Esta es la segunda vez que en 10 meses que saquean este negocio, ubicado en la calle Cajigal, donde la madrugada del viernes 21 de abril destrozaron 18 locales y murieron 11 personas.

Los empleados de la panadería comentaron afligidos que se ensañaron con “el portugués”, a quien definieron como un hombre solidario con la comunidad.

Caracas. Aunque en la calle la Cajigal de la parroquia El Valle ya quedan menos destrozos a la vista —cortesía de las cuadrillas de la Alcaldía de Caracas que durante los últimos tres días se encargaron de recoger las muestras del vandalismo—, sus habitantes repasan la película que comenzó el día 20 de abril a las 9:00 p. m., luego de un cacerolazo, y que terminó con 18 negocios saqueados, 11 muertos según cifra oficial y docenas de desempleados.

Solo en la panadería La Mayer del Pan, 32 trabajadores quedaron cesantes. Este martes el dueño, quien es conocido por todos en el barrio pero que pidió el resguardo de su identidad, los liquidó a todos pues no sabe cuándo podrá volver a estar operativo el negocio que, durante 12 años, fue uno de los más prósperos de la zona.

Lo más que se comenta en el barrio es el tema de los electrocutados.

Calle violenta. A cuatro días de los eventos que mantuvieron en vilo a los habitantes, se tejen historias de lo ocurrido. El movimiento en la Cajigal, que el viernes 21 de abril se convirtió en noticia nacional, parece no detenerse.

El bullicio de los buhoneros, motorizados y de los vecinos que van y vienen sin descanso mantiene activa está vía que conecta con el sector Los Rosales de La Bandera.

En ese lugar todos comentan sobre los saqueos recientes: describen que vieron a los motorizados subiendo hacia el cerro con los electrocutados, que los cortaban por los brazos y piernas para que con la sangre saliera la corriente, que hubo muchos asfixiados, heridos de bala y hasta niños participando en los saqueos.

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En la panadería La Mayer del Pan, donde encontraron a 13 personas electrocutadas —de las cuales murieron ocho— la desolación no solo se apoderó del negocio, sino también de los 32 trabajadores, que ahora quedaron en el aire.

Según los lugareños, su dueño es una persona muy caritativa. Los empleados también exaltaron su labor humanitaria.

“Me duele quedarme sin trabajo, pero me da mucha tristeza lo que le hicieron a mi jefe. Él no se merecía esto. Tenía cinco años aquí y separarme de todo esto pega. Él es una persona que si alguien no tenía completo para pagar igual dejaba que se llevara el producto, y a las 9:00 p. m. cuando cerraba tenía una cola de gente en la puerta esperando pan. Si tenía, se los daba. Es una persona solidaria y creo que se ensañaron con él”, contó Ana Peña, trabajadora.

Y con ojos lagrimosos, añadió: “Soy madre soltera de cuatro hijos, y ahora me siento en un vacío”.

Las empleadas aseguran que se ensañaron con el local.

La panadería está completamente dañada. Todos los estantes, neveras, el cableado eléctrico, computadoras, cámaras de seguridad, utensilios y toda la materia prima fue robada.

“Si tuviera algo en el depósito, estuviera trabajando, pero todo se lo llevaron y no sé cuándo pueda reponerlo. Por eso llegué a un acuerdo con los trabajadores, los estoy liquidando y les dije que si consiguen trabajo, que le echen pichón. Si abro en tres o cuatro meses, los llamaré y si alguno quiere regresar, bienvenido. Pero ahora no tengo cómo responderles”, comentó el dueño del local.

La panadería está limpia y todo fue ordenado, aunque nada funciona. La máquina del café está en su sitio, pero pretendieron llevársela. La halaron y el cable de energía quedó guindando, igual que las tuberías de agua.

“Yo no tenía ningún cerco eléctrico en las puertas, si eso hubiese sido así se quedan pegado los primeros que entraron, cualquiera que por la acera pasara se hubiese electrocutado, hasta yo abriendo el portón. Por medidas de seguridad eso no es posible tenerlo en el interior de un negocio. Sucedió que el cable de alta tensión entró en contacto con el agua y cuando las personas intentaron desprender las neveras y los equipos se electrocutaron. Pero ya aquí la gente se había llevado todo, incluso lo del depósito”, narró el gerente. Y mostró el sitio donde, según las investigaciones forenses, presumen se inició el corto circuito.

