La película protagonizada por Daniela Alvarado y Joaquín Malavé surgió en la cuarentena. Una historia que resume el país y los sentimientos de los ciudadanos

Caracas. Para Carlos Daniel Malavé, lo que parecía una excepción en su cinematografía, ahora se ha convertido en objetivo. Acostumbrado a los policiales y comedias, el cineasta venezolano acaba de estrenar One Way, un drama de una madre con su hijo que se enfrenta a la soledad y a la adversidad de un país agotador.

Una historia que surgió en la pandemia, en un momento de introspección sobre el futuro personal y profesional, disertaciones acentuadas todavía más cuando uno de sus hijos enfermó, entonces, la familia vivió la angustia de recorrer hospitales para ser atendidos.

One Way es una historia también sobre la ansiedad, en esos límites con la depresión, pero también de cómo en medio del desasosiego siempre aparecen quienes ayuden, dispuestos abnegadamente a no solo colaborar, sino a ser amigos, mucho más allá de las despedidas, la carestía y la vileza. 

Con un elenco conformado por Daniela Alvarado, Joaquín Malavé, José Manuel Suárez, Carmen Julia Álvarez y Carlos Arraiz, la película se posiciona como una de las mejores estrenadas en el país en 2022. Está en cartelera desde el 15 de septiembre y fue seleccionada para representar a Venezuela en el proceso de elegir a las nominadas a los premios Goya como Mejor película iberoamericana.

¿Cuáles han sido las reacciones que más lo han conmovido de las personas que hasta ahora han visto la película?

—Todo este tema de que la gente se identifique. Ayer alguien en San Cristóbal la vio, y le envió un mensaje a Gabriela (productora y esposa). Estaba llorando. Hasta ahora todos los comentarios que he recibido son positivos. La gente me ha dicho cosas bonitas. Se han identificado, tanto gente del gremio como personas comunes. Como lo he dicho varias veces, me doy por pagado. Vamos a ver qué pasa. Ojalá el boca a boca haga que la película se vea más. Si no pasa, pues liberaremos la película para que se pueda ver en Venezuela.

¿Qué espera que ocurra con el público una vez vea One Way?

—Creo que hay catarsis. Para mí era más barato escribir un guion que pagarle a un terapeuta. Claro, eso lo digo entre comillas. Como he contado, andaba en momentos terribles a nivel emocional por todo lo que pasó con mi hijo, por todo lo que pasaba en Venezuela y por todas las cuestiones del no futuro. Llegó un momento en el que reflexionaba sobre lo que debía hacer, pero al escribirlo, fue como una cuestión de terapia. Una vez terminado, me pregunté si le gustaría a Somos Films, los coproductores. Ellos suelen financiar comedias y otros géneros. Pero a través de Thaelman Urgelles, que es el script doctor de ellos, encontré la vía. Gaby y yo siempre tuvimos la concepción de que, al hacer la película, quedara totalmente paga, sin deber dinero, aunque nosotros no cobramos. Bueno, Daniela Alvarado y José Manuel Suárez tampoco lo hicieron. Quisieron llevar a cabo el proyecto. Esa era la intención.

Entonces esta película lo salvó en todos los sentidos…

—¡Totalmente! No fui a un analista, así que no voy a decir que sentía depresión o ansiedad. No sé si estaba comenzando a presentar síntomas. Pero sí te puedo decir que no dormía. Rebajé mucho, cosa que fue buena. Dejé de comer y me enfoqué en ver películas. Estaba más flaco, pero me sentía mal. Fui mucho al médico durante la pandemia, pero no precisamente por COVID-19. No sé si de haber seguido así, todo hubiera desencadenado en otras cosas. Puedo decir que sí, que One Way me salvó. No solamente a mí, sino a Gabriela. No teníamos rumbo alguno en ese momento.

Se cumplió entonces eso del arte como salvación…

—Sí. Cada película es como un bebé, pero las intenciones de cada una son diferentes. One Way fue el salvavidas. Así como ocurre en Titanic. Agarrarnos a la tabla que estaba ahí.

La película se filmó en Caracas en el primer semestre de 2021

¿Qué sintió cuando vio la película terminada?

—Lo mismo que siento ahora. Yo trato de no verla mucho. No sé qué pasa. Además, no suelo ver mis películas. Las termino, sé los problemas que tienen. Conozco las partes en las que me faltó plata. Esta película es diferente porque me gusta verla, pero la veo poco porque me afecta mucho emocionalmente. Es una película en la que no dejo de llorar. Eso me ha pasado desde que vi el primer corte hasta hace poco cuando la vi en la proyección a la prensa. Para mí era difícil chequear todos los detalles previos. Lo hice por parte en la postproducción. Todo fue muy rudo. Lloré mientras escribía el guion. Todo eso me traía muchos recuerdos. Y bueno, está el tema de que el protagonista es mi hijo (Joaquín Malavé) en la vida real. Pienso en qué valiente fui al hacer terapia con mi propio chamo. Es que teníamos que ser nosotros. No veía a otro niño encarando esa situación.

