En el mismo punto, bajo el mismo árbol, flanqueando el reloj de la plaza del Rectorado, ahí está de nuevo William, con la sonrisa habitual, batiendo la mezcla y sirviendo chicha.

Caracas. William Escalona, el famoso chichero de la Universidad Central de Venezuela (UCV), luego de un año ausente, regresó al mismo punto, bajo el mismo árbol, flanqueando el reloj de la plaza del Rectorado. Ahí está de nuevo, con su sonrisa habitual, batiendo la mezcla y sirviendo chicha.

Escalona representa un negocio iniciado en 1950 por Matos Urbina, quien se asoció con Carlos Escalona, su papá. Pasaron años y él convirtió la pequeña empresa no solo en patrimonio de la UCV, sino también en ícono de Caracas.

Pacientes y visitantes del Clínico, público asistente a una obra de teatro, usuarios de las canchas y estudiantes hacían parada obligatoria bajo el paraguas azul con rojo que cubría del sol el carrito del chichero.

Hace un año, el espacio se quedó solo y la ausencia no tardó en notarse. Nadie llenó ese vacío del chichero, que incluso contaba con el permiso del Consejo Universitario para trabajar ahí.

Obligado por la crisis económica, el costo de los insumos, la escasez de dinero en efectivo, William tuvo que parar el negocio con el que levantó a su familia.

Llevaba tres ollas de más de 80 litros de chicha. Y todo lo vendía antes de las 12:00 m. Eso lo hizo exitoso.

Llegó el momento en el que la gente no podía pagar un vaso que no pasaba de 150 bolívares. Comprar azúcar y leche era imposible y por eso no pude más.

Decidió guardar el carro. Y durante todo este tiempo se dedicó a hacer otros oficios, entre ellos mecánica. Su hija, Mariam, quien lo acompañaba a diario, también se puso a hacer cosas, como manicura, para poder subsistir.

Pero Escalona no aguantó: sacó cuentas otra vez y, hace tres semanas, dijo que sí podía.

Fue a Catia a comprar azúcar y leche. Consiguió en 3500 y 8000 cada producto. Aunque sabe que eso va a variar con el paso de los días.

Regresar al mismo punto fue para él —y también para Mariam— una emoción inmensa. Lo dice mientras se le dibuja una sonrisa en la cara. También para los que hacen vida en la UCV fue la sorpresa del año.

No encontró el mismo ambiente, el mismo sentir. Lo que halló a su regreso es “una universidad cambiada completamente, con otra imagen, con menos gente. Sin embargo la aceptación fue muy buena. Los que pasan por aquí se sienten motivados al verme. Nunca me pasó por la cabeza irme del país, a pesar de los problemas que hay, uno es de aquí”.

Se pone de 8:00 a. m. a 1:00 p. m. A pesar de que en la universidad hay poca afluencia logra vender todo el producto. No lleva las cuatro ollas, solo dos o una y media. Para después de Carnavales introducirá de nuevo la chicha de ajonjolí.

Y aunque no llegó renovado con el tarantín, pues es el mismo carro que usó su papá, trabaja con transferencia y pago móvil para poder darle vida al negocio. Ahora vende de 600 a 1200 cada vaso de chicha que sirve con la leche condensada y la canela. Conserva los pitillos, pero ya no hay derroche de servilletas ni de vasos.

Así, William Escalona insiste en darle vida a una tradición valorada y reconocida no solo por los ucevistas, sino por la mayoría de los caraqueños. Un ejemplo a seguir de Gente Buena.


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