Venezolanos están dispuestos a pasar la frontera las veces que sea para comprar harina y arroz

Pese al costo que significa el traslado, las familias de diversos estados del país van a Colombia a buscar artículos básicos. Se sacrifican por culpa de la escasez.

San Antonio del Táchira. Fernando Pico y Mireya López son un matrimonio que junto con su hijo y otros cinco familiares viajaron al estado Táchira con un objetivo: ir a San Antonio, cruzar la frontera y comprar los productos de la canasta básica en Cúcuta (Colombia), los cuales no encuentran en la zona donde viven.

La pareja, que reside en el kilómetro 11 de El Junquito, se rebuscó y consiguió la platica que necesitaba para cancelar los pasajes, el hospedaje y adquirir los productos que, a decir de Fernando: “no les veo ni la sombra en los abastos”. El 20 de agosto llegaron a San Antonio y al día siguiente pasaron muy temprano la frontera.

Al mediodía del 21 de agosto los cónyuges, su pequeño de ocho años y el resto de su familia estaban de regreso. Bajo un sol inclemente, iban por el puente Simón Bolívar con bolsas en las que tenían varios kilos de harina, arroz, pasta, café, azúcar, aceite, mortadela, galletas y algunos artículos de higiene personal. El costo de su compra: 250.000 bolívares.

Mireya, quien es costurera, cuenta que “si bien nos gastamos una plata, tenemos algo más de un mes de comida, y a menor precio, porque en El Junquito nos venden un paquete de harina en 2.000 bolívares”.

Aunque el mercado supuso un fuerte impacto para el presupuesto, Fernando, que se desempeña como obrero, relata que prefiere rebuscarse, ahorrar alguito y viajar: “Es mejor hacer el gasto y traerse los productos. En realidad es mejor comprar allá, que hacer horas de cola sin garantía de nada”.

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Una vez que la aduana quedó atrás buscaron transporte de San Antonio a San Cristóbal porque en la noche tomaban el autobús con destino a Caracas. Adicional al gasto en los artículos, el matrimonio se bajó de la mula con cerca de 40.000 bolívares para cubrir los pasajes y hotel, y soltaron un poco más para las comidas.

Así como los Pico-López, muchos venezolanos hacen el sacrificio de guardar dinero y viajar 14 horas con el fin de adquirir productos que, aunque se generan en el país, actualmente tienen desplomada su fabricación por el modelo económico del Gobierno.

Norman Soto es un estudiante y locutor que vive en San Fernando de Apure y cruzó la frontera con 35.000 bolívares para buscar harina precocida de maíz, arroz, azúcar, aceite, café y crema dental. Está casado y con dos hijos y no duda en señalar que “es mejor viajar y no cancelar 2.500 bolívares por una harina o 4.000 bolívares por un aceite. En Colombia sé que tengo la libertad de escoger, si quiero pasta corta o larga”.

Sentencia que en Venezuela no tiene calidad de vida.Y si bien tenía la opción de pasar al otro lado desde Apure, dice que optó por San Antonio porque la consideró más segura.

El tránsito

Desde el 13 de agosto —tras un año del cierre de la frontera—, los gobiernos de Colombia y Venezuela permitieron el paso gradual por los estados Apure, Amazonas, Táchira y Zulia de manera que los venezolanos pudieran adquirir los artículos de la canasta básica y cauchos.

En julio, las mujeres en Ureña forzaron el paso por la necesidad de productos esenciales y, a mediados de mes, el Ejecutivo autorizó el cruce por un día. En las semanas siguientes, las autoridades realizaron reuniones para definir la apertura paulatina hasta que se aprobó el acceso diario en el horario de 6:00 am a 9:00 pm.

Para pasar, los venezolanos tienen que llenar una tarjeta migratoria que permite ir al menos 10 veces en un mes. Dicha forma es sellada por los funcionarios colombianos y los registros quedan a cargo de Migración Colombia, institución que hasta el 20 de agosto tenía contabilizada la entrada y salida de más de 600.000 personas a través de los seis puntos habilitados en las cuatro entidades. El Saime, por su parte, no marca nada.

