Entre el puente de la avenida Fuerzas Armadas, La Hoyada y La Candelaria la buhonería coexiste con los comercios. En cualquier parte hay ventas de películas de DVD, piezas para la construcción, alicates oxidados y ropa usada. La policía los manda a desalojar, así que hombres y mujeres corren a quitar los manteles y guardan rápido los objetos. Sin embargo, las calles no se vacían. En cada tramo está una persona intentando vender algo.

Caracas. Las aceras de la ciudad se cubren con sábanas de colores, bolsas plásticas y cartones, sobre ellos, van puestos los objetos que, en medio de la peor crisis económica del país, dan de comer a algunos venezolanos. Utensilios desgastados, piezas obsoletas de celulares, zapatos viejos, cintas y teclados de computadoras son algunas de las cosas que se exhiben en las calles de Caracas. Los precios son tan opuestos como los artículos que llegan a compartir espacio en el pavimento.

En la acera donde se pone Betty Rojas, desde febrero de este año, hay pocas cosas, explica que no puede cargar mucho peso, así que de lunes a viernes traslada cuanto puede. La falta de trabajo la llevó a ubicarse en una calle del centro, al oeste de la ciudad. “¿Si no hago esto, cómo sobrevivimos?”, se pregunta la mujer de 63 años, quien se dedicaba a dar clases y también a cuidar niños.

En un día Betty hace 10.000 bolívares lo que equivale 0,46 centavos de dólar, más que un día de salario mínimo o de pensión, que para el 13 de septiembre se ubicaba en $0,06 a la tasa oficial del Banco Central de Venezuela. En el último mes perdió 12 kilos. Cuenta que esa es una de las razones que la mantiene en las calles vendiendo trastes. Un par de zapatos lo ofrece en Bs. 50.000, que la gente puede pagarle en efectivo, por punto de venta o pago móvil. Comercios aledaños le prestan el punto y su hija, la cuenta para que reciba los montos por pago móvil.

“Mi nuera gana Bs. 16.000 en una semana, en una tienda, yo me los gano aquí en un día”, dice Betty. La bolsa negra que le sirve de mesa para mostrar los artículos, casi nunca se queda vacía. La mujer cuenta que la gente pasa y le ofrece ropa y cualquier objeto. Se los dejan con la condición de repartirse la mitad de los bolívares que gane. En la acera donde se ubica no debe pagarle nada a los policías que recorren la zona; sin embargo, en la calle contigua los vendedores deben cancelar Bs. 3000 al día para que los oficiales les permitan estar allí.

La primera vez que Betty se sentó en la calle a vender llegó con timidez. “Pregunté: ¿me puedo poner en ese ladito? Y me empecé a poner”. La sonrisa de la mujer es amplia y cuenta con alegría cómo transcurren sus días como vendedora. “La pensión no me alcanzaba para nada, hasta comencé a comprar champú detallado que nunca lo había hecho. Con esto la situación me ha mejorado un poquitico, al menos ahora puedo comprarme un dulce si me provoca, antes no”.

Foto: Luis Morillo
Los zapatos que Diego aprendió a reparar

Desde hace dos meses Diego repara zapatos en La Candelaria. Antes era maestro de obra y de cocina. La operación de dos hernias le impidió seguir dedicado a la construcción. Parte del reposo lo cumplió al lado de un árabe para aprender a coser zapatos.

“La platica no me alcanzaba para comprar comida, por eso vengo aquí de lunes a sábado. En un día se hacen 10.000 o 40.000 bolívares, también hay días que no se hace nada, pero uno compensa con otros”, cuenta el hombre de 64 años. Diego cobra Bs. 40.000 en la pensión y Bs. 16.000 por discapacidad en la Misión José Gregorio Hernández. Dice que ninguna de las dos le alcanza para costear sus necesidades.

“Me siento bien haciendo esto porque siempre compro algo para la casa, aunque sea las verduras, porque uno ya no tiene derecho ni a una malta. Si uno desayuna, no almuerza”, expresa, mientras atiende a un cliente que pregunta cuánto cuesta reparar unos zapatos. Ese servicio lo cobra en Bs. 30.000, lo que representa casi un salario mínimo, establecido desde abril en Bs. 40.000.

