La ingeniero de sonido formó parte del equipo premiado con el Oscar por la película protagonizada por Riz Ahmed. También trabajó en el reciente disco de Miguel Siso. La música, la vía para reconectar con su país.

Caracas. Carolina Santana acaba de colgar el teléfono. Atendía una de las tantas entrevistas que le han realizado por la nominación al Oscar de Sound of Metal. Pero esta vez, la conversación se realiza con mayor fulgor. Dos días antes, el largometraje obtuvo dos de las seis estatuillas que otorga la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos.

Uno de esos reconocimientos fue a Mejor Sonido, y le compete. Ella fue parte del equipo que hizo del sonido un personaje más en el filme. Pero más que por las técnicas y la tecnología, que bien lo valen, por cómo toda esa amalgama de conocimiento y sentimiento hizo que la historia transmita tanto. 

Sound of Metal es dirigida por Darius Marder y protagonizada por Riz Ahmed, quien interpreta a un baterista de una banda de punk metal que se queda sordo. Entonces, el músico debe afrontar el mundo desde el silencio, aprender otras maneras de entender y expresarse, a pesar de la negación, y el empeño por las tecnologías que prometen volver a escuchar.

En la página del Oscar, aparecen como ganadores en el renglón de Mejor Sonido Nicolas Becker, Jaime Baksht, Michellee Couttolenc, Carlos Cortés y Phillip Bladh. Sin embargo, María Carolina Santana Caraballo-Gramcko, su nombre completo, formó parte del laureado proyecto. “Es una cuestión contractual que tiene que ver con el número de personas involucradas en el proyecto. Mis compañeros de equipo, de hecho, enviaron cartas a la Academia de Hollywood, pero no fue posible que incluyeran mi nombre”, dijo hace unas semanas a El Nacional

Carolina Santana
La ingeniera de sonido estudió bachillerato en Caracas. Cortesía de David Londoño

Ese equipo que logró hacer un discurso sonoro, con clara importancia de cada silencio, presenta una obra considerada una de las películas más poderosas de los años recientes.

Desde los 17 años de edad, Carolina Santana vive en París. Actualmente tiene 31 años. El acento caraqueño se mantiene a pesar de casi dos décadas en lugares en los que se exigen palabras con otras entonaciones, letras que se pronuncian de distintas maneras. En su español, no hay ningún ademán parisino que delate los años en esas calles que inspiraron a Julio Cortázar, entre la Rue de Seine o el Quai de Conti. 

Allá, en París, los premios Oscar se transmitieron en la madrugada. Ella se conectó a verlos y compartió ese momento vía streaming con la familia. 

Hasta ahora, es el trasnocho que más ha valido la pena en su vida. En esa conexión con su familia, estaba Manuel Caraballo-Gramcko, el abuelo de la ingeniera de sonido. Referencia fundamental.

“La familia que tengo es una gran suerte. En el caso de mi abuelo, es alguien que ama la vida. Las personas que lo marcan a uno son aquellas que transmiten el amor que tienen por algo. Fue una combinación de pasiones”, cuenta desde Francia. 

Carolina Santana
Define la labor del ingeniero de sonido como la de una persona que hace paisajes sonoros. Cortesía de Carolina Santana

Su abuelo, además de ingeniero, fue amante de todo tipo de arte, un fervor que transmitió a Carolina Santana desde pequeña. “Creo que eso lo tomó de su papá, que fue poeta e hizo fotografía. Mi abuelo también tomó muchas fotos. Le daba mucha importancia a los eventos familiares. Solía hacer registros en videos, y mis primeros montajes fueron con él. Eso nos conectó, además de la música. Escuchar música en la casa de mis abuelos formó la banda sonora de mi vida. Me hizo también ser músico”.

