Iselia Méndez sube de La Guaira a Caracas todos los jueves. Prefiere echarse su viaje porque consigue productos que en el Litoral no ve hace meses.

Caracas. A las 4:00 a.m. Iselia Méndez, de 49 años, sale de su casa en La Guaira, estado Vargas. Junto con dos amigas más se encuentran bien tempranito en la parada de los autobuses y se bajan en Gato Negro en la avenida Sucre.

“Como salí tan temprano de la casa no me dio tiempo de tiempo de hacer algo de comer. Me comí una empanada y un jugo por aquí en el centro, pero me intoxiqué. Hago la cola aunque estoy enferma, porque necesito la comida”, afirmó mientras hacía su última fila para comprar algún producto a precio regulado del día, con los brazos brotados, los labios hinchados al igual que las orejas.

La razón por la que las tres mujeres llegan a eso de las 5:30 a.m. a Caracas es para hacer cola en algunos establecimientos y farmacias de la avenida Baralt. Aunque la cola que hacía Méndez pasaba de 50 personas, ella no estaba acompañada por sus dos amigas, ya que cada una hace una fila distinta para encontrar varios productos. Una estaba en Locatel y la otra en Mikro.

Méndez contó que dependiendo de los que consigan, entre las tres hacen trueques e intercambian algunos productos de los que compraron. Casualmente a las tres mujeres les toca comprar los días jueves según el terminal de su número de cédula (6-7).

escasez
La rutina del venezolana es hacer colas y ver las bolsas de otros Crónica Uno/Cristian Hernández

A las 10:00 a.m. Iselia se encontraba realizando su segunda cola del día. Más temprano ya había comprado afeitadores y jabón de baño que fue lo único que vendieron en el Farmahorro ubicado a una cuadra de Puente Llaguno.

Relató que estaba en la cola cuando salió del Farmahorro, pero se fue porque se sentía mal. “Fui al Locatel a ver si tenían alguna inyección, pero no me pudieron atender. Volví y ya el Guardia Nacional había recogido las cédulas. Hago esta cola de la tercera edad a ver si puedo comprar algo”, explicó, al tiempo que miraba cómo dos jóvenes descargaban varios paquetes de papel tualé y los metían al local con una carretilla.

“Me siento mal, ya casi no puedo estar aquí parada. Me duele el cuerpo”, se quejó Iselia debido a la intoxicación que sufrió horas antes, sin embargo cruzaba los dedos para ver si la dejaban pasar al local en la fila de la tercera edad a comprar un paquete de papel tualé, que ya tenía planeado intercambiar con una de sus amigas.

Fotos: Cheche Díaz.


Participa en la conversación