Wendy y Denis pasan más tiempo en el J. M. de Los Ríos. Cada respiro que dan es para mantener a sus hijos vivos. Sus hogares están en tiempos suspendidos, así como sus visitas a la peluquería, los encuentros con amigas, la realización personal y profesional.

Caracas. Llegó el Día de las Madres. Y ya no es un día comercial como en los tiempos de la Venezuela “buchona”, producto de la renta petrolera.

Ahora se celebra con carestía y fuertes sentimientos a flor de piel. Hijos llevados por la diáspora y otros dejados atrás. Algunos tendrán dolores que no sanan, otros celebrarán hasta la insinuación de una sonrisa.

Debajo de ese paraguas de emociones, hay madres sencillas a las que la vida las puso a prueba con un hijo enfermo y las convirtió en unas verdaderas guerreras del amor.

Aquí le damos espacio a dos. Sabemos que son millones, pero en ellas, en su esencia y humildad, están representadas las mamás venezolanas. De esas que están hechas de fuego y madera y que son un ejemplo a seguir.

“Uno se siente mal como mujer”

Wendy González no tiene otros recuerdos que no sean los que vive a diario en un cuarto del J. M. de Los Ríos. Su hijo, Jeiderbeth, de 8 años, el menor de cuatro (17, 4 y 3 añitos) tiene leucemia. Ahora sufre su segunda recaída y está hospitalizado.

Wendy, de 36 años, no se despega de su lado. Solo este viernes lo hizo para asistir a un rosario y pedir un milagro para los pacientes del servicio de Hematología de ese puesto asistencial.

Lo dejó con fiebre cercana a los 40 grados. Lo hizo con temor. Su voz quebrada y los ojos brotando lágrimas la hacían ver muy dolida.

“Mi familia está dividida”, dijo al tiempo que secaba las lágrimas de su cara. “Pero yo creo en Dios y le digo a mi hijo que no tenga miedo, que va a sanar. Con Jesús por delante”.

Cuando habla de familia dividida no se trata de papá y mamá cada uno por su lado. No hay nada de disfuncional en su torno. Es que la enfermedad de Jeiderbeth la separó de sus otros hijos.

De hecho, este viernes en los colegios de los más pequeños se celebró el Día de las Madres. Uno estuvo con la abuela, otro con su tía. Ella no asistió, como tampoco ha estado en otras celebraciones, cumpleaños y paseos.

Por eso su dolor. Ver sano a su pequeño implica sacrificios también grandes. “A mi niña la dejé con mi mamá a los cinco meses y cuando la vi de nuevo tenía ocho meses. Si la tocaba, lo que hacía era llorar. Eso me partía el alma. Pero Dios es grande, ahora me pregunta por su hermanito, está pendiente”.

Eso le paso con la de tres añitos. Con el varón de 17 hay más historias. Se hizo adolescente solo.

En el 2016 tenía que llevarlo para que lo firmara una academia de béisbol. No pudimos y no inició el camino de sus sueños. Eso me pega mucho. Mi satisfacción es que ha entendido, comprendido y me ha apoyado mucho. Es un buen hijo, responsable, cuida a sus hermanitos, los lleva a pasear, hace su comida, mantiene limpia la casa. Es un papá para ellos. Ellos siempre quieren ver a su hermanito. Un día los llevaron escondidos. Ese fue un gran día. Jeiderbeth estaba feliz, se sentía curado. Por eso digo que esas quimios no son nada para él.

Wendy, de nuevo, se seca las lágrimas y comenta: “A veces pienso que mi hijo mayor se siente decepcionado, pero lo he visto madurar y darnos apoyo”.

Ella no sabe lo que es compartir con amigas. El trabajo lo dejó en el momento del diagnóstico. Depende de su esposo, que es mototaxista, otro ser que hace tripas de corazones, dice.

Casi toda mi dentadura se ha partido. No puedo arreglarme los dientes, no hay dinero para eso y no me importa. Tampoco para una visita a la peluquería. Primero la salud de mi hijo. Ahora mi hijo mayor dice que quiere hacer un curso de piloto para comenzar a trabajar. Luego quiere estudiar Odontología. Me dice que me va a recuperar la sonrisa, que voy a tener la sonrisa más bella del mundo. Yo le pido que no me falle, que no me dé más problemas de los que tengo y lo cumple.

Ella no se da cuenta, pero aún sonríe y no se le notan los defectos de la dentadura. Su afán por su hijo le da una aureola de paz y le abre camino hacia la esperanza. En el hospital celebrará su día.

Sola con una prueba de vida o muerte

Denis Gómez, mamá de Juan —otro paciente crónico de 8 añitos— celebrará la fecha en El Jarillo, vía Colonia Tovar. Allá otros dos hijos de 17 y 15 años la esperan con ansias.

Ella está con Juan, un niño carismático al que los doctores llaman “latín lover” y que está en terapia de mantenimiento por la leucemia, en un albergue en San Bernardino.

Se queda ahí durante todo el tiempo que tiene que acudir al J. M. de Los Ríos.

Desde el 2015 permanece en vigilia en el hospital y no le pesa: eso mantiene con vida al pequeño.

Trabajó durante 11 años en el teleférico de Caracas y la hicieron renunciar por sus constantes faltas. Ausencias producto de la enfermedad.

“En cuerpo y alma me dediqué a él, que ha pasado por situaciones muy críticas, plaquetas bajas, infecciones respiratorias. Siento mucho dolor por mis otros hijos: Maikol y Juan Luis. Gracias a Dios han salido adelante y entendido. Son una fuerza emocional para mí. Hablo con ellos a diario, pues han tenido que hacerse todo solos: cocinar, lavar sus ropas. Han madurado y eso me complace”.

Denis no tiene ingresos fijos, no tiene pareja. Está sola en esta prueba. Ahora Juan, que debería pesar 32 kilos, tiene 27 y eso le preocupa pero no la debilita: “Cuando me paro y veo la sonrisa de mi hijo, que a pesar de la enfermedad nunca ha dejado de hacerlo, eso es mi inspiración, al igual que mis otros varones. A veces ellos se van a pie para el liceo y no les pesa, saben por lo que pasamos. Ellos no me recriminan, quieren de regreso sano a su hermanito. Son muchachos que, pese a sus edades, son tranquilos, los mismos vecinos me dicen que no salen, que están siempre en la casa. Eso es una bendición”.

Sus hijos son compatibles para el trasplante, la frena el hecho de que no tiene los millones que necesita para la operación. Sin embargo, tiene ánimos y fe. Actualmente, se sostiene con donaciones y ayudas de terceros. Juan está estable y ella es una mamá a prueba de fuego, papel que comparte con Wendy. A ambas la vida les jugó duro, pero ellas llevan la delantera con lucha y perseverancia.

Fotos: Mabel Sarmiento


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