Cuando ella se refiere al papá de su abuelo, habla de Manuel Henrique Caraballo-Gramcko, quien además de publicar poemas, reunidos en libros como Trovas ingenuas, escribió dramas y zarzuelas como Purezas del fango y Viuda por honra. Fue fotógrafo de El cojo ilustrado. De acuerdo con el Diccionario de Historia de Venezuela, en 1913 se encargó de la distribución y alquiler de películas para los cines caraqueños y del interior.

“Esa tradición la sentí muy clara. Es la generosidad de transmitir, que ese legado se comparta y se celebre. Toda una suerte hacerlo, y como niño, sentirlo. Eso me ha llevado también a dar clases de música y de sonido. Compartir también es honrar esa pasión, a tener un camino de vida”. 

No es la primera vez que el nombre de Carolina Santana figura en películas reconocidas. Trabajó el obras como Van Gogh, a las puertas de la eternidad (2018), y El insulto (2017), largometraje libanés que estuvo nominado al Oscar como Mejor Película en Habla No Inglesa.

—¿Siente tristeza por no haber podido ir a la ceremonia?

—Creo que el sentimiento es muy cercano a lo que se ha vivido con la pandemia. Sentirse desconectado o distanciado. Creo que me hizo mucho eco con lo que me ha tocado vivir por estar tan lejos de mi familia, esas etapas de la vida en la que uno no puede estar presente para celebrar o gritar, compartir en carne y hueso. Eso fue lo que más me pegó. Pienso también que lo que queda es la reconexión con ese momento de creación, de haber colaborado en ese proyecto, que tanto nos marcó y cambió.

—¿Puede recrear esos momentos en Caracas, cuando era una estudiante de secundaria en el Colegio Integral El Ávila? Ahí, en las paticas del cerro. ¿A qué aspiraba esa joven antes de ir a París?

—(Ríe) ¡Wow! Tendría que hablar mucho sobre mi colegio. Fue un privilegio porque contribuyó mucho a preservar todo lo venía de mi casa. También está el amor por los idiomas, por el lado de mi mamá, y por la parte científica, que proviene de mi papá. El colegio celebraba mucho eso, para que todo fuese integrado. A lo mejor por esa libertad, de combinar tantas cosas, llegué a esta profesión tan bella, porque conecté además con la tecnología, con los profesores de computación, además de la música. Estuve en el coro, aprendí batería, percusión. Toqué guitarra en algunos eventos. Al final de bachillerato hice un trabajo de tesis sobre cómo la música influye en la educación y el desarrollo social. Yo daba clases en la Escuela Jenaro Aguirre. Siento que voy acumulando diferentes pasiones y ámbitos relacionados con el arte, pero también con las personas, la cultura en una sociedad. Durante mis últimos años de bachillerato llegué a estudiar ingeniera de sonido en la Escuela Superior de Audio y Acústica. Estaba decidida a entrar a cursar composición en el Instituto Universitario de Estudios Musicales (Iudem). También estuve en la Escuela de Música Ars Nova. Muchas cosas que me apasionaban, que finalmente logré en París.

¿Y no pudo entrar al Iudem?

—Bueno, la decisión de irme es un tema. Casi digo que no porque entré en el Iudem, que había sido una meta de años. Pero cuando se presentó la oportunidad de viajar, lo pensé mucho. A lo mejor fue una conexión con el camino de mi abuelo de ir al exterior a estudiar Ingeniería de Sonido. De hecho, estudié en una universidad inglesa, que fue lo que él hizo. Se creó un nuevo sueño.

Hablamos de la sede parisina de Middlesex University London.

—Exactamente

La tesis era para bachillerato. Una inquietud muy temprana en el tema.

—Eso también viene del trabajo de mi tía abuela, María Angelina Celis, que trabajó muy cerca de José Antonio Abreu en el Sistema de Orquestas. Fue algo que también me inspiró: mi conexión con los músicos de las orquestas.

Acaba de hablar sobre su mamá y su papá, pero no dio los nombres. ¿Le parece si los nombramos?

—Me parece, me parece. Mi mamá se llama María Auxiliadora Caraballo y mi papá es Ernesto Santana. 

