El resto de la ciudad capital estaba bajo la rutina de los primeros días de enero. Todo a media máquina: poco transporte, vida peatonal disminuida y comercios aún cerrados.

Caracas. Venezuela políticamente tiene un antes y un después a partir de este 10 de enero. Y eso se palpa en las calles.

Caracas se partió en dos imágenes. Por un lado, la ciudad, repleta de pendones con la frase #SoyPresidente, intentaba tener un día de júbilo y por el otro, se impuso un aire de desconocimiento, apatía y rechazo.

Solo en los alrededores del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y del casco central se concentraron quienes “respaldaron” el acto que en horas de la mañana encabezó Nicolas Maduro, quien se montó la banda presidencial para lo que llamó su segundo mandato.

Fuera de ese ámbito, la situación pintó de otro color. En Altamira, Chacao, Bello Monte, por citar tres sectores del este capitalino, la rutina fue la propia de los primeros días del año: todo a media máquina, poco transporte, vida peatonal disminuida y comercios aún cerrados.

Incluso los pocos que abrieron 24 horas antes no trabajaron este jueves. Los rumores de confrontación social quizás ayudaron a que, por lo menos en el centro de Caracas, todo se viera como un día festivo, hasta para algunas farmacias.

En los rostros de los transeúntes se vio desánimo, más allá de la incertidumbre que se apoderó estos días de las redes sociales.

Los seguidores del oficialismo esta vez no hicieron grandes caminatas.

En el Metro de Caracas hubo fluidez. El llamado del Ministerio de Educación a suspender las actividades académicas este 10 de enero y el hecho de que los empleados públicos estaban convocados para los alrededores de las dependencias gubernamentales, hizo que mermara la afluencia de pasajeros. Sí se vieron grupos de personas “emperifollados” con sus atuendos rojos, banderas e imágenes de Chávez —más que de Maduro— pero no se notó la algarabía que solía darse en otros eventos políticos.

Rumbo a la toma

Sandra Cáceres agarró una camioneta desde Coche a eso de las 9:40 a. m., con el propósito de llegar a La Hoyada. Llevaba su camisa roja del Ministerio de Alimentación y una gorra.

Estaba pintada como todos los días cuando va a trabajar, y se le notaba un entusiasmo festivo. Con ella iban tres compañeros igual ataviados de rojo.

Eran los únicos que en esa unidad del trasporte público se dirigían a la concentración en apoyo al mandatario.

Se reían a carcajadas, vociferaban bromas, hablaban de tomarse una botella. Llamaban a otros compañeros para saber si ya se encontraban en el sitio. Pero lo notorio de ese episodio fue ver los rostros de los demás pasajeros: miradas acusadoras, que delataban que no aprobaban lo que estaba por ocurrir a menos de media hora de distancia, la llamada toma de Maduro.

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La camioneta salió de Coche sin novedad. Transitó por toda la intercomunal y a pocos metros se veía la autopista completamente vacía.

Pasó por El Valle, y el ambiente mañanero calcaba el del pasado 5 o 6 de enero. Una brisa fría con el sol medio asomándose, la gente en las paradas abrigadas y uno que otro policía de punto en medio de las vías.

Nada de sobresaltos en todo el recorrido. Ni paso de motorizados, ni bululú de oficialistas. Un grupo muy desnutrido se encontraba en La Bandera, y otro cerca del Inces de la Nueva Granada, donde, por cierto no hubo tarimas ni cierre parcial de vía en esta ocasión.

Sin novedad todo el sector suroeste de la capital. Y así llegó Sandra a La Hoyada, donde se bajó eufórica con sus tres amigos y se mezcló con la gente que trataba de cruzar la calle para llegar hasta la estación del Metro.

El centro no colapsó y la mayoría de las tiendas estuvieron cerradas.

A las 10:00 a. m. por la avenida Universidad se estacionaban las camionetas contratadas por el gobierno para traer a los funcionarios públicos desde el interior de la República.

