La resistencia indígena en Ciudad Guayana es contra el hambre y el olvido

Los waraos de los asentamientos de Puerto Ordaz y San Félix enfrentan las mismas penurias que los llevaron a huir de su territorio de origen, Delta Amacuro. Todo ello entre promesas gubernamentales que no se concretan.

Ciudad GuayanaAllí está, justo en frente de Campo A, una de las urbanizaciones que levantó Orinoco Mining Company en la prometedora Puerto Ordaz. Allí, al lado del mercado de Castillito. Allí, entre dos centros comerciales. Es el contraste pleno: en el medio de todo, unas barracas de madera y zinc. Una fogata con nada. Dos o tres perros purulentos.

Hay vida. Acá, tal parece, no ha llegado la reivindicación que se ha prometido. 100 personas, 20 familias. Todos, indígenas de la etnia warao. Todos, pasando hambre.

El asentamiento se llama La Riviera, como uno de los edificios que tiene al lado. El desplazamiento de indígenas desde Delta Amacuro hasta Ciudad Guayana comenzó hace más de 30 años: la promesa de futuros mejores era muy consistente en aquella urbe de empresas boyantes.

El asentamiento está en pleno Puerto Ordaz
El asentamiento está en pleno Puerto Ordaz

Pero el futuro, este, no fue el que previeron. Entre Puerto Ordaz y San Félix hay tres comunidades waraos: La Riviera, Cambalache —en la primera— y otra, sin nombre, en una avenida de San Félix y justo en frente del terminal de pasajeros. Los denominadores comunes: hambre, quejas por la falta de viviendas, embarazos precoces, la propagación del VIH, una que otra visita política con promesas y regalos y más hambre.

Por eso, José, uno de los encargados ante la ausencia del cacique de la comunidad, dice que nadie hablará esta tarde. Alega que están cansados de denunciar en los periódicos para que luego eso se transforme en una amenaza gubernamental: ‘como ustedes dijeron eso, ahora no les doy’.

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Vacío y nada más

“Ser el órgano rector que proporcione la mayor suma de felicidad posible a los pueblos y comunidades indígenas en su entorno natural, facilitando la generación de políticas, planes, programas y proyectos en la gestión comunal indígena, optimizando los niveles de eficiencia, eficacia, efectividad, afectividad, transparencia, solidaridad y respeto a sus valores, principios, usos y costumbres ancestrales”.

La profusa explicación del Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas contrasta con la realidad de La Riviera: si a ver se va, por ejemplo, en la educación, una barraca funciona como el aula en la que no hay maestros.

“Se burlan de nosotros, hermano. Tantos años [que] tenemos aquí, solamente es que se burlan de la gente. Aquí nosotros hablamos una cosa y después se dice otra”, insiste José.

Mientras todo esto ocurre, el sitio web de la Gobernación de Bolívar publica una nota: “Gracias a la gestión del Gobernador Francisco Rangel Gómez, las mujeres indígenas en la entidad han tenido mayor relevancia y han sido tomadas en cuenta en todos los ámbitos posibles, a fin de retribuirles tantos años de aislamiento social”.

Es raro. Aislamiento social es lo que, ahora, siente José mientras habla en nombre de todos. Por ejemplo, cuando se le pregunta lo que comieron hoy: “estamos comiendo aire. Ponga así mismo, en una página ‘Los indígenas no están comiendo nada’. Así mismo, amigo”.

Lo que tocó

Los waraos de estas comunidades de Ciudad Guayana —también presentes en varios de los semáforos en el papel de mendigos—, para paliar el hambre, a veces recurren a la caridad. La Fundación Me Diste de Comer, que dirige Carlos Corinaldesi, llevaba una carrucha con comida a Cambalache. Sin embargo, las ayudas fueron suspendidas por la escasez.

“Por eso es que nosotros decimos que la resistencia indígena es ahora. Claro que están resistiendo. Esto que ha ocurrido es resistencia”, dice Corinaldesi las veces que puede.

Regni Bastardo, uno de los habitantes de La Riviera —y becado en la Universidad Católica Andrés Bello de Guayana— habla de otro elemento: la discriminación. Ha escuchado que de la Misión Vivienda les piden desalojar porque afean el panorama y que la gente, en lugar de ayudarlos, prefiere pasar de largo.

Pero no quiere seguir hablando, teme que lo utilicen. Como ha ocurrido con las promesas, como ha ocurrido con los políticos. Mientras, el agua hierve en una olla. Pronto, allí, cocinará yuca. Lo único que comen porque la cultivan. Ese es el futuro que les tocó.

Fotos Cortesía


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