 ¿Por qué Joaquín?

—Él vivió todo eso. Bueno, también pasó con otro hijo, pero no la pasó tan mal. Además, él es el más chiquito. A nosotros nos sorprendió la valentía con la que asumió todo el proceso. Desde hace tiempo, él me había dicho que quería hacer una película. Estuvo en Blindado, pero era más pequeño. Iba a ser un golpe muy bajo que yo hubiese escogido a otro niño. Creo que él sintió esa memoria emotiva que los profesionales utilizan. La aplicó para ciertas partes de su trabajo. Tenía que ser él. De lo contrario, hubiese sido desleal.

 ¿Qué dijo Joaquín cuando vio la película terminada?

—Vio el primer corte de la película. De hecho, es muy loco porque lo vimos en familia, con nuestros tres hijos. En ese momento tenían 15, 13 y 11 años de edad. Claro, el mayor es un tipo al que le gusta el cine. Los dos más pequeños no se distrajeron en ningún momento. Joaquín iba entendiendo cómo se iban dando las cosas. Comprendió el sentido del trabajo que se había hecho.

¿Pensó en Daniela Alvarado para este papel desde el principio?

—Sí, todo el tiempo. Hay un tema en el gremio, dos puntos de vista entre actores, directores y productores. Es un asunto que jamás voy a entender. Es todo eso de tratar de quitar oportunidades. No sé si es algo inconsciente. Hay gente que te quiere prevenir, advertir. Me preguntaban si estaba seguro de que Daniela era la mujer indicada. Me nombraron a una gran cantidad de actrices, también muy buenas, que han participado en películas que han ganado festivales. Daban a entender que las personas que ganan certámenes son estas, mientras que los que trabajan en películas comerciales son otros. Bueno, para algunos ella no está en ese lote de festivales, que tienen cierta fisonomía, una manera de actuar. Y bueno, está eso de no sentir. Alguien que no llora, no ríe, no siente. De hecho, un amigo actor que leyó el guion me recomendó que no hubiera llanto en la película. Que prestara atención al cine que hace este director mexicano, el que le produce las películas a Lorenzo Vigas. El que hizo Después de Lucía

Michel Franco

—¡Michel Franco! Me comentaba que su cine era así. Que si esto que lo otro. Le contesté que así no era mi cine. Me gustan sus películas, pero ya. En la vida real la gente llora, ríe, patalea. Dije que yo no iba a eliminar el llanto. Lo otro que me decían era que suprimiera los diálogos. Y eso tampoco. Para nada. Siempre supe que en esta película la gente iba a hablar lo que fuera necesario. También mucha gente me empezó a decir que yo me había fijado en Daniela y José Manuel porque ellos eran pareja, que vi una intención comercial. Cuando hablé con ellos, eran amigos.

Ya se han realizado cineforos para hablar sobre los temas que se tratan en el largometraje

Gabriela Rojas, la productora, comentó en un cineforo que no fue hasta un día antes del estreno que recibieron el certificado de obra nacional

—Creo que todos los que hacen una película con un poquito de algo peligroso para los que nos gobiernan pasa por esa preocupación. Es la mejor película de terror que puedes ver. Ahora tengo que decir que cuando Carlos Azpúrua, presidente del CNAC, se enteró de la película que estaba haciendo, me dijo que él no iba a prohibir absolutamente nada porque él es cineasta y entiende la labor. Tengo que reconocer que a pesar de que sufrimos un poquito durante la espera, cumplió su palabra y nos firmó el papel. Eso habla muy bien de él, que siempre ha dicho que es un ser político.

¿Había un plan B? 

—Realmente, sí. Recordemos que existe la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Venezuela, que puede otorgar el certificado de película venezolana, que sirve para ser reconocido de cara al Goya, aunque no puede dar un papel para que sea reconocida como una película venezolana y sea exhibida en salas nacionales. 

¿Cuál es el plan ahora de cara al Goya?