Cabe destacar que el paso ha dejado en evidencia que a Cúcuta no solo van los habitantes de los estados cercanos, sino que también hay otros que se desplazan de puntos distantes. Y aparte de la familia de Caracas o del joven de Apure, en las filas para acceder están personas de Barinas, Lara o Carabobo.

La decisión que muchos toman de viajar tan lejos por alimentos es una consecuencia de la escasez, explica la profesora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UCAB, María Gabriela Ponce, quien agrega que “las personas en situación de pobreza extrema no lo hacen, van quienes tienen un poquito más de músculo financiero, pero igual es un reflejo del desastre que tenemos”.

A los casos mencionados se suma el de Milena Orellana, quien reside en Barinas y madrugó para llegar a San Antonio porque quería comprar comida y cauchos. Afirma que vivir en la tierra de Chávez no cambia en nada la falta de artículos. “En Barinas faltan productos y los que hay son caros. No hay harina, tampoco arroz, leche, aceite, papel toilette, crema dental. Esto (muestra la bolsa) es lo que quería buscar y lo conseguí”, dice la trabajadora informal.

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Lo que no se combatió y sucede

El 19 de agosto del pasado año, el presidente Nicolás Maduro cerró la frontera después de que tres oficiales resultaran heridos por presuntos paramilitares. Bajo el argumento de combatir el paramilitarismo y el contrabando, el Gobierno solamente permitió el cruce a estudiantes y personas con tratamientos médicos. Tras la medida, el Jefe de Estado y el gobernador del Táchira, José Vielma Mora, expresaron que el abastecimiento se garantizaría y no habría colas. Sin embargo, sucedió lo contrario, la escasez se agudizó.

Carlos Chacón, concejal en San Antonio por Primero Justicia (PJ), afirma que “aquí el desabastecimiento empeoró”.

La escasez responde en gran medida al sistema de controles vigente desde hace 13 años. Las empresas bajaron sus operaciones porque se redujo la asignación de dólares para importar la materia prima necesaria para producir y se mantuvo una regulación de precios que obliga a hacer artículos muy por debajo de sus costos de elaboración.

Por esta razón, en mayo el desabastecimiento de productos regulados en Caracas estaba en 82 %, según cifras de Datanálisis. En el interior, la falta de artículos esenciales es más crítica.

Esa mayor ausencia de rubros en los anaqueles ha acentuado las kilómetricas colas en los establecimientos a escala nacional. Y si hace un año las personas podían llevarse algunos productos, hoy pueden pasar horas en la formación e irse con las bolsas vacías.

A la par, la inflación se ha disparado. Frente a una menor oferta de bienes, el Gobierno inyecta bolívares, lo que presiona los precios, y ya en la primera mitad del año la variación fue 128,6 %, de acuerdo con la estimación de Ecoanálitica.

Como consecuencia de la distorsión, el contrabando siguió y el bachaqueo se incrementó, lo que concluye en que muchos terminen comprando artículos con sobreprecios. Un paquete de harina de maíz cuyo valor controlado es 119 bolívares, en el mercado informal está en mínimo 2.000.

En los estados fronterizos era parte de la dinámica que los venezolanos buscaran productos en el vecino país y viceversa, y, dependiendo de la relación bolívar-peso, las personas decidían qué les convenía más. Hoy día, adquirir insumos al otro lado del puente puede ser más barato: un paquete de harina está entre 1.200 y 1.300 bolívares.

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Isabel Fonseca es una comerciante que habita en Rubio (Táchira) y dice que “me da resultado venir a Cúcuta. En Rubio todo es caro”.

Asevera que “este Gobierno no es capaz de garantizar el abastecimiento y estoy dispuesta a volver las veces que sea”. Se gastó 40.000 bolívares en aceite, arroz, pasta, harina mantequilla, enlatados, toallas sanitarias y otros artículos de higiene.

En los abastos de La Parada (cerca del puente) así como en los supermercados de Cúcuta, el flujo de venezolanos es alto. En algunas calles se pueden ver en grupos mientras definen si compran en las grandes cadenas o en los comercios más pequeños, por los precios. Ya en los establecimientos andan calculadora en mano para determinar cuáles rubros les conviene llevar. Su patrón de referencia es el valor que fija el bachaquero.

