No hay datos oficiales de cuántos están en situación de calle y en el trabajo informal. Lo que salta a la vista es que hay más vendiendo caramelos, chupetas y mangos en los alrededores de las estaciones del Metro. Los investigadores denuncian que no existen políticas de atención y la estructura de protección está desmantelada.

Caracas. “No sabemos si hay más o hay menos”, dice Gustavo Misle director —junto con su esposa, Deana Albano— de la Asociación Muchachos de la Calle. No hay forma de cuantificar, no hay recursos para hacer trabajo de campo, no hay cómo atenderlos, no hay estructura y los entes encargados de su protección están ausentes. Sin embargo, la crisis económica actual los lanza a las calle para sobrevivir: niñez abandonada.

Hablamos de los niños, niñas y adolescentes (NNA) en situación de calle. ¿Cada vez son más? Si caminamos por Los Cortijos, por la avenida Andrés Bello, Chacao, Chacaíto, Plaza Venezuela, Bellas Artes, La Concordia, La Hoyada, posiblemente la cuenta visual nos de este resultado: sí.

Si ahondamos en los registros oficiales, en los consejos de protección, en las investigaciones de las organizaciones no gubernamentales, no hay datos actualizados sobre la niñez en estado de vulnerabilidad.

Se ven en grupos de cinco, de 10 muchachos, en las esquinas, en las afueras de los locales de comida, en las entradas de las estaciones del Metro de Caracas.

Sucios, descalzos, simulando peleas, comiendo mango o un pedazo de pan mendigado. Algunos andan con sus bolsas de caramelos desgastadas: “Uno en 200, tres por 500”, vociferan. Los guardan en sus bolsos tricolores, esos que en una oportunidad usaron para ir a la escuela bolivariana.

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Deana Albano recordó que en los años 90 se hizo evidente la presencia de niños y niñas en las calles de las principales ciudades, como resultado de la crisis de estructuras sociales y familiares, y como último eslabón de la cadena de pobreza, como símbolo de la exclusión de las instituciones tradicionales: la familia, la escuela, los centros de atención y la comunidad.

Los muchachos de la calle, el sector más vulnerado en sus derechos en cuanto a educación y servicios básicos, pierden oportunidades de formación y capacitación, y su nivel de escolaridad es muy bajo y por ende menos capacitado para el trabajo. Por eso se ven obligados a recurrir a estrategias, tan diversas que van desde la mendicidad hasta casos extremos como que se involucren en hechos irregulares, en la mayoría de los casos inducidos por adultos.

Explica Aldana, quien además es psicóloga, que en la calle hay un círculo vicioso que rodea a estos muchachos, empezando por el adulto que lo induce a cometer delitos, la madre que le acepta el dinero y objetos para la casa, como “la nevera que siempre soñó”, sin preguntarle de dónde lo sacó.

Y cuando ese muchacho es detenido, muchas veces sin saber por qué, dice, es recluido en una institución que no tiene talleres de formación laboral, no tiene espacios educativos, no tiene bibliotecas y mucho menos personal especializado para atenderlo. En esa institución son violados sus derechos a la salud, a la educación, al uso del tiempo libre. “Y un elemento importante, se olvida su condición humana”.

A su juicio, el Estado intentó abordar este problema, hubo una considerable movilización de recursos humanos y financieros, los esfuerzos fueron visibles y notorios.

Con el propósito de proporcionar un marco legal al niño y adolescente, se promulgaron leyes, surgieron y se desarrollaron importantes contribuciones a la definición de políticas públicas para la protección de la infancia y la familia.

Igualmente, hubo una efervescencia de modelos de intervención. Numerosos congresos sobre los derechos de los niños, seminarios, foros, folletos, trípticos, videos, dieron cuenta de una gran cantidad de proyectos a favor de los niños de la calle.

Hasta Hugo Chávez, expresidente fallecido, prometió el día que ganó las elecciones el 6 de diciembre de 1998, acabar con este problema. “Declaro que no permitiré que en Venezuela haya un solo niño de la calle sino dejo de llamarme Hugo Chávez Frías”, dijo.

Del aula a la camioneta

Carlitos, nombre ficticio para resguardar su identidad, por supuesto ni escuchó, ni conoció a Chávez, así que no sabe que en su nombre hicieron falsas promesas.

Fotos: Luis Morillo

Él vende caramelos en las camionetas que van de La Bandera a El Valle. Es arisco, uno se imagina que eso lo mantiene alerta ante los vicios de la calle. Estudia primaria. “5º grado”, dice cuando le preguntan el por qué no está en la escuela. “La maestra no fue”, informa y sigue su camino por el pasillo.

Antes de bajar cuenta los caramelos que le quedan y el billete recabado lo guarda en su bolso tricolor.

El niño no pasa de los 10 años y ya tiene en su rostro la adolescencia prematura, esa que impone la vida en la calle y a la que por obligación le arrojó la crisis económica que lo apartó del juego, de la pelota, de la pantalla del televisor.

En su andar coincide con otros niños que venden mangos, que ayudan a sus papás a caletear carretillas, que andan de colectores en las busetas, que lavan carros, que van a comprar el gas o simplemente que andan pidiendo comida en las afueras de los locales de los comercios.