—El protocolo ahorita es el que debe hacer cada película para poder obtener una nominación. Hacer la respectiva gira de prensa en España, convencer a los académicos de que tienen que ver la película. No solo convencerlos. Se acostumbra darles algo, como un recuerdo, que los incite a ver a las nominadas. Es un tema complicado. Pasa en todos lados. Cuando digo un regalo no me refiero a un soborno, sino a un detalle, como un chocolate, por ejemplo. Estamos conversando con un distribuidor en España. Ya tengo el contrato. Vamos a ver si lo cerramos. Esta distribución en España nos ayudaría mucho con el tema de promoción. Con eso también tendríamos fecha de estreno en España. Ahora toca viajar. Bien sea Daniela sola o conmigo. Hay que ir a presentar la película a los académicos, especialmente a los más viejitos, a los que no les gusta el streaming. Hablar con la gente, como hice acá en Venezuela. Yo les decía que le dieran una oportunidad. Estoy claro de que no soy un director de autor, de esos que ganan festivales. Eso es una fórmula. No es mi intención.

Bueno, está el precedente de haber ganado Azul y no tan rosa

—Sí. Además, Miguel Ferrari, gran amigo, fue una especie de script doctor del guion. Vio el primer corte de la película. Somos amigos y confiamos el uno del otro. Para mí eso era como un candado de seguridad. A Miguel le gustó. Me dio ciertas recomendaciones que fueron claves a la hora de construir el guion. Me comentó que confiara, porque le parecía que podía quedar allá. La película no se había hecho ni siquiera. Toca ahora recorrer ese camino.

 ¿Por qué se llama One Way?

—Por el boleto que no tiene regreso. Es un viaje de ida, one way, como se dice en las agencias de viaje. En la travesía que hace Emiliana es muy difícil que vuelva siendo la misma persona. También es un viaje sin retorno para Daniel. Es así para todos, incluso para los que hicimos la película, tanto para Daniela, José Manuel, Gabriela como para mí y los demás. Nos llevó a otro lado y no queremos volver.

¿A qué lugar lo llevó usted?

—Me llevó a entender muchas cosas sobre lo que quiero hacer con mi vida y con el cine. Fue ver que, independientemente de las películas que yo tenga que hacer para vivir, es el tipo de cine que quiero seguir desarrollando, el cine pequeño, en el que la historia es poderosa, con una cámara al servicio del actor y no para mostrar mi ego. Cine con amor y compromiso. Me gusta mucho el cine de todo tipo, pero para One Way vi muchas veces mis referentes durante la pandemia. Por ejemplo, la película iraní Una separación, que me parece tan sencilla, una historia de actores. También están Nomadland, Another Round y Kramer vs. Kramer. Las vi muchas veces durante el confinamiento. Eso es lo que quiero hacer, aparte de toda película de acción o comedia, que me encantan como divertimento, pero sé que debo regresar cada cierto tiempo a este tipo de cine.

Entonces el drama ya no será una excepción en su cine

—¡Para nada! Creo que ya me picó el bichito. Los dramas siempre son sencillos. Gracias a Dios evitan sentir ese compromiso de que tienes que demostrar que eres el mejor director asustando a la gente, o el mejor manejando la cámara. Eres la persona indicada para contar esa historia, para mostrar ese drama y que la gente se involucre.

Después de la pandemia, parece que este año ha sido bueno para el cine venezolano, no solo por la cantidad de estrenos, sino por la buena crítica a varios largometrajes

—Me parece genial. Falta que el público acompañe a las películas. Creo que eso también puede ir otra vez creciendo poco a poco cuando se empiecen a dar cuenta de que se está haciendo nuevamente buen cine. Ahorita somos nosotros los que estamos medio salvando que el cine venezolano no desaparezca. Yo quería mostrar la película en el país más allá del tema económico, pero si lo ves desde el punto de vista del productor o de la gente que pone la plata, te das cuenta de que se pueden preguntar para qué hacer una película y levantar una gira de medios si la película no la ve nadie. Y no porque sea mala, sino porque la gente ahorita no está yendo a las salas a ver cine venezolano. Es la terquedad de nosotros.

Aplaudo a todos los colegas que han estrenado, a Jackson Gutiérrez, Edgar Rocca. Hernán Jabes, Alejandro Hidalgo, Efterpi Charalambidis. A mí me decían que dejara la película para diciembre o el año que viene. Dijimos que no porque era el momento. Nadie asegura que estrenando más adelante habrá mejor recaudación. Es muy incierto. Tal vez si hubiésemos pospuesto, nos habríamos perdido la elección para participar por el Goya.

¿Qué le diría a alguien que le pregunte en la calle sobre One Way?

—Que es una historia que lo va a tocar, que no importa de qué va la película. Le daría mi teléfono para que me llame cuando salga del cine para darme las gracias por la historia, independientemente de que le duela. Sentirá muchas cosas que a veces son tan complejas, pero que al final llegan al corazón. Hay que tener uno muy de piedra para que One Way no te toque un poquito. Sé que la gente que se sienta a ver otros detalles, no estará viendo en realidad la película. Y eso es a propósito. Porque desde el minuto uno cuando te enganchas con la historia de Emiliana, es difícil que te des cuenta de otras cosas.

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