El economista, Domingo Sifontes, apunta que “hay un modelo agotado, que no funciona y muestra su peor rostro cuando la gente va a comprar comida en la frontera. Cada quien trata de resolver a su manera”. Pero añade que lo más grave es que “adquieren artículos que se producen en el país”.

La profesora Ponce complementa y señala que “aquí se hace un sacrificio de llegar a un local, hacer horas de la cola y posiblemente al final no haya ningún producto, por eso, varios optan por el sacrificio de viajar, porque tienen la certeza de que van a comprar”.

Que en el Zulia los supermercados estén llenos de productos colombianos y que en el Táchira se permita ir a otro país a comprar la canasta básica da muestras del fracaso de los planes de abastecimiento, indica Sifontes.

Adicional al cierre de la frontera, el Gobierno ha impuesto más controles a la distribución de productos, porque para las autoridades el hecho de que el despacho esté en manos de privados es una de las causas de la escasez.  A lo largo de este año, el primer mandatario conformó los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) para el reparto de bolsas de comida casa por casa, y creó la Gran Misión de Abastecimiento Soberano, que permite a los militares regular la cadena de producción y venta de insumos. Con todo, el suministro no mejora.

Por ejemplo, la repartición de las bolsas de comida ha sido discrecional. Algunas zonas las reciben y otras no han visto la primera, y además, los paquetes llegan con menos artículos de los prometidos. Las familias consultadas cuentan que esas bolsas aparecen de vez en cuando y con pocos productos.

Fernando Pico, Milena Orellana y Norman Soto afirman que las bolsas de los CLAP fueron distribuidas una vez en sus comunidades y los artículos que contenían apenas alcanzaron para una semana.

Por ello, el concejal expresa que “al Ejecutivo le quedó grande el tema del abastecimiento local. Mientras otros mejoran, aquí hay que ver cómo se recoge una bolsa de comida”.

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La búsqueda de más

La apertura de la frontera dejó en evidencia que además de la comida, las personas buscan con desesperación medicinas, cauchos e insumos para su trabajo.

El vendedor de una farmacia en Cúcuta, que pidió mantener su nombre en reserva, señala que es frecuente que los venezolanos busquen antihipertensivos, antipiréticos, analgésicos, medicamentos para la diabetes y una gran cantidad de medicinas que no consiguen en sus ciudades.

Relata que muchos piden la medicina y cuando calculan la conversión, deciden si la llevan o no, porque en el vecino país es más costoso. Por el subsidio, en Venezuela un tipo de antihipertensivo puede costar cerca de 1.000 bolívares, en tanto que al lado vale 14.000 bolívares. La diferencia es que en las farmacias locales no hay porque los laboratorios padecen las restricciones de los controles.

Yosman Méndez es un funcionario público que labora en San Cristóbal y afirma que “prefiero ahorrar e irme a Cúcuta. Tengo que sobrevivir”. En las compras de comida y medicinas se gastó 130.000 bolívares.

La escasez de cauchos es otro motivo para pasar la frontera. Karla Sánchez y su esposo compraron cuatro cauchos a 54.000 bolívares cada uno. La profesora de educación media relata que “los encontré más baratos. En San Cristóbal me piden por un caucho entre 70.000 y 80.000 bolívares”.

En La Parada, los venezolanos compran hasta cauchos usados, debido a que le salen más económicos y les funcionan.

Otros buscan insumos para su trabajo, como Mariangel Garrido, quien es artesana. Habita en Barquisimeto, y adicional a la compra de harina, arroz y azúcar, llevaba los implementos que requiere para elaborar sus productos. “No encuentro suficientes materiales para mi trabajo, y de lo que hago es que como”, asevera.

En el puente Simón Bolívar las personas pasaban con alambres de púas, artículos de herrería y piezas de baño.

La urgencia de cruzar no es ajena ni siquiera para las monjitas. La hermana Margarita Galicia cuenta que con lo poquito que tenía y la ayuda de una amiga pudo adquirir leche, café, azúcar y unas chucherías: “Aquí no se consigue nada y lo que aparece es caro”. No le importa volver a buscar lo que está desaparecido en San Antonio.

Fotos: Miguel González


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