cambiado, ahora tenemos menos dinero para gastar y la comida está más cara. Lo que yo gano en el Consejo del Niño, Niña y Adolescentes no me alcanza para comprar champú ni productos de higiene personal, cuenta.

Su cabello desordenado, reseco, tal vez por el sol que la doblega de tanto caminar, es su mayor cuestionamiento. Lorena dice que ha tenido que lavarse con detergente para despojarse de la grasa que asalta su melena cada tantos días. Hace una pausa y suelta una sarta de lamentos. Es indignante porque pocas cosas te hacen sentir mal como no tener champú ni jabón para asearse. Parece que las mujeres somos cada vez menos delicadas. Hemos perdido toda fineza, dice, y asegura que la prioridad es otra: la comida, solo eso.

Juliet Poveda, una joven estudiante de comunicación social, dice que sustituyó sus viernes de cine por una función mensual. Poveda no solo es fanática de la pantalla grande, se presume productora y ha tenido varias experiencias en el rodaje de cortos universitarios. Piensa que debe estar al día con la cartelera, pero ahora destina lo poco que tiene de dinero a trasladarse a su universidad.

El transporte público de El Junquito desapareció hace un año y debo bajar en moto hasta la UCAB, en Montalbán. En ocasiones me toca caminar varios kilómetros. Nunca sé cómo ni cuándo voy a llegar de vuelta, dice.

Algunos cambios serán permanentes

Los expertos ponen sobre la mesa las soluciones a un problema que parece enclaustrarse en el ADN de la sociedad venezolana. Urge reducir el déficit fiscal, los gastos superfluos y los millonarios subsidios a Cuba. Los países no están condenados a vivir en hiperinflación. En el caso de Venezuela, el Gobierno no articula las políticas adecuadas para detener el problema, sostiene el profesor de la UCV, Trino Márquez.

En el mundo sobran los ejemplos exitosos de gobiernos que han logrado derrotar la inflación.

Adriana Requena dice que la hiperinflación la ha obligado a replantearse una nueva dosis de sus medicamentos. Sufre de diabetes tipo dos desde que tenía 35 años y lidia con la enfermedad desde hace nueve, pero hace dos depende de las medicinas donadas por amigos, familiares y organizaciones no gubernamentales. Adriana trabaja como contadora en una fábrica de muebles. Sus ingresos solo le alcanzan para medio comer.

Olvidé qué se siente comprar ropa nueva. La última vez que lo hice fue hace tres años, cuando mi mejor amiga se casó. Y solo uso maquillaje en ocasiones especiales. Ahora solo pienso en lo caro que está todo y cómo haré para reponerlo, dice.

Roberto León Parilli, portavoz de la Alianza Nacional de Usuarios y Consumidores, asegura que el Estado arrebató la capacidad de compra a los venezolanos. La gente va por lo que hay, no por lo que necesita. Los compradores se detienen poco en asuntos de marcas, fecha de vencimiento de los productos o en las etiquetas, si es que las tienen. Hoy la voluntad no juega un papel importante.

En cualquier parte del mundo, para que el consumidor materialice su derecho y pueda tener calidad de vida, deben cumplirse dos escenarios: uno es el abastecimiento de productos. Debe haber una variedad suficiente que le permita elegir bienes y servicios de calidad. Luego está el control de la inflación, para que no se pierda la capacidad de compra. En Venezuela ambos escenarios están comprometidos.

Rodolfo Díaz Mendoza, psicólogo de la Universidad Central de Venezuela y experto en temas económicos, reproduce lo que hasta ahora considera el preludio de una conducta que deja vestigios irreversibles de estrés. Mendoza asegura que la ansiedad producida por el vértigo de los precios, el robustecimiento del mercado informal y el acecho del dólar paralelo frustran los planes de las familias.

Ha disminuido el consumo de bebidas alcohólicas entre los hombres. Y la gente vive desde la desesperanza, desde la fatalidad, por la coacción de un régimen que socava las bases democráticas del país, que acaba con la institucionalidad y desdibuja las referencias comunes de una sociedad: los hábitos, la comida y el verbo. Porque las quejas por lo difícil que resulta conseguir alimentos no son exclusivas de las mujeres, los hombres, la figura que provee, también se quejan por la crisis, sostiene Mendoza.

Este trabajo forma parte de nuestro especial “12 meses en hiperinflación“.


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