Los transeúntes consultados están preocupados por el costo de los alimentos, la falta de transporte y las fallas frecuentes de los servicios públicos. Ya no toleran la mala gestión del Gobierno.

Caracas. La molestia por la mala gerencia gubernamental en los asuntos sociales acompaña a la mayoría de los vecinos de la parroquia El Valle en cada paso dan y en cada conversación que entablan.

Por eso, la noche del lunes 21 cacerolearon, quemaron cauchos y trancaron vías, para llamar la atención de las autoridades.

Todo comenzó pasado las 8:00 p. m. No hubo convocatoria formal. Fue algo espontáneo que se regó como pólvora. En el cerro y en la avenida Intercomunal se escuchaba el sonido metálico de las ollas vacías, que se hizo intenso y prolongado. La gente se motivó a salir de sus casas. Algunos se pararon en las entradas de los edificios y combinaron las cacerolas con el canto: “No quiero Calp, no quiero bono, Maduro vete ya”.

Con la oscuridad a cuestas, de la parte alta del barrio San Andrés, un grupo de almenos 50 personas bajó hasta la calle Cajigal, donde en abril de 2017 se desató una ola de saqueos que arrasó con los comercios y dejó un saldo de 11 muertos.

Armaron unas barricadas y exigieron comida, agua, gas y transporte.

Toda la calle amaneció llena de escombros.

Como a las 10:00 p.m. la protesta cambió de color y, de lo social, pasó a lo violento. Varios hombres, algunos de ellos armados, intentaban reventar las puertas de varios locales. Se metieron en dos, de los que pude ver desde la ventana. No siguieron porque llegó la policía nacional y trató de repelerlos, contó una vecina, a quien se le notó cansancio en el rosto. Es que no dormí, pensaba en las bombas lacrimógenas, pensaba en mis hijos y en lo feo que pasamos esa noche cuando murieron las personas electrocutadas [en 2017].

Pero ya el mal estaba hecho, pues la charcutería de la familia de Emily Velásquez había sido robada.

Se llevaron la máquina rebanadora, los molinos, los pesos, los puntos de venta y los productos.

Esto da tristeza, uno no está trabajando para ser rico, es para vivir día a día. ¿Sabes lo que cuesta mantener un negocio hoy en día? Una caja de huevos en 85.000 bolívares, por ejemplo. ¿Ahora cómo hace uno para recuperarse? Esto es un negocio familiar que se trabaja los 365 días del año.

A mitad de mañana sus hijos habían limpiado los destrozos y recuperado las neveras. “Por lo menos no reventaron los vidrios. Solo Dios sabe por lo que uno está pasando. Tengo un dolor entre la espalda y el pecho, que me tiene como ahogada”.

En la Cajigal, esta vez, solo estaban los vecinos y los comerciantes. No hubo despliegue policial como en el 2017. Nadie hizo experticias a los locales, ni de la Alcaldía de Libertador llegaron a ofrecer créditos a los afectados.

De hecho, Velásquez dudaba en ir al Cicpc a poner la denuncia. “Eso no arreglará nada, tal vez lo hacemos por el tema de los puntos de venta”.

De esta charcutería se llevaron hasta los puntos de venta.

Dolida, trasnochada y desilusionada. El temor no se ocultaba en su mirada y gestos. Declaró casi que a puerta cerrada y sin hacer mucha bulla en la cuadra. Vieron casi todo lo que ocurrió y no pudieron hacer absolutamente nada. Era el negocio o la vida. “Había gente con armas largas, cómo te defiendes”.

El negocio saqueado no fue inspeccionado por la policía.

Cuando llegó la policía, los vándalos retrocedieron un poco, luego arremetieron con lluvias de palos y piedras. Algunas chocaban con las ventanas de los edificios.

Casi a la medianoche llegó la tanqueta y más de uno corrió, espantado a su vez por los gases lacrimógenos.

Hasta como las 2:00 a. m. estuvo activo el foco de la protesta. La vía quedó llena de palos, cauchos quemados, vidrios y piedras.

Los mismos vecinos sacaron sus cepillos para despejar y favorecer la movilidad.

Poco a poco la normalidad comercial agarraba cuerpo. Incluso María Pabón, dueña de un abasto, pudo trabajar, pese a que a su local le dañaron la santamaría.