Foto: Luis Morillo

Entre el puente de la avenida Fuerzas Armadas, La Hoyada y La Candelaria la buhonería coexiste con los comercios. En cualquier parte hay ventas de películas de DVD, piezas para la construcción, alicates oxidados y ropa usada. La policía los manda a desalojar, según por órdenes de la alcaldía. Hombres y mujeres corren a quitar los manteles y guardan rápido los objetos. Algunos usan una carretilla, otros se echan las cosas al hombro y emprenden la retirada. Sin embargo, las calles no se vacían. En cada tramo está una persona intentando vender algo, lo que sea.

Una mujer que vende carcasas de teléfonos, cables y pilas de equipos obsoletos explica que la gente los busca, debido a que son más económicos. Añade que todo lo que exhibe está en buen estado, para no tener problemas con los clientes y sufrir devoluciones. Lo que la gente más busca son cables de cargadores para equipos Samsung.

La vendedora señala que la gente que todavía tiene celulares con línea interna (sin chip) buscan piezas en estos tarantines para extender la vida a sus equipos. Las pantallas táctiles también son demandadas. “Tengo un año aquí y las ventas han aumentado porque la gente busca más economía”, dice. Mientras en este puesto una pantalla cuesta Bs. 70.000 en un establecimiento se consigue en Bs. 150.000. Los cachivaches no solo tienen valor para los vendedores, sino también para una población empobrecida que gana sueldo mínimo, lo equivale a $1,86 al mes.

La carretilla donde viaja Daniel

Daniel, nombre ficticio a petición de la fuente, vende en Parque Carabobo desde hace un año. Solo los días viernes y sábado ofrece toda clase de herramientas. Algunas están cubiertas por el óxido. El hombre tiene dificultad para hablar, parece tener algún padecimiento, camina pausado, mientras atiende a los clientes que se asoman en busca de remates. El teclado de una computadora lo tiene en Bs. 25.000, una mujer lo ve entusiasmada y dice que casi cuesta el equivalente a un dólar, agrega que en otras tiendas un teclado usado se consigue en $80, por esa razón lleva meses sin usar su máquina.

La mujer añade que en estos puestos consigue ofertas y asegura que en Coche, Quinta Crespo y Petare también están este tipo de ventas.

Un niño alerta a Daniel de que se acercan funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana. El aviso ya es conocido para quienes venden en la zona. Daniel empieza a recoger los enseres, que luego montará en una carretilla. Una “llavecita” cuesta 10.000 bolívares ($0,46) y un alicate Bs. 15.000 ($0,69). El hombre relata que hay días en que no vende nada y que en los últimos meses la gente compra menos.

Foto: Luis Morillo
El portugués que fue constructor

Las herramientas que usaba para levantar edificios están hoy a la venta sobre una tela roja en La Candelaria. “Era constructor y ahora estoy en la calle vendiendo peroles, ¡¿Sabe lo que es eso?!”, suelta el hombre a una hora en la que el sol pega con más intensidad. Las palabras se enredan con el idioma que dejó atrás. En 1977 llegó de Portugal a Venezuela. Evita dar su nombre y continúa mirando las torres que tiene detrás. “Después de levantar esas paredes, ahora estoy aquí”, agrega.

El hombre trabajó en obras hasta 2014, a partir de allí cuenta que dejó de haber trabajo. El sector de la construcción es uno de los más contraídos, solo en el tercer trimestre de 2018 cayó 67,9 %, de acuerdo con el Banco Central de Venezuela.

En un pequeño morral entraron los instrumentos del vendedor. Los funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana le pasaron por un lado, la señal de que deben recoger. Cuenta que antes se ponía en Petare, pero allá las autoridades también les piden que desalojen las calles. Las manos del constructor se agitan y en un segundo ya está pegado de la pared, como si nunca hubiese estado en la acera vendiendo las piezas con las que antes moldeaba cemento. A pesar de la interrupción de la jornada, los vendedores vuelven a las calles al día siguiente, como Betty que lo hace desde febrero o Daniel que ahora remienda zapatos.


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