Paraguaná, el pueblo manso que se muere de hambre

En la memoria del pueblo está la hambruna de 1912 que obligó a muchos a huir de la península en busca de alimentos en Coro. Hoy, la falta de alimentos deja huella en el rostro y alma de los pobladores.

Caracas. Al verlos, la primera reacción es de asombro. Es como si los años, todos los años, hubiesen caídos sobre ellos así, de repente, de sopetón. Pero no. Es la huella del hambre. Es el sufrimiento que veo en mis familiares, amigos y conocidos en el periplo por Valencia (Carabobo), Coro, Punto Fijo y en Moruy (Falcón).

El hambre no distingue edad, ni tamaño, ni siquiera condición social, porque de nada vale tener algunos recursos si no se consigue qué comer.

Los niños son las principales víctimas porque la falta de alimentos pone en entredicho su crecimiento. Sin embargo, la preocupación es también por aquellos que aún no llegan a 30 o 40 años de edad y pareciera que tuvieran 60 o 70 años, porque significa que su capacidad de resistencia es menor y, en consecuencia, pueden ser objeto de enfermedades en las próximas décadas.

¨No conseguimos comida, y si las hay, están tan caras que es imposible comer como antes”, relata Noiria Molina, quien ha rebajado 10 kilos en menos de un mes y ya no sonríe como antes.

El hambre no solo deja huellas en su rostro, sino en su alma.

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“En diciembre prometieron unas bolsas de Clap y entró el año nuevo y no llegan”, cuenta Xiomy Zavarce, maestra en un colegio de Paraguaná, al cual bajó la asistencia de alumnos desde que el Programa de Alimentación Escolar (PAE), que servía de aliento a los padres que no podían cubrir las tres comidas de sus hijos, dejó de existir.

Zavarce dice que a veces tienen que compartir lo poco que ganan como educadores y que han tenido que suspender actividades porque los pequeños se desmayan. “Es un viacrucis”, resume.

Paraguaná es un reflejo de lo que ocurre en todo el país: familias que salen a buscar en la basura lo que falta en sus casas, mientras no entienden el por qué las autoridades —regionales y municipales— se ufanan de allanar comercios y de llevarse la mercancía que luego no es vendida, ni mucho menos distribuida entre las comunas y consejos comunales, como prometen la gobernadora Stella Lugo de Montilla, y el alcalde del municipio Falcón, Freddy Romero. “¿Qué hay detrás de esos decomisos?”, se preguntan.

En medio de esta calamidad, surge un relato propio del realismo mágico. PoliFalcón ultimó a un delincuente que, al parecer, fungía como un Robin Hood. El personaje se dedicaba a robar las gandolas o camiones que traían productos por la vía Coro-Punto Fijo a la altura de El Matacán o La Vía Santa Ana, y después llamaba a la gente para que saqueara las unidades. Por esa razón, el día que fue ¨sacado de circulación” hubo protestas contra la policía.

“En momentos aciagos pasan cosas como esas: en lugar de pedir justicia por el delito, se protege a quien, entrecomillas, defiende el derecho de la gente”, dice Robert Díaz, quien no es psicólogo, solo un observador de lo que pasa en tierras paraguaneras.

El hambre hace mella en el cuerpo de los coterráneos, más no en sus convicciones y principios. Aún recuerdan las canciones de Alí Primera y esperan que el “pueblo manso” se rebele contra la (in)justicia, de modo que puedan olvidar aquella cifra que revelan las encuestas. 3 % de los venezolanos comen tres veces al día, según Meganálisis, una consultora que nació en Falcón, pero que se ha extendido a todo el país.

La esperanza es que no se repita aquella trágica histórica de Guasare. en el trayecto Coro-Punto Fijo, y que dio nacimiento a las ánimas de ese mismo nombre. Entre 1911 y 1914, afectados por la sequía en Paraguaná, cientos de personas huyeron hacia Coro; muchas quedaron en el camino. 1912 fue el periodo más difícil. En su honor, se levantó un santuario donde los devotos expresamos nuestra fe y la esperanza de que la hambruna de 1912 no vuelva a repetirse en tierras falconianas.

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Los paraguaneros también padecen de otros males: la falta de agua potable y las fallas en el sistema eléctrico.

El primero porque al Gobierno se le ocurrió la genial ideal de crear “el sistema bolivariano de agua” que no se concretó, a pesar de que se gastaron millones de dólares en un proyecto pagado a los chinos. El “sistema” fracasó porque la tubería fue colocada en el istmo de Coro y fue “tragada” por el mar el día de la inauguración. La Gobernación de Falcón descuidó el embalse de Coro, de manera que ahora solo hay maleza y un racionamiento que afecta a la capital y, por ende, a 20 municipios de la entidad.

El segundo, los cortes eléctricos, atribuido a la falta de mantenimiento de las instalaciones, el cual debe hacerse de manera periódica porque el salitre se come el cableado; ante la carencia de inversión. Por último, un nuevo elemento: el robo de los cables que, posteriormente, son vendidos en Aruba y Curazao, donde los pagan en dólares. La crisis ha generado así más inseguridad.

“Ah, mundo, mi pueblo manso, mi manso pueblo”, cantaría Alí.

Foto referencial: Mariela Nava


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