¿También es familia de la poeta Ida Gramcko? 

—Sí. Es prima lejana, igual que la escultora Elsa Gramcko.

Con el productor Sacha Ben Harroche en el Festival de Deauville. Cortesía Carolina Santana

¿Considera que Sound of Metal plantea un tratamiento sobre el sonido que no se veía en el cine en años recientes?

—Completamente. Ese planteamiento viene del director y de su hermano. En la elaboración del guion escribían desde un punto de vista que se llamó, como ha dicho el director, punto de audición. No se hacían solo momentos en los que estabas en los ojos del personaje, sino también en su escucha. Ambos también son músicos, así que tienen ese diseño sonoro desde su imaginación. Tenían como referencias películas como La escafandra y la mariposa, que se pone en el cuerpo de una persona que queda parapléjica. Fue actuada por Mathieu Amalric, que en Sound of Metal interpreta al papá de Lou. También hay un vínculo especial de ellos con su abuela, que perdió la audición y militó mucho para que las películas tuvieran captions, y así las personas pudieran ver películas sin importar tener una pérdida de la audición. 

¿Cuál fue el mayor desafío de trabajar este largometraje?

—Desde el comienzo fue un reto. Todos los sentimos y entendimos. Por ejemplo, el supervisor de sonido fue convocado muy temprano en el proyecto para estar presente antes del rodaje. De esta forma, estuvo más conectado. Antes me habían dicho que sería interesante que yo colaborara con Nicolas Becker, con quien el diseño de sonido no se hace tomando en cuenta las convenciones cinematográficas, sino más bien se vincula todo con el recuerdo. ¿Cuáles son los sonidos que nos evocan esas emociones? Es una forma muy cercana al trabajo de un actor. Cómo lo debíamos llevar como un personaje más, ese fue el reto más grande. 

También ha estado vinculada al mundo de los estudios de grabación con músicos. Recientemente trabajó en el próximo disco del cuatrista Miguel Siso, que saldrá este mes de mayo.

—Sí. Fue una ilusión muy grande, un encuentro muy hermoso. A lo mejor llegó por esa conexión, esa forma de ser los venezolanos. Una serie de coincidencias que me llevaron a la asociación de Cristóbal Soto acá en París, que se llama Sonar. Conocer a uno de los profesores de cuatro y también retomar el canto vocal, con Dariana López, una merideña que da clases también junto con Manuel Alejandro Sánchez. Conecté, volví a la percusión, a tocar música venezolana con ellos. Fue por eso que conocí a Miguel Siso, quien estaba de paso por París. Vi una clase de cuatro y fuimos conectando hasta grabar este disco que tiene a varios músicos venezolanos que dejan el nombre del país en alto como Adolfo Herrera, Jhonny Kotock, y evidentemente Alexis Cárdenas, a quien conocía desde pequeña en Venezuela. Es muy bueno saber que escuchas, pero también tener la posibilidad de inmortalizar esas composiciones tan emotivas y llenas de corazón. Lloré mucho durante los días de grabación. No lo creía.

Carolina Santana
Compartió con varios músicos venezolanos durante la grabación del disco de Miguel Siso. Cortesía Carolina Santana

La ingeniería de sonido podría resultar una profesión abstracta para algunos, ¿cómo explicaría qué es la ingeniería de sonido?

—(Piensa). La última vez que me hicieron esa pregunta me llevó a un recuerdo con mi abuelo. Me había leído un texto de Cyrano de Bergerac. (Suspira). En el texto explicaba que se imaginaba una caja de resortes, y de objetos inimaginables que iban a permitir preservar, dejar para la eternidad, la voz de nuestros seres queridos. Eso me marcó muchísimo. También, creo que mi conexión con la música, haber tenido la oportunidad de estar en una tarima, me hizo entender la responsabilidad de estar en la escucha. Eso de ser una extensión, comprender ese lugar que acoge las emociones que ese músico quiere transmitir. Para mí, esa es la parte del ingeniero de sonido en la música. No sé si responde lo suficientemente claro tu pregunta. El cine vino a ser como una oportunidad de dar profundidad a una imagen. Conectar con esa parte que es como un recuerdo vivo. Interesante ver cómo se crean esos paisajes sonoros, se carga emoción una imagen.