Otras cuatro empleadas que ya habían recibido su pago, y que estaban acodadas en uno de los mostradores, comentaron indignadas que se quedaban sin trabajo por culpa de unos delincuentes. “No saquearon por hambre, se llevaron las pocetas. Y ahora el perjudicado es uno. Se ensañaron con el portugués”, se oyó durante la conversación que tenían.

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Hombres y mujeres que caminaban de un lado a otro tenían las caras largas y los ojos llenos de lágrimas. El dueño también lucía angustiado. “Me siento mal, quizá debí dejar pasar a los medios de comunicación ese día para que vieran que no tengo cercado eléctrico. No he recibido ataques directamente de los familiares de las víctimas, pero el comentario en la comunidad es ese”.

Dijo que su familia no se quiere ir, que seguirán trabajando como lo han hecho toda la vida, ya están nacionalizados y no se ven comenzando de nuevo en otro país.

El 24 de junio de 2016 también fue saqueada la panadería. En ese momento, reparar la máquina del café costó tres millones de bolívares.

Ahora tengo que reponer todo y lo más costoso son los vidrios, pues son dobles y curvos.

Promesas a granel. Luego de los saqueos, el Gobierno ofreció villas y castillos a los afectados. Todos han participado en mesas de trabajo y en reuniones. Se habla de un subsidio y de facilidad de créditos.

Ya las inspecciones se iniciaron. “Esperemos que eso sea así”, dijo el portugués.

Long Zhen, dueño del automercado Ofercenter 2011, también espera por la ayuda prometida. “No sabemos para cuándo. Ellos [los del gobierno] se ofrecieron. Ojalá sea rápido”.

Completamente pelado quedó el negocio de los chinos.

En su local solo hay estantes vacíos. Ahí todo está limpio, como recién inaugurado. De él dependen otros 15 trabajadores a los que por los momentos les está pagando el sueldo y demás beneficios. Pero igual está en la encrucijada del tiempo.

Puertas afuera de su local, los que no fueron afectados por los saqueos trabajan sin cesar, pero con temor de otra arremetida. Dicen que esto no ha terminado, pero no entiendo porqué tanta maldad, aquí todos somos del barrio, señaló Carmen Bolívar, asidua compradora del mercadito de la Cajigal, donde saquearon ocho locales pequeños. “Esa gente lo que hace es trabajar y mira cómo los dejaron”.

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Por ejemplo, a Jesús Cáceres, quien tenía una tienda de víveres junto con su esposa, quedó prácticamente en la calle. “Nos vinieron a inspeccionar y nos están pidiendo una cantidad de papeles para poder tramitar el crédito, pero mi esposo aún está en shock. Este es nuestro único ingreso y ahora lo que tenemos son deudas con los proveedores”, dijo Rosario Rodríguez.

No menos afectada está Lilian Altuma: dos locales que gerencia fueron desvalijados por completo. “Esto fue como una guerra, me avisaron como a las 9:00 p. m., me vine al sitio, pero no pude hacer nada. Había encapuchados y gente como hormigas. Tengo deudas que ascienden a 80 millones de bolívares y 10 empleados que no puedo mantener. Les dije que no se pararan por mí y que trataran de buscar trabajo en otro lado. No sabemos cuánto dura esto”.

Pero Altuma confía en las promesas del Gobierno. “La idea es seguir trabajando”.

La mayoría de los comerciantes agraviados enderezaron sus santamarías y recogieron lo poco que les quedó.

Por la Cajigal las patrullas pasan de forma intermitente, mientras que en la vía el cuchicheo no para. Las palabras “saqueo” y “electrocutados” están en boca de todos. Más de uno dirige aún miradas de asombro hacia las fachadas de los locales destrozados.

“Esto que pasó aquí es muy lamentable. Tengo una conocida que perdió su hijo en la panadería. Ella lo retuvo para que no bajara, el muchacho, que era universitario, se escapó y murió. Cuando el grupo que bajó con él regresó, el chico no estaba. Imagínate, aquí hay muchas tragedias”, narró Altuma, mientras recibía palmadas solidarias de los vecinos.

Fotos: Mabel Sarmiento


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