Caminantes venezolanos ven en el río Arauca una frontera de esperanza pese al peligro que los acecha

río arauca

El río Arauca, que durante muchos años mantuvo escondidas aguas adentro a comunidades como La Victoria, Cañafístola, El Amparo y El Nula, es el mismo que hoy día las ha popularizado entre miles de venezolanos que ven en su ubicación fronteriza un puente hacia una mejor vida. El conflicto armado colombiano está afectando a comunidades vulnerables y a los migrantes venezolanos.

San Fernando de Apure. “Nos sentimos impotentes” es la frase con la cual resume Orlando García, pastor evangélico, el sentimiento de las organizaciones que prestan ayuda a los caminantes venezolanos que cruzan el río Arauca para estar en la localidad homónima, capital del departamento colombiano con el mismo nombre.

A 25 kilómetros más adelante de Guasdualito se encuentra El Amparo, último poblado de Venezuela antes de cruzar el Arauca.

García, líder espiritual de una porción importante de esta comunidad, cuenta que por la plaza Bolívar de esta población, por donde queda su iglesia, “todos los días se ve ese flujo de personas. Aunque en los últimos días no ha habido muchas”.

Río Arauca
Algunos caminantes están dispuestos a sufrir los embates de las trochas y carreteras. Foto: Cortesía Servicio de Jesuitas.

Asegura el pastor que hay dos tipos de migrantes: “Unos que están dispuestos a caminar y a sufrir todos los embates por esas trochas y carreteras”, y otros que tienen recursos porque tiene cómo pagar pasajes terrestres y aéreos.

Aunque Colombia, Perú, Ecuador y Chile sean los mismos destinos para los dos tipos de migrantes, por la iglesia del religioso solo pasan los caminantes.

Y lo que podemos ofrecerles es baño, que la gente se bañe, descanse un rato y siga”, señala García.

El pastor se lamenta de sus escasos recursos para ayudar. “Nos sentimos impotentes porque no tenemos cómo darles la comida para que ellos coman antes de salir, igualmente el hospedaje; a veces cuesta hasta para tener la comida de uno”, acota.

Pide ayuda con provisiones a los organismos gubernamentales y agencias no gubernamentales de atención al migrante, que hacen vida en el municipio fronterizo José Antonio Páez, “para poder ofrecerles comida a estos viajeros”, asegura.

El “retorno de los retornados”

Debido a la implementación de medidas restrictivas con la llegada del coronavirus, los venezolanos que se encontraban en Colombia y otros países huyendo de la crisis tuvieron que regresar a Venezuela a comienzos del año pasado.

Cuando se flexibilizaron estas medidas y viendo que en Venezuela las razones que habían impulsado la primera migración se habían recrudecido, se llevó a cabo entre agosto y noviembre de 2020 una vuelta masiva de estos migrantes hacia los países receptores, lo que se conoció como la primera ola del “retorno de los retornados”.

Ligia Bolívar, investigadora asociada del Centro de Derechos Humanos de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y coordinadora de la organización de derechos humanos Alerta Venezuela, fue una de las primeras que advirtió sobre el “retorno de los retornados” e indicó, casi a finales del año pasado, que 95 % de estos migrantes era “caminantes”.

A partir de entonces, las carreteras de Venezuela se han convertido en los andenes de estos caminantes, pero también en cementerios de una porción de ellos, debido, por un lado, a la accidentalidad vehicular y, por el otro, al debilitamiento de enfermos y desgastados cuerpos cuyo aliento no les alcanza para llegar hasta el linde con el país hermano.

La realidad no opaca, sin embargo, el profundo espíritu de solidaridad que despiertan estos caminantes a lo largo de los extensos caminos que conducen a la frontera. “Les prestamos nuestra ayuda y si no tienen de comer les damos de comer y de beber, les prestamos para que se bañen”, asegura Luisa Hernández, habitante de Guasdualito.

Aquí en la frontera hay mucha ayuda y uno busca la manera de solventarlos; entre todos tenemos que ayudarnos porque esas personas vienen de muy lejos, los niños que cargan andan con desnutrición”, explica Herson Pérez, también de Guasdualito.

A comienzos de este año, los bolsos tricolores volvieron a colorear las carreteras nacionales Elorza-Guasdualito-El Amparo-Cañafístola-La Victoria, así como El Piñal-El Nula en dirección hacia a las “trochas” o pasos ilegales ubicadas por estas poblaciones a lo largo del río Arauca.

