Cerca de 500 personas, ancianos, mujeres con sus niños en brazos, estudiantes y obreros se refugian en la casa de Dios para beneficiarse con un vaso de sopa, quizás el único plato que llevan al estómago ese día.

Caracas. A las 12:00 m. la Basílica Menor Santa Capilla, conocida como la iglesia de Santa Capilla, ya estaba llena. Todos sus bancos estaban ocupados. Había gente sentada en los rincones y una cola de más de 80 personas esperaba para entrar a la casa de Dios.

A esa hora no estaba prevista una misa. Pero la gente llegó en cambote desde varias partes de la ciudad. Ancianos, obreros, mamás con sus muchachos en brazos y niños con sus uniformes escolares figuraban en la formación.

Este 18 de marzo todos entraron a la iglesia con paso apurado. Como lo hacen cada martes cerca de 500 personas. El motivo: reparten la olla solidaria.

En silencio uno a uno llegó al ala izquierda de la iglesia, donde hay una imagen del Jesús de la Misericordia con los brazos abiertos.

Aquí llega gente de todo tipo, atrás quedan sus historias. Hasta presos recién salidos de la cárcel hemos tenido en estos bancos. Los recibimos con el mismo propósito, no solo para llenarles el estómago, sino el espíritu. Le pedí a Dios que me ayudara, que me guiara. No podríamos solo servir solo la sopa. Con esta gente había que hacer algo y una noche Dios me dio las señales y era ayudarlos a irse de aquí con el cuerpo lleno de su palabra, dijo la hermana Camila Veliz, mientras organizaba los vasos para el agua.

Cerca de 15 voluntarios se presentan cada martes en Santa Capilla para ayudar a la hermana y a la señora Mariana Guerrero —catequista que hace sopa— a repartir los platos improvisados con jarras de plástico.

La hermana Veliz contó que quisiera tener unos mesones para que las personas se sientan más dignas.

La olla solidaria lleva dos años, se inició con el Año de la Misericordia. Antes lo hacían en la calle pero la logística no ayudaba mucho. Además, funcionarios de la Misión Negra Hipólita, según contó la religiosa, les reclamaron varias veces.Me peleé con ellos, se oponían a lo que hacíamos. Por eso decidimos hacerlo en la iglesia. Es mejor, porque se les da un rato más humano. Nos gustaría tener unos mesones para hacerlos sentir mucho mejor. Por ahora, los recibimos aquí.

El 18 de marzo la comida alcanzó para 420 personas. Es muy doloroso los que quedan sin nada, pero esa es la cantidad que podemos dar, señaló Veliz.

Ciertamente, la cara de tristeza de un papá que llegó tarde a la repartición dejó un mal sabor en los voluntarios. “Ya no hay más”, fue lo que le dijeron, haciendo de tripas corazones. El señor no insistió, bajó la mirada, le tomó la mano a su niña y salió del recinto.

Como él, otros tantos más se fueron con la desilusión marcada en el rostro.

Las personas siempre quedan con ganas de repetir, pero no es la norma.

Los que aún saboreaban hasta la última gota de la sopa, daban gracias y bendecían a cada rato. La hermana Veliz les señalaba la imagen de Cristo para que se lo agradecieran a él.

Los voluntarios le indican a las personas que se sienten en los bancos. Luego la gente pasa con un número que intercambian por la comida. Y siempre quedan con ganas de una segunda ronda. Pero no se puede, pues los que están atrás no tendrían la suerte de comer, quizás, el único plato del día.

La señora Mariana contó que empezaron con 80 sopas, luego 150 y ahora alcanzan aproximadamente 500.

La señora Mariana, a la izquierda, con una de las voluntarias.

No reciben donaciones en cantidad para preparar el hervido. Ella sale y busca los mejores precios. Sí hay gente que les lleva algunas verduras, caraotas y pasta y con eso completan. La organización Cáritas se sumó a colaborar recientemente. Sin embargo, la mayoría de las veces es ella la que saca de su bolsillo para preparar siete ollas de 100 litros. Por eso lo hacen una vez a la semana, así pueden disponer del tiempo suficiente para reunir los insumos e ingredientes.

En estos dos años han sumado más feligreses, pues además hacen labores de catequesis.

Y lo que más han obtenido con la olla solidaria son las sonrisas y el goce espiritual con el que se van los beneficiados, en pocas horas de atención brindados por unas personas que hacen el bien sin mirar a quien.

Fotos: Cortesía


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