¿Podríamos decir entonces que el ingeniero de sonido es un paisajista sonoro?

—Sí, completamente. (Ríe).

Me comenta que retomó los estudios de canto vocal. ¿Piensa dedicarse a la interpretación o a la composición?

—Realmente fue una necesidad de conectar con la música venezolana, desde mis raíces. Una manera de vincular con sus historias, y con aquellos artistas que son un orgullo para la cultura del país. Como me cuesta hablar, siento que esa parte también es un proceso que me permitió llevar todo diferente, una manera distinta a cuando llegué a París. En ese momento no tuve la oportunidad de conectarme con muchos venezolanos. Fue hasta hace pocos años que pude hacerlo, reconectarme con ellos, y con el país, con su paisajes, sonidos, olores y colores. El canto me permitió todo eso. 

Un ejercicio de arraigo…

—Sí.

Hay una frase de Gustavo Cerati que dice que el silencio no es tiempo perdido. Me gustaría saber cómo la interpreta una persona que se dedica a su profesión. 

—Completamente. Me encanta esa letra y que la compartas conmigo. Me voy a referir a uno de los aprendizajes de esta película. Si bien es cierto que el trabajo de sonido fue interesante, pero ese recorrido hacia el silencio que hay en la historia, tuve que vivirlo muy personalmente. Entender cómo la música nace del silencio, de ese momento de paz interior necesario para que pueda existir la música. Incluso, en su definición, es la presencia y ausencia de esas notas y melodías que crean ese latido que nos hace no estar en un mundo lleno de ruido. Se explica y se siente muy bien cuando uno está atiborrado con ocupaciones, como llenando ese silencio, y no hay posibilidad para que nazca lo importante. Durante la pandemia entendí durante el silencio qué es realmente lo importante, lo que resuena y se escucha detrás del ruido.

La ingeniera de sonido con el director Darius Marder y el supervisor de sonido Nicolás Becker. Cortesía Carolina Santana

Ahora, con lo ocurrido con el Oscar, me imagino que ha surgido toda una red de contactos nuevos en la industria. No sé si ha pensado en irse a Los Ángeles. ¿Cuáles son los planes ahora?

—Ha aparecido para mí como un futuro o ilusión. He conectado con tanta gente en varios lugares. También tuve la posibilidad de colaborar a distancia. Después de este proyecto volvimos a trabajar juntos con el equipo, iniciativas también no vinculadas con el cine, atípicas, como arte plástico, así como mi participación en este disco de música venezolana, algo que me encantaría continuar. Uno de los proyectos que vendrá es grabar música venezolana. Eso se puede hacer desde cualquier lugar. A lo mejor el venezolano que se ha ido entiende que las fronteras se borran un poco, pero nos podemos encontrar en todas partes. 

Creo que hay una película cuyo desarrollo se pausó por la pandemia y está previsto retomar. ¿Qué puede contar al respecto?

—Es una película que retomamos junto con Nicolas Becker. Se podrá contar sobre ella cuando se haya retomado y avanzado. Para este proyecto fuimos llamados por ese trabajo de subjetividad sonora que se hizo para Sound of metal

¿Desde cuándo no visita Venezuela?

—Creo que desde hace cinco años. 

¿Qué sería lo primero que haría al regresar al país?

—Bueno, creo que pasaría mucho tiempo con mi familia. Me hacen mucha falta el calor, los paisajes y los sonidos de Venezuela. Mi país me regaló esa belleza auditiva y visual. No sé si eso también me llevó a trabajar en el medio audiovisual. Esas son las cosas que añoro. También la comida.

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