Carlitos ese día andaba solo. Pero ese no es el mismo caso de los niños que se concentran en las afueras del comedor Mama Rosa del ministerio de las Comunas en Chacaíto.

En la fila esperando la arepa se encuentran grupos de hermanitos, todos en una seguidilla de edades, que ya a las 9:00 a. m. con el desayuno en sus manos, se enfilan por el bulevar de Sabana Grande a vender caramelos y chupetas.

Otro punto donde se les ve, principalmente en horas de la tarde, es en la plaza Francisco Narváez de La Hoyada. Algunos incluso tienen sus uniformes de bachillerato, son colectores y vendedores informales. Lo mismo por los alrededores del Sambil de La Candelaria y en Bellas Artes.

Lo que permite inferir que la mayoría de los programas implementados en estos últimos años no arrojaron los resultados esperados, algunos fracasaron o les tuvieron que reformular sus objetivos.

“El motivo fundamental fue la ausencia de investigaciones que proporcionaran la información necesaria para prevenir la situación de los niños que hacen de la calle su forma de vida”, reconoce Aldalna.

Rubén Loaiza, presidente del Consejo Municipal de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes del municipio Chacao, también admite que no hay cifras actuales de si hay más o menos NNA en situación de calle y forzados al trabajo informal.

Rescató estadísticas de 2018: en promedio en esta jurisdicción hay cerca de 80 NNA. Provienen de los municipios Sucre y Libertador en su mayoría.

Algunos son buhoneros y otros pedigüeños. Incluso llegan al municipio con ropa y calzados y luego se quitan todo, quedan en shorts y descalzos para hacer que los transeúntes se conduelan de su situación.

Fotos: Luis Morillo

Un estudio de finales de 2018 de Cecodap, reveló que alrededor de 690 niños deambulaban en tres de los cinco municipios de Caracas, principalmente en las riberas del Guaire.

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Niñez abandonada

La niñez en Venezuela, ahora, no solo está expuesta a enfermedades totalmente prevenibles, desnutrición, hambre, ausencia de tratamientos médicos, falta de medicinas, accidentes, sino que además sus vidas están claramente amenazadas por la acción delictiva de individuos y grupos criminales.

De lo anterior no hay otro resultado que los daños irreparables: de forma violenta murieron 1484 NNA solo en 2018, según el Observatorio Venezolano de Violencia. La mayoría de esos fallecimientos (840) fueron homicidios. Sin contar los que a diario fallecen en las salas de los hospitales.

Ese dato aparece en el reciente informe especial presentado por Cecodap, sobre muertes violentas y otras formas de violencia contra los niños, niñas y adolescencia en Venezuela, en donde se dice que en las familias, escuelas y comunidades predomina la desprotección, desesperanza, y la naturalización de la violencia.

Específicamente, señala que los NNA se forman en una cultura de crisis y violencia que amenaza cualquier proyecto de vida.

Y en ese trance anda Isabela (también se le reserva su verdadera identidad) de 16 años. Ella vive en la avenida Lecuna y dejó los estudios para poder ganarse el pan.

Camina de punta a punta las colas de pasajeros que se forman en La Hoyada vendiendo los famosos chiclets miniboom.

A veces son las 7:00 p. m. y no se detiene. El hambre y el cansancio se le notan en la mirada y en la voz que ya no tiene la misma fuerza de la mañana. “A 300 bolívares”, grita mientras la gente la ve pasar de un lado a otro.

En esa plaza se cuidan de los policías que les “tumban“ la mercancía y les cobran vacuna. Ella no tiene un mantel, solo deambula y eso le permite escabullirse de los uniformados, que desde el pasado miércoles 22 de mayo iniciaron “un plan de recuperación de este espacio”.

A partir del año 2007 tenemos la reforma de la ley de infancia y el desmantelamiento intencional del sistema de protección, lo que agudiza la problemática en esta población, según Carlos Trapani, coordinador general de Cedodap.

Y eso nos puso en el momento actual, en el cual los consejos de protección y los centros receptores de denuncias referentes al abuso y explotación sexual infantil muestran grandes debilidades: no tienen personal especializado, no tienen espacios para atender a los chamos, no tienen archivos, no tienen ni baños.

Las oficinas de la Lopnna cierran luego del mediodía. Y ahora, con el horario especial escolar, no hay quien supervise.

La investigación de Cecodap dice además que la presión económica y social está haciendo cada vez más difícil el camino a la escuela.

Con una inflación de 1.698.488 % en 2018, según datos de la Asamblea Nacional, la vida en el país se ha trastrocado y la gente hace malabares para lidiar con el proceso hiperinflacionario. En medio de esta realidad, abandonar la escuela es la opción más cercana en las familias más vulnerables.

La Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi-2018) reveló que solo 70 % de la población escolar entre 3 y 24 años está asistiendo a clases regularmente.

Lo que hace presumir que parte de ese otro 30 % está en las calles, bien en la mendicidad o, como Carlitos e Isabel, obligados a trabajar en la informalidad para poder sobrevivir. Niñez abandonada.

Fotos: Luis Morillo

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