Pabón vende alimentos perecederos que aún permanecen en los anaqueles. No se los pudieron llevar. “Sin embargo, por ahí dicen que volverán, que las protestas continúan. Lo que te puedo decir es que esto es consecuencia de la situación país, ahora no sé qué más decir”.

Sus ojos hinchados, que hablan de una noche en vela, evidencian su preocupación. “No me saquearon en 2017 y ahora ocurre esto, no creo que esté a salvo”.

No se llevaron la mercancía pero causaron daños. La dueña del local no se siente a salvo.

Mientras hablaba, la gente llegaba a su mostrador y ella trataba de atenderlos, al igual que a los señores que soldaban el revestimiento de la puerta.

Los transeúntes pasaban y miraban, pero no había asombro. Solo señalamientos con la mano y susurros. La tensión seguía latente en el ambiente.

“Aquí la gente está cansada, mija”, repitió otra señora que alzó una bolsa para mostrar lo poco que llevaba de comida.

Al salir de la calle Cajigal, la avenida Intercomunal de El Valle muestra otra cosa: actividad “regular” con el movimiento usual de las estaciones del Metro.

Los colegios abrieron sin contratiempos y el que pudo llevó a sus muchachos a clases. Pero más allá de eso, se notaba que la noche de protesta desveló a más de uno y eso pudo haber incidido en la poca afluencia vehicular y peatonal.

En la 14 pidieron salida de Maduro

“Hoy estoy con menos ánimo que el día anterior, no pude comprar queso a 9000 bolívares soberanos. Ya no puedo. Por eso la gente estaba protestando y yo estoy de acuerdo. Esta noche si salen, haré lo mismo”, dijo Yaris Ramírez.

Ella se colocó en un lateral de la calle 14 con su venta de cigarros. Aún se sentía el efecto de los gases lacrimógenos. Los aguantó y no se quejó “porque la situación es muy crítica, y no hay nada que indique que este gobierno va a cambiar, por eso tiene que salir”.

En esta calle hicieron dos barricadas. Llegó la tanqueta de la GNB e intentó disuadir a los manifestantes quienes dieron la batalla hasta las 2:00 a. m. aproximadamente.

Los vecinos dicen que volverán a las calles.

No hubo daño a los inmuebles. Desde la parte del barrio hasta la entrada de la 14 había escombros. La misma gente limpió esta mañana. Vamos a seguir en la calle, hay que presionar porque esto no se aguanta. La comida y las medicinas por las nubes, aquí no tenemos ni un hospital, dicen que está cerrado. No hay transporte. Con un sueldo mínimo cómo pretende Maduro que uno viva, refirió Douglas Hernández, quien acotó “aquí la consigna es ‘no queremos Clap, no queremos bono, Maduro vete ya. Nos está haciendo mucho daño ese señor’”.

En la zona nadie habló de detenidos ni de heridos. No se derrumbaron portones como en el 2017 ni destruyeron apartamentos.

“Una vecina me tocó la puerta y me dijo ‘baja, vamos a protestar, esto se tiene que acabar’ y corrí con ella por las escaleras. En ese momento no sentí miedo”, expresó otra mujer que salía de su residencia ubicada en plena avenida.

Se recogió cuando llegó la ballena, pero su vecina se quedó hasta el final. “Yo no, se escuchaban fuertes detonaciones y me acordé de cómo arremetieron con los chamos de la resistencia”, comentó.

Por los lados de la parroquia La Vega, los cuerpos de seguridad estuvieron a raya con sus acciones de control de orden público. Mientras duró la manifestación, solo circundaron a los participantes que se apostaron en los sectores La Veguita y Las Casitas.

María Andrade dijo que se acostó como a las 11.00 p. m. y todavía a esa hora los vecinos pedían agua. Desde diciembre no llega, eso es inhumano y por eso tenemos el derecho de reclamar. Lo mismo con el transporte. Si no es con el cierre de la calle las autoridades no atienden.

De acuerdo con el levantamiento hecho por el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, la noche del 21 de enero se confirmaron 30 manifestaciones de calle entre Caracas, Los Teques y Guarenas. Todas, a excepción de las registradas en Cotiza, iniciaron luego del cacerolazo que se escuchó pasadas las 8:00 p. m.

A las zonas afectadas no llegó autoridad alguna para dar respuesta a las solicitudes, indiferencia que agudiza el malestar social.

Fotos: Mabel Sarmiento Garmendia


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