La primera investigadora venezolana en recibir el premio británico Hemingway 2021 afirma que con la aparición de la fiebre amarilla está reapareciendo la realidad en materia de salud, por encima de la COVID-19. Pero hay incertidumbre sobre las enfermedades durante todo el 2020 y 2021.

Caracas. María Eugenia Grillet lleva 28 años investigando enfermedades y epidemias transmitidas por insectos vectores en varias regiones de Venezuela. Y durante buena parte del tiempo centró su lupa científica de bióloga ecóloga en conocer, en medio de la selva amazónica, cómo las moscas negras provocaban en los indígenas la oncocercosis o “ceguera de los ríos”. Esta es una enfermedad provocada por el gusano, que se incrustó en el sur del país desde la década de los 70.

Grillet hizo equipo integrado con antropólogos, epidemiólogos, entomólogos y parasitólogos, entre otros, para poder combatir la rara enfermedad que se controla con Invermectina. Esta es usada contra la COVID-19 en la actualidad.

Estos estudios que inició en 1993 y prosigue a distancia en el Centro Amazónico de Investigación le permitieron ser asesora internacional hasta en África. Dieron fruto en el Programa de Eliminación de Oncocercosis de las Américas en el país. “Aquí en Venezuela solo queda el foco amazónico que es toda el área yanomami al sur”, precisa.

Y también la hicieron merecedora del Premio Hemingway 2021, de la Real Sociedad de Medicina Tropical e Higiene de Reino Unido, como la primera investigadora venezolana y la segunda en el mundo en recibirlo.

La crisis en materia de salud no detiene su investigación, en medio de la incertidumbre de las enfermedades  endémicas. “Venezuela  perdió el mapa de las epidemias”, pero afirma que las preguntas de un científico siempre “están ahí y lo que hay que buscar es cómo responderlas”.

Entre epidemias y rock

Grillet, bióloga egresada de la UCV en 1984, es caraqueña criada en Guayana, donde se graduó de bachiller. Allí le “picó” la curiosidad científica: pidió de regalo un microscopio y lo primero que hizo fue ver una gota de agua. “No te imaginas el mundo diverso de microorganismos que se mueven”. Después le puso el ojo a los insectos, en medio del ambiente de la Gran Sabana.

En la actualidad es profesora investigadora en el Instituto de Zoología y Ecología Tropical de la Facultad de Ciencias de esa universidad y es también Individuo de Número X de la Academia Venezolana de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.

En 2019 fue reconocida también con el Premio Lorenzo Mendoza Fleury (Premio Polar en Ciencia 2019), y fue becaria de la Royal Society y Fulbright. Nadie le creería que es una “empedernida rockera”, como se define.

Muchos ojos sobre la epidemia

Grillet trabaja además en patrones de transmisión de Malaria, que es una de las principales enfermedades en Venezuela ocasionada por los mosquitos. Estudia el ambiente que la propicia, los factores sociológicos y ambientales. Y más, recientemente, con la COVID-19. El incremento de casos que advierte la OPS le parece “muy preocupante”.

Está convencida de que no existe nada más complejo que una epidemia ni manera más eficaz de romper el equilibrio endémico que la visión integral. “La idea es que no pueden ser abordadas solo por un médico, sino que también deben intervenir diversos profesionales que puedan enfocar las distintas partes de ese sistema”.

¿Es posible aplicarlo a la transmisión de COVID-19?

—Claro. Actualmente, hablamos de transmisión. Últimamente, hay más evidencia de que el mecanismo de transmisión de la covid es por el aire. Cuando tú y yo estamos hablando o inclusive respirando nosotros emitimos aerosoles, emisiones húmedas en forma de microgotitas. Y una persona infectada emite microgotitas y estas quedan en el aire de manera que cuando otra persona entra en ese espacio, no necesariamente con distancia de dos metros o más, esa persona se va a contagiar. Este mecanismo de transmisión se ha conocido de unos meses para acá.

¿Qué significa?

—Siempre nos hablaron al principio del lavado de manos, desinfectar las superficies y mantener una distancia mínima de dos metros, pero no dijeron: evite espacios cerrados y espacios poco ventilados. Esto hace más imperativo el uso de la mascarilla para disminuir el riesgo. Bueno, conocer ese mecanismo de transmisión hace que se tenga una forma de prevenir el riesgo. De lo que se está hablando últimamente es el abuso de filtros para mejorar la calidad del aire. Y detrás de esto están físicos y químicos estudiando la dinámica de transporte de partículas en un ambiente como una habitación cerrada. Ese es un ejemplo de cómo la ciencia básica aporta conocimientos que permiten luego los cambios para disminuir la enfermedad.

¿Cómo hace para investigar, en medio del desmantelamiento de los sistemas de control de las epidemias, de la desaparición de estadísticas epidemiológicas y de la merma de universidades autónomas?

—El impacto sobre la investigación en Venezuela se viene sintiendo principalmente en los últimos 20 años. Antes del año 2000, hice la mayoría de investigación con financiamiento del país, y con el apoyo y la infraestructura de la UCV. Pero a partir de 2004 todo cambio. Nuestro laboratorio siempre tuvo  conexiones internacionales y fuimos fortaleciéndolas de tal forma que yo pude trabajar con colegas en varias partes del mundo y compensar la falta de apoyo local. Así he estado trabajando desde 2010 hasta hoy. Eso ha hecho que mi investigación nunca se paralice.

