Joven wayuu con retardo mental sufre ataques de rabia a causa del hambre

Eufemia González confesó que el hambre hace que a sus hijos les duela la cabeza y se les pongan pálidos los labios. A Juan le dan ataques de ira cuando no tiene nada que llevarse a la boca. La familia tiene seis meses sin comer arroz y más de un año sin comer proteína.

Maracaibo. Las 12:37 de la tarde, la arena se cuela por cada rendija de la casa mientras la figura enclenque y sombría de Juan saluda a los que rara vez pasan por la última trilla del barrio Brisas del Morichal. Sentado en una silla vieja se mira las manos de vez en cuando, se pasa las uñas por la cara y se las vuelve a mirar. Eufemia, su madre, lo observa fijamente y ante la presencia de extraños en la casa, revela: “Él pierde la razón, no sabe lo que está haciendo desde que tenía 10 años, él era un niño normal”.

Lo que su madre define como “esa cosa” le quitó a Juan la habilidad de “ser un niño normal”. A los 10 años convulsionó por una fiebre alta. Los médicos en aquel momento les advirtieron a los padres que el niño podría sufrir de la cabeza y que los cuidados eran necesarios, sobre todo, durante su desarrollo. Hoy tiene 23 años, pero “es como un bebé”.

Mientras miraba cómo su hijo mayor se consume en la necesidad, Eufemia confesó: “El hambre me lo va a matar”. El estado de Juan es crítico, está mal nutrido y falto de peso. Él y sus siete hermanos, comen una vez al día “a veces”, el resto lo pasan sin nada en el estómago. La mujer de etnia wayuu reveló que su familia tiene más de seis meses que no come arroz y que de la carne o el queso ya no se acuerdan. “Esa comida es imposible de comprar para nosotros”.

La impotencia y el miedo se apoderan de la madre cuando las horas transcurren y no hay nada que comer. “Les duele la cabeza y al más chiquito se le ponen los labios muy blancos”. La noche anterior comieron yuca con mantequilla, “un poquito para cada uno y ahorita no hay nada, puede que en la noche su padre traiga algo o puede que no y nos acostemos sin comer”.

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Efectos del hambre

Los trastornos que el hambre prolongada producen en la familia Fonseca se convierten, muchas veces, en “un mal momento”. Cuanta más hambre tenga, más rabia le da a Juan, quien ha llegado a pegarles a sus hermanos en sus ataques de furia, que también le hacen perder la memoria. “Se pone bravo, a veces recuerda un poco y a veces no”.

Eufemia lamenta su situación, porque eso le ha impedido llevar al médico a su hijo. Su voz se entre corta y suelta: “Yo lo que quiero es que lo vea un médico y que alguien nos ayude para que al menos él coma bien, porque mi bebé se me va a ir en cualquier momento”.

La familia Fonseca vive en una casa de la Misión Vivienda aun sin terminar. Según Eufemia, la obra estuvo paralizada tres años. “Yo me metí así hace poco, pero todavía le faltan cosas. Dicen que todavía no han bajado los materiales para terminarlas pero otros dicen que sí los bajaron y se los robaron”.

Trabajo duro

Juan Fonseca, el padre de Juan Palacio de 23 años y de Eva Fonseca (20), Vanessa Fonseca (17), Wilmer Fonseca (15), Evelin González, (13), Elvis González (10) años y Eddy González de 6 años, trabaja como albañil. Esa tarde no estaba en casa porque salió a “marañar”. Eufemia contó que el sale tempranito todos los días a buscar qué hacer para llevarle algo de comer a sus hijos.

“Él vacía placa, echa piso, pero ahorita no hay nada. Ahorita no tengo nada que darle al niño porque su papá no ha hecho nada”. También dijo que aunque el resto de sus hijos va a clases y ya son grandes, “es difícil ver que no tienen nada que comer, a veces no van porque no tenemos nada”.

Foto: Mariela Nava


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