Las restricciones presupuestarias de los hogares limitan el acceso a alimentos que dejaron de formar parte de la dieta cotidiana. La economista Josymar Wanderlinder estima que el consumidor venezolano promedio destina 40 % de sus ingresos a compra de alimentos, cercano a países como Haití y lejos del 8 % de Estados Unidos.

Caracas. Pasaron cuatro años para que Nilda Pérez pudiera comprar zapatos nuevos para ella y sus hijos. A finales de 2019 consiguió un buen puesto de trabajo y, cuando ya había terminado de reunir los bonos que le daban, fue directo al centro de la ciudad a “darse un lujo”. “No teníamos para más que comida, los zapatos o los remendaba o los compraba usados de gente que necesitaba dinero y los remataba”, cuenta.

La crisis económica cambió radicalmente el patrón de consumo de los venezolanos. La escasez de productos básicos debido al control de precios y cambio, la inflación y la pérdida de poder adquisitivo obligaron y siguen obligando a parte del país a ajustar sus presupuestos a lo que hay, renunciando a bienes y servicios que, en una economía normal, son accesibles para el grueso de la población.

Nilda reconoce que, a pesar de que en los últimos dos años ha mejorado levemente su situación económica gracias a su trabajo y la recepción de remesas, aún se limita muchas cosas tanto para ella como para sus hijos, especialmente en cuanto a recreación.

Mi hija tiene seis años y solo ha ido una vez a un parque de diversiones. Llevarlos a ambos implica gastar el doble en atracciones, transporte o imprevistos y es dinero que puede servir para comida, colegio o emergencias. Sé que no es igual, pero trato de distraerlos yendo a manejar bicicletas a un parque, a la playa o a la montaña”, dice.

La comida es prioridad

La economista Josymar Wanderlinder explica que, en medio de la recesión económica que atraviesa Venezuela, los cambios en patrones de consumo son evidentes. “Todo se está traspasando a alimentos, la gente está dejando de gastar en recreación y otros rubros para comprar comida”, explica. 

Señala que todo consumidor demanda bienes y servicios que le permitan satisfacer sus necesidades, pero que su adquisición o no va a depender de una restricción presupuestaria, que en el caso de Venezuela “es fuerte” porque la hiperinflación y el fenómeno de la dolarización pulverizan los ingresos de los trabajadores.

Los venezolanos han tenido que hacer hazañas para poder satisfacer esas necesidades de bienes y servicios, que todos requerimos para vivir, básicos y no básicos, y se han tenido que hacer ajustes en patrones de consumo para poder satisfacer cada una de ellas”, dice la economista.

Solo una parte va hacia lo demás

Wanderlinder, economista egresada de la Universidad Metropolitana, menciona que solo “una porción muy pequeña” de la canasta de consumo del venezolano incluye gastos relacionados con esparcimiento, cultura, transporte, comunicaciones e incluso servicios, que si bien son considerados básicos, aún tienen precios desfasados de la realidad. 

A modo de ejemplo, calcula que, en promedio, el venezolano destina alrededor de 40 % de sus ingresos a la compra de alimentos, cifra que hace tres años estaba entre 30 % y 35 %, mientras que en países como Estados Unidos ese gasto es de cerca de 8 %, dejando margen para la satisfacción de necesidades y gastos como vestimenta, alquileres y disfrute.

Y son precisamente los rubros distintos a alimentos los que más impacto inflacionario han tenido en los últimos años, por lo que se alejan aún más del poder de compra de la población. 

Según el Banco Central de Venezuela (BCV), en lo que va de año la inflación general es de 264,77 %, pero sectores como servicios (568,4 %), transporte (314,28 %), comunicaciones (365 %) y esparcimiento (295,5 %) la superan, comportamiento similar al mostrado en los tres años previos con hiperinflación.

Precios inferiores, bienes insuficientes

Pero incluso entre los gastos de alimentación los patrones de consumo han variado y obligado a la población a optar por bienes más económicos y accesibles a los bolsillos, independientemente de si el producto satisface o no al consumidor, lo que en la terminología económica se conoce como bienes inferiores.

Según Wanderlinder, quien también es miembro del Departamento de Investigación Económica de la firma Econométrica, la adquisición de bienes inferiores responde a las restricciones presupuestarias que puedan tener personas u hogares al no tener suficientes ingresos para cubrir gastos como alquiler, educación o salud. 

Esos gastos te limitan a la hora de adquirir un bien normal, que es el que produciría la utilidad o satisfacción máxima, por lo que tienes que recurrir a un bien inferior que es más asequible pero no da la misma utilidad, a diferencia del bien sustituto que es económico y satisface la necesidad”, dice.

¿Sinónimo de mejora?

Wanderlinder explica que el fenómeno de adquisición de bienes inferiores es un indicador de cómo se está comportando la economía del país y sus patrones de consumo, pues se produce en distintos niveles en todos los estratos sociales y sectores de la economía.

Desde la compra de autos usados por falta de créditos e ingresos suficientes para reunir para uno nuevo hasta de equipos tecnológicos de gama baja o con especificaciones inferiores a las esperadas, son señales de que el consumidor venezolano busca cubrir una necesidad, así sea parcialmente, al menor costo posible. 

Y, en el caso de los alimentos, la realidad es más palpable. “El consumidor venezolano promedio ha dejado de comer carnes y frutas, que tenían un peso importante en la canasta de consumo, para comprar alimentos más económicos y versátiles como huevos y harinas, que también rinden más”, explica la economista.

Nilda Pérez, por su parte, es tajante al afirmar que sus prioridades siguen siendo la alimentación, educación y bienestar de ella y sus hijos y que “mientras haya opciones para tratar de resolver lo demás, seguirá tratando de tomarlas”.

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