Los presuntos simpatizantes del Gobierno se bajaban aún somnolientos y enfilaban camino a la avenida la Baralt.

Banderas, estampitas del chavismo, y pancartas donde se leía “Maduro, no le falles a la Patria”, se dejaban ver a esa hora en la esquina de Sociedad, donde fue instalada una pantalla gigante para televisar el acto del TSJ.

Foto: Gleybert Asencio

Había gente dispuesta en el cuadrante de la proyección, unos atentos y otros deslumbrados por la presencia de docenas de motos que pasaban ronroneando por todas las calles cercanas al casco central.

Las motos le daban a la concentración un toque que variaba entre la bulla y la intimidación. “Son los colectivos y están por toda la ciudad”, se le escuchó decir a una muchacha, quien ya estaba cerca de la esquina La Pedrera, rumbo al puente Llaguno.

Los motorizados dejaron la estela y se fueron a refugiar por los lados de la avenida Sucre, otro de los bastiones que, se dice, tiene el oficialismo.

Ni en Miraflores hubo despliegue militar.

En la esquina La Bolsa ya se concentraban otros seguidores. Desde ahí comenzaron a caminar hacia el norte de la avenida con la intención de llegar al máximo juzgado. En el trayecto había una tarima pequeña con un grupo de tambores. También estaban motorizados aglomerados en la vía.

No hubo mayor seguridad que la brindada por los escoltas de los directores ministeriales, que a esa hora se hacían fotografías para dejar constancia de su participación.

La imagen “abultada” no se logró, ni siquiera cuando Maduro inició su discurso ante los magistrados y las delegaciones internacionales de seis países.

En esa hora y media de alocución, la gente se mantuvo en el sitio. No pudo pasar más allá del puente El Guanábano, por lo que aprovechó para descansar en los recodos y buscar la comida ofrecida.

—Vamos hasta el TSJ.

—Para qué, vamos a quedarnos aquí, para que nos den la comida.

Ese intercambio de palabras se oyó justo sobre el puente Llaguno, a pocos metros de una de las puertas laterales del Ministerio de Finanzas, donde ya se hacía una cola para retirar los refrigerios.

Hasta ese tramo llegaba la movilización roja. De la Vicepresidencia hacia el este de la avenida Urdaneta todo estaba libre. Se caminaba sin sobresaltos, no había camiones con altavoces, ni tarimas con cornetas ensordecedoras.

De ahí a las plazas Bolívar y El Venezolano un solo paso, para que los visitantes del interior se fueran a descansar los pies y a tomarse las selfies del día.

Se apostaron en puente Llaguno los que no podían llegar al TSJ.

De Maracaibo, Bolívar, Lara y Los Llanos llegaron funcionarios en unidades que el Gobierno contrató a las líneas de transporte. Crónica.Uno recibió información de una cooperativa del bloque del Suroeste de Caracas a la que le pidieron 20 camionetas.

Pero hasta ese músculo automotor no estuvo a la medida del Ejecutivo, pues hay menos busetas en todo el país, precisamente por la falta de repuestos, aceites, cauchos y baterías y, por tanto, no pudieron echar mano del despliegue al que estaban acostumbrados los caraqueños en autopistas y las principales avenidas, hecho que generaba caos vehicular.

Este 10 de enero tampoco hubo trancas descomunales. Solo las avenidas Universidad, a partir de la esquina El Chorro; la Baralt desde Capitolio y la Urdaneta desde Santa Capilla tenían cierres.

Ya pasado el mediodía se vio bajar a muchos de los seguidores. Con sus morrales tricolores, las almohadas en los costados y la bolsita con los refrigerios. Cada quien agarraba su camino. La fuerza se debilitó al culminar el discurso de Maduro, en el cual este ofreció que los anuncios económicos ahora serán el 14 de enero y no el viernes 11.

El termómetro que mide la popularidad del régimen, una vez más, se vio frío.

Lograron concentrarse en apenas seis cuadras de la avenida Baralt.

Fotos y videos: Mabel Sarmiento Garmendia/Gleybert Asencio


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