Eso también me ha llevado a responderme preguntas en el contexto que vivimos. Si ya no es fácil hacer trabajo de campo, llegar a Amazonas o a los pantanos donde se crían los mosquitos de malaria en Sucre, entonces hay que concentrarse más en el trabajo de análisis que podamos hacer en los laboratorios. Hace tres años, por ejemplo, montamos un experimento en el campus de la UCV y vamos a analizar las poblaciones de mosquitos dentro del campus. Uno es muy resiliente. Las preguntas de un científico siempre están ahí y lo que hay que buscar es cómo responderlas.

La incertidumbre de la Malaria

¿Cómo están las epidemias de la malaria, dengue y de COVID-19 en Venezuela, con respecto a América Latina? 

—Hasta el 2019, antes de que arrancara la COVID-19, Venezuela era el país con más malaria en Latinoamérica. El 53 % de los casos de la región eran de Venezuela, y 73 % de la mortalidad. Pero en realidad no sabemos hoy día la data de otras enfermedades como el dengue, chagas o leishmaniasis. Debemos tener mucha casuística, lo que pasa es que son enfermedades silentes, no hacen ruido. En general desde 2014 o 2015, cuando aparecen las epidemias de Chikungunya y Zika, a este gobierno le dio alergia la data epidemiológica y la cortó en 2016. Aunque también es cierto que la mayoría de los programas de vigilancia y control dejaron de funcionar.

¿Disminuyó la Malaria?

—Cuando la COVID-19 entró a Venezuela ya se veía la paralización por la crisis humanitaria, y eso hizo que la gente dejara de movilizarse. La falta de gasolina y de movilidad impactó en la transmisión de Malaria, y hubo menos transmisión y casos de esta epidemia. Además, entre finales de 2019 y comienzo de 2020, la llegada de la ayuda internacional en Bolívar ocasionó una disminución importante de casos allí y en Sucre. Por una mezcla de covid y de falta de vigilancia que no se hace porque todos los sistemas están parados, tenemos menos malaria. Y también porque no la estamos diagnosticando bien o porque no hay reportes suficiente. Tenemos una incertidumbre de las enfermedades durante todo el 2020 y 2021.  Claro, es algo que está pasando en otros países porque están concentrados en la covid, pero en nuestro país en particular porque tiene una infraestructura de salud precaria.

Y de otras enfermedades?

—Ya han comenzado a aparecer casos de fiebre amarilla, hay mortalidad por tuberculosis y está el VIH. Ya empieza a aparecer la realidad de salud en el país, independientemente de la covid.

Sin mapa de epidemias

¿Cómo repercute en Salud que el ministerio haya dejado de publicar los boletines epidemiológicos?

—Los indicadores de salud, como otros indicadores, son importantes porque es la única manera de evaluar el desempeño de la administración de un gobierno en el área de la salud o en otra área, y de la salud. En particular cómo van enfermedades de notificación obligatoria como malaria, dengue, VIH, tuberculosis y las prevenibles por vacuna. Estas requieren de monitoreo constante porque son enfermedades con variaciones estacionales y que tienen comportamientos endémicos. Deben hacerse además notificaciones en las 52 semanas epidemiológicas para producir boletines cada año.  Esto también permite saber si aumenta el promedio de los últimos 10 años. Eso es un alerta para cualquier sistema de salud y poder controlar la enfermedad. Eso lo perdimos. De malaria sabemos porque la OMS informa los casos que se reportan. Pero no tenemos información de cuál es el estatus actual de esas enfermedades.

¿Y la mortalidad?

—Deberíamos saber si hubo mortalidad por malaria, por diabetes o por tuberculosis, y de la mortalidad en general, y cuantificar cómo es la mortalidad antes de la covid y después. Otros países lo hacen para saber el impacto en la población. Pero eso no lo podemos saber porque no tenemos cifras de la mortalidad en Venezuela de cualquier enfermedad, desde 2016.

¿Venezuela perdió el mapa en materia de epidemias?

—Exactamente, se quedó sin el mapa en materia de epidemias y eso es gravísimo. La salud, como la economía, es un indicador de la calidad de vida de las personas que habitan un país, y también la calidad de un gobierno. Los gobiernos autoritarios ocultan las cifras porque se sienten censurados y observados en su desempeño, la gente comienza a ponerle la lupa a lo que ellos hacen.

¿Cómo explicarse que hay omisión de cifras oficiales sobre epidemias y en general de salud, pero se presenten reportes diarios sobre la COVID-19?  

—Existen reportes diarios porque es una epidemia mundial y si no los llevamos, no se vería bien. Por otro lado, la covid ha sido utilizada por muchos regímenes para control político. Además, hay una demanda de la OMS y de otros organismos internacionales de cómo controlar la pandemia que está afectando al mundo, así que no hay manera de escaparse, aunque no estamos peor que en Nicaragua, y países africanos. Sobre la calidad de información, el INH es un instituto de vieja data y personal capacitado y hacen sus evaluaciones y sus reportes. La epidemia debe ser informada por ministerios o epidemiólogos, no por el presidente. Ese es el problema.


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