Una tubería que atraviesa el sector se ha convertido en una bomba de tiempo que amenaza con arrasar media comunidad y repetir una tragedia que ya ocurrió en 2017. Además del alto riesgo, la ausencia de las bolsas de comida y el cierre de una casa de alimentación son otras de las penurias que afectan a los habitantes del barrio José Antonio Anzoátegui.

Puerto La Cruz. Lo primero que se escucha al llegar al barrio José Antonio Anzoátegui de Puerto La Cruz, mejor conocido como Molorca, es el sonido que emana de la presión del agua en una tubería de 60 pulgadas que alimenta el 75 % de la zona norte del estado y que atraviesa el populoso sector.

Ese sonido mantiene a más de 500 familias que habitan en la comunidad con los nervios de punta, sobre todo en las noches cuando se hace más intenso,  porque lo consideran el presagio de una catástrofe que está a punto de repetirse.

La madrugada del jueves 9 de noviembre de 2017, la tubería explotó por una rotura no más grande que la tapa de un frasco de mayonesa que, sin embargo, causó una ola de aproximadamente 1 metro que arrasó 30 viviendas, dejó 15 damnificados, 5 lesionados y una persona de la tercera edad fallecida, a quien encontraron días después en una de las viviendas tapiadas luego del deslave.

Barrio Molorca
Más de 500 familias están amenazadas por el mal estado de la tubería que recorre el terreno. Foto: José Camacho.

Seis grietas localizadas en diferentes tramos de la tubería, –la de mayor tamaño de 30 x 30 centímetros–, se han convertido en una especie de bomba de tiempo que, según temen los vecinos, podría acabar con más de la mitad de la comunidad enclavada en una especie de colina desde donde se aprecia buena parte de la ciudad.

Una considerable congregación de practicantes del Evangelio vive en los alrededores más críticos del conducto. Ellos se aferran a su fe y oran todas las noches para que Dios los ayude a sobrellevar la angustia y sobre todo a que los mantenga despiertos si ocurre un episodio similar al de hace dos años.

Arelys de Olivieri es una de esas personas y sostiene que tuvo que mudarse del sitio donde originalmente vivía para apaciguar la angustia y cuidar a las dos nietas que viven con ella.

“Yo vivía cerca del tubo. Aquí donde estoy ahora no es que esté muy lejos, pero es un poco más seguro que donde estaba. Me tuve que salir porque, con el hueco que tiene la tubería, el agua comenzó a correr cerro abajo y se me metió en la casa que ahora es una iglesia evangélica. Ese ruido anoche estaba más fuerte que nunca y casi no pudimos dormir pensando que iba a explotar otra vez”, dijo.

Olivieri comenta que gracias a uno de sus hermanos evangélicos, su nuera pudo mudarse junto con sus tres hijos a un rancho que, al igual que el de ella, tenía al lado el acueducto.

“Parte del cerro se vino abajo producto de la sedimentación y a ella también se le metió a su casa. Desde que hicieron la reparación en 2017, hemos denunciado que la tubería se volvió a romper y Protección Civil nos ha levantado cuatro informes, pero nadie nos hace caso. La alcaldesa vino una noche, pero como que no le gustó el cerro porque vino y se fue. Una cuadrilla de Hidrocaribe también vino y lo que hicieron fue aprovechar que la mata de mango que ves allá estaba cargada, ahí se sentaron a comer mango toda la mañana”.

Luis Mujica es otro vecino que vive en la ladera del cerro y se califica como valiente. Reconoce que no es lugar ideal para vivir, pero resume en una frase por qué vive literalmente debajo del tubo: “La necesidad tiene cara de perro”.

“Amigo, esto de noche se pone más feo, hay más presión en la tubería y el agua sale con más fuerza. No voy a negar que me asusta, pero no tengo otro sitio donde ir, no voy a dejar lo poco que tengo abandonado. Soy cristiano y oro todas las noches para que no me pase nada mientras duermo”.

Barrio Molorca

Indefensos y con más problemas

Los residentes del barrio Molorca dicen que se sienten indefensos en la lucha por conseguir que el conducto sea reparado. Indicaron que en el lugar hay tres consejos comunales que solo aparecieron cuando ocurrió el incidente de 2017. Luego no han hecho acto de presencia ni respaldado las denuncias.

“Si nosotros llegamos a protestar nos bloquean lo que ellos llaman ‘beneficios’, en diciembre se nos ocurrió cerrar la avenida por este y otros problemas y no llegó ni el Clap ni el pernil. Hacen una especie de presión para que no protestemos”.

La ausencia de las bolsas de comida, además de casos de desnutrición, son otros problemas que tienen que afrontar quienes residen en Molorca. Olivieri afirma que desde hace dos meses las cajas no llegan y el consejo comunal no da respuesta.

“Si no fuese por las matas de mango la tragedia sería mayor. Aquí cerca hay una familia que se ayuda mucho con el Clap y está pasando trabajo porque desde hace dos meses no llega y hemos tenido que meterle la manito porque tienen una niña con un cuadro de desnutrición. Otros seis niños viven en esa casa. Ellos, así como muchas familias, se ayudaban también con la casa de alimentación que hay en la comunidad pero tiene dos meses cerrada, aunque está surtida. Lo único que dicen es que no hay comida y sabemos que eso no es cierto porque tengo familia en Barcelona y me dijeron que allá sí llegó”, asegura Olivieri.

Cansados de las denuncias por los canales regulares, vecinos sostuvieron que no descartan plantarse en las oficinas regionales de Hidrocaribe hasta no tener una solución definitiva y evitar así una tragedia que amenaza con ser de mayores dimensiones a la ocurrida en 2017.


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