La última semana del mes de enero, Luis Merardo Tovar, secretario de gobierno departamental de Arauca, reportó que semanalmente al menos entre 1500 a 2000 venezolanos ingresaron a esa capital, lo que generó un colapso en el terminal de pasajeros que provocó su cierre y violencia en el paso Las Canoas del río Arauca, lo cual activó un dispositivo militar de control del flujo migratorio irregular por el borde ribereño, que se mantiene hasta la actualidad.

En búsqueda de sus derechos fundamentales

El acceso a servicios fundamentales, como salud y alimentación, es la principal causa de la actual movilidad desde el interior del país hacia la frontera llanera Apure-Arauca, asegura Marlen López, coordinadora del equipo Binacional del Servicio Jesuita para Refugiados (JRS). Su trabajo se desarrolla tanto en Apure como en el departamento del Arauca

La imposibilidad de acceder a tratamientos en el país para enfermedades graves y crónicas, así como a exámenes médicos, medicamentos prenatales y parto seguro, constituyen las razones principales de salud.

Río Arauca
Marlen López, coordinadora de JRS, destacó que el desplazamiento por alimentación lo encabezan las mujeres. Foto: Cortesía Servicio Jesuita

“Como organización lo que más encontramos es población venezolana que está migrando hacia Colombia con unas necesidades muy profundas frente al sistema de salud. En esta medida, hay personas con enfermedades degenerativas crónicas o enfermedades graves que requieren de un constante tratamiento, al que no están accediendo en Venezuela y que se ven en la necesidad de migrar hacia Colombia para poder satisfacer estas necesidades básicas y derechos fundamentales”, señala López.

Por otro lado, el desplazamiento por el derecho a la alimentación lo encabezan las “mujeres cabeza de familia con algún grado de jefatura de hogar” en su afán de garantizar el sustento de los menores de edad y adultos mayores, bajo su responsabilidad, explica la funcionaria del JRS.

Son personas con necesidades de protección internacional que cruzan a Colombia y que vienen con la intención de cubrir esas necesidades básicas, muchos de ellos con una vocación de permanencia en Colombia con la idea de hacer tránsito a un tercer país o con la idea de establecerse bien sea en Arauca o del lado de Apure, por esta facilidad, entre comillas, que permite estar tan cerca de la frontera y acceder a servicios”, precisa.

Migración venezolana vs. conflicto armado colombiano

La confluencia de la migración venezolana con el conflicto armado colombiano en Arauca, uno de los principales focos de radicalización del enfrentamiento, se está saliendo de las maños de las autoridades y está afectando a los vulnerables históricos, apunta la coordinadora del JRS.

Este coctel está potenciando la informalidad y los negocios al margen de la ley, debilitando aún más la prestación de los servicios básicos del aparato del Estado y coloca en el blanco a sectores campesinos humildes y aislados, así como a los migrantes irregulares.

La especialista basa su aseveración en las cifras aportadas por la Jurisdicción Especial para la Paz de Colombia (JEP), la cual declaró al período que va del 2021 como el inicio de año con mayor violencia en el país desde la firma del acuerdo de paz.

Narra que, desde que comenzó este año, el departamento de Arauca ha sido escenario de al menos 13 a 14 eventos con artefactos explosivos y ataques a las fuerzas militares y policiales, asesinatos selectivos tanto de naturales colombianos como de venezolanos, en el entorno del río, en el municipio de Arauca.

Informa, además, que durante las dos últimas semanas ha habido dos ataques más con municiones, de las cuales algunas han explotado y otras no, así como el lamentable fallecimiento de un niño venezolano en un enfrentamiento entre grupos armados al margen de la ley por el control de los negocios irregulares desarrollados alrededor de la vena fluvial que une las dos naciones.

La funcionaria colombiana indica que no se puede dimensionar en cifras los alcances del problema ni el nivel de desprotección al que está sometida la población venezolana de perfil migratorio irregular.

Río Arauca
López afirma que la militarización de la frontera por parte de Colombia agrava la crisis. Foto: Cortesía Servicio Jesuita a Refugiados

Este grupo de migrantes, junto con las familias campesinas y de sectores aislados que ya tienen una historia de vulnerabilidad, “se convierte también en un grupo especialmente desprotegido y vulnerable frente a estas dinámicas del conflicto armado”, afirma.

Por otro lado, considera que la respuesta militar a esta problemática, mediante el dispositivo de “securitización”, ver a los migrantes como amenaza, del margen ribereño colombiano, puede afectar la dinámica natural del espacio fronterizo Apure-Arauca, a lo cual el JRS invita a prestarle atención.

Es una situación bien preocupante que desfavorece los sistemas, planes o respuestas inmediatas de protección para la población que está pasando. La postura del Servicio Jesuita es que al final estas medidas que se están implementando, y pensadas desde la seguridad, pueden truncar esa dinámica natural binacional que hay en la frontera”, recalca.

Las trochas de la violencia

El uso cada vez mayor de “las trochas” o corredores clandestinos para cruzar la frontera burlando los controles migratorios representa un riesgo para la población migrante irregular que queda expuesta a los abusos de los grupos al margen de la ley que controlan estos pasos.

Conocemos que hay más de 54 trochas que son dirigidas por grupos al margen de la ley y que esto representa unas situaciones de gravedad para la población en términos de violencia sexual y en términos de reclutamiento para niños, niñas y adolescentes, como riesgos allí principalmente identificados en este tránsito irregular que se hace por trochas mucho más clandestinas”, revela López.

El fenómeno migratorio venezolano ha concentrado la atención de todos los organismos gubernamentales y no gubernamentales activos en esta frontera, sin embargo, sus dimensiones superan cualquier capacidad de respuesta, incluida la concebida desde la seguridad y vigilancia para disminuir el paso, lo cual no ha frenado el flujo de personas que siguen llegando “en búsqueda de protección, de oportunidades y de acceso a un mínimo vital”, indica.

“Entre más se militariza la frontera, eso no es directamente proporcional a la disminución de población que pueda pasar. Lo que sabemos es que la población, en sus inmensas necesidades y vulnerabilidades, se ve obligada cada vez a hacer uso de trochas mucho más clandestinas, mucho más inseguras y que finalmente, son trochas que son poco probable que puedan ser vigiladas por los entes territoriales”, mantiene.

Sobre el trabajo humanitario, informa que las agencias activas en Arauca, unificadas a través del Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos, han hecho el trabajo y continúan facilitando la interlocución con los organismos del Estado, en medio de las complicaciones de la COVID-19.

“Las dinámicas del contexto son muy cambiantes, por eso todo implica unos retos bien importantes para la respuesta humanitaria”, apunta.

En nombre de Dios

“En nombre de Dios yo tengo fe de que me va ir bien”; “en nombre de Dios voy a lo que voy, a trabajar y a buscar algo con qué mantenernos aquí en Venezuela”; “en nombre de Dios que se pueda y que nuestro país cambie muy pronto”.

Estas tres frases seguidas las pronunció José Carlos Campos, en una entrevista de cinco minutos y medio que dio a la periodista Isaura Ramos de Radio Fe y Alegría Guasdualito, en donde pronunció siete veces “en nombre de Dios” en señal de que lo único que lo acompañaba era su fe y sus ganas de trabajar a “lomo partido” por su familia.

La periodista abordó al joven llegando a Guasdualito, en la frontera del estado Apure con el Arauca Colombia. Él salió de Barquisimeto, estado Lara, donde dejó a su esposa, su hija de 7 años de edad, su madre y sus hermanas, para trabajar en Perú y poder mantenerlas.

Por ser el hombre del hogar, su compromiso era aún mayor, no quería volver a Perú, expresó, donde ya había trabajado una primera vez durante dos años y a donde pensó que no iba a regresar tras estar nuevamente en casa con los suyos.

Pensaba no salir del país otra vez, pero la situación de nuestro país cada día se pone más caótica y uno pasa trabajo y de verdad uno lo hace por la familia de uno”, afirmó en la entrevista.

Este caminante aseguró que no cargaba mucha ropa en su maleta, pero sí un paquete de mucho valor: “Unas carticas que me hizo mi hija del Día de San Valentín, que las tengo ahí porque no las quise sacar del bolso y tampoco las quiero ver, y la foto que nos tomamos y los recuerdos”.

Campos le aseguró a la periodista no tener miedo a la xenofobia desatada en Perú en contra de los venezolanos, de lo que sí manifestó estar horrorizado es de la situación de Venezuela y en la que dejó a su familia.

A media hora de cruzar el río Arauca, reapareció el altísimo en el testimonio de Campos: “Si uno anda con Dios, uno siempre va tener las puertas abiertas donde sea, y va andar fuera de peligro en nombre Dios. Yo voy con la fe de que todo me va a salir bien”.


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