En las calles y plazas de Maturín, los niños de la calle trabajan vendiendo bombones. Algunos son el sustento de la familia y otros son hijos de personas que los ponen a pedir y a vender chucherías. Ningún organismo oficial tiene cifras exactas sobre la cantidad de menores que están en condición de abandono o de los que tienen que trabajar. Las casas abrigo intimidan a los niños, que afirman que los maltratan.

Maturín. En una ciudad sumida en la desidia, la infancia se ve arrastrada e interrumpida: no hay un espacio de Maturín donde no haya un muchachito vendiendo dulces o pidiendo comida. Niños en situación de calle sobreviven con el semblante triste y temerosos de los extraños.

No hay datos oficiales sobre esta población vulnerable, los organismos del Estado aseguran que las cifras son muy variables, sin embargo, la percepción en las calles en todos los sectores de Maturín es que su número ha ido en aumento.

“Si no salgo a pedir, no comemos en mi casa”, dice José Daniel, de 12 años de edad, que tiene en sus manos un billete de Bs. 1 (equivalente a un millón antes de la reconversión). Es lo único que logró recolectar en el día.

El niño entra a un lugar de comida en el centro de Maturín a pedir que le regalen una hamburguesa de un dólar, de las que abundan en la ciudad. Nadie parece prestarle atención pues la práctica se ha hecho recurrente.

niños de la calle
El pequeño de 12 años de edad es el sustento familiar. Foto: Natacha Salazar.

Es temeroso y no suele hablar con extraños más que para pedir. Cuando lo interrogan sobre su vida se muestra arisco, pues asegura que en varias oportunidades se le han acercado funcionarios del Estado y lo han llevado a refugios en los que dice no sentirse contento porque “son lugares feos”.

Ya en confianza y devorando una hamburguesa para hacerle frente al hambre, José Daniel cuenta que tiene cinco hermanos de 4, 6, 7, 8 y 10 años de edad, vive en la Invasión de la Puente en Maturín. Su mamá se queda en casa cuidando de sus hermanos y él debe salir a procurar por lo menos una de las comidas para el día, que suele ser la cena.

Relata que con lo que recolecta en el día, que pueden ser aproximadamente Bs 5,00 (5.000.000 de los de antes) puede comprar una harina de maíz precocida, que rinde únicamente para la comida de la noche. La cena es arepa, sin complementos. No alcanza para nada más.

Mi mamá se queda en la casa porque está enferma, tiene paludismo. Yo soy el mayor, no me gusta que mis hermanos salgan a pedir y yo soy el que sale. Al mediodía me vengo para acá, para el centro caminando con otros de los muchachos y me voy como a las 7:00 p. m. El dueño de este lugar es el único que nos ayuda, en otros lados nos corren”, comenta.

La Invasión de la Puente es un sector de Maturín catalogado como vulnerable por el gobierno regional. Está integrado por algunas comunidades que aún no han sido consolidadas y está ubicado a 15 minutos (en carro) del centro de Maturín, lo que se podría traducir en aproximadamente una hora caminando. Es el tiempo que tarda José Daniel en llegar al lugar donde acostumbra a pedir dinero o comida.

Siempre mira hacia abajo, como si no quisiera que lo reconocieran, y sus manos tienen una textura que delata el trabajo duro a sus cortos 12 años. Su expresión está a medio camino entre la inocencia y la suspicacia, en un ambiente tan hostil como la calle no puede dar tregua.

Reconoce que no estudia porque no tiene cuadernos y aunque quisiera no podría. Él es el sustento de la casa y debe salir a pedir dinero para comer. Su papá vive en San Félix, estado Bolívar. “No se ha podido venir porque no tiene real”, dice.

Su ropa desgastada y sucia devela la falta de atención de un representante. José Daniel asegura que es la única que tiene, todo lo demás está roto. Una camisa de rayas negras con un blanco, un tanto percudido, y un short de algodón rojo con un bolso tricolor roto es su vestimenta del día a día.

Yo al principio tenía miedo de hablar con usted porque hay unos que nos llevan para la casa (casa abrigo). Eso es un lugar feo y allá nos atiende una gorda que nos maltrata y no comemos. Yo pase un año ahí y no quiero que me lleven de nuevo. A veces cuando vienen (funcionarios) salimos corriendo por ahí”.

José Daniel esconde tras su templanza un miedo a la calle que admite luego de una larga charla: “Yo siempre salgo solo, pero me da miedo en la noche”. No deja de mover las manos como para ocultar los nervios y sus ojos marrones se cristalizan como si quisiera pedir ayuda, pero no hay a quien.

A pesar de que le ha tocado asumir responsabilidades que no son propias de un niño, José Daniel asegura que tiene un sueño: “Cuando sea grande quiero ser policía para atrapar malandros”, dice entusiasta.

¿Problema de Estado o sociedad?

En 1999 cuando recién tomaba las riendas del país, Hugo Chávez decía: “Yo me prohíbo a mí mismo. Hugo Chávez se prohíbe a sí mismo que haya niños de la calle en Venezuela. No puede haber niños de la calle. Asumamos nuestra culpa. No permitiré que en Venezuela haya un solo niño de la calle; y si no, dejo de llamarme Hugo Chávez”.

Han pasado 22 años desde estas declaraciones y el aumento de niños abandonados o niños que aun con familias han tomado las calles para buscar la comida diaria es notorio, pese a la falta de cifras reflejadas por ONG o instituciones del Estado. “Es una realidad que hasta ahora no se ha podido controlar y va en aumento”, explican quienes siguen de cerca esta situación.

Danielys León, presidente de la Fundación del Niño en Monagas, asegura que este problema tiene un trasfondo social que se ve en el núcleo familiar. En ocasiones, suelen ser los padres quienes no cooperan con las organizaciones del Estado para que sus hijos puedan salir de las calles.

Creo que más allá de un problema de Estado, es de familia. Es un problema social y, lamentablemente, los padres no colaboran. Hemos desarrollado varios planes con los cuales no solo brindamos atención al niño, sino también a sus padres si están desempleados. Pero no todos colaboran y a los tres días de haber sido captados vemos otra vez a los niños pidiendo en las calles”, dice.

León sostiene que hace más de dos años trabaja con alrededor de 22 niños por medio de programas especiales que van desde charlas sobre el consumo de drogas y embarazo adolescente, hasta ayudas económicas y compra de uniformes, zapatos y útiles escolares. Sin embargo, asegura que estos planes a pesar de brindar estos beneficios no solucionan el problema, pues no hay voluntad por parte de los padres.

“Constantemente, hacemos operativos en establecimientos comerciales como Farmatodo, panaderías, en los que ya sabemos que es recurrente que vayan a pedir dinero. Vamos hasta sus hogares y hablamos con sus padres, pero la mayoría viene de familias disfuncionales. Hemos puesto a sus padres a trabajar en instituciones, los hemos pautado a charlas, pero muy pocos asisten”, detalló.

La funcionaria precisó que por ser un problema social deben trabajar junto con las instituciones para lograr resultados satisfactorios por el bienestar de los menores de edad.

A Danielys la reconocen la mayoría de los niños en la calle, niños que ya han sido rescatados en varias oportunidades y reinciden nuevamente en las prácticas de pedir o vender dulces.

Nosotros hemos hecho un sinfín de actividades para lograr que salgan de las calles. Les cortamos el cabello, les damos sus zapatos, sus útiles, también ayudas económicas, pero hay que involucrar más a la familia. Yo tengo muchos casos de Pinto Salinas y hay unos en los que incluso los padres consumen drogas y usan a los niños para que pidan en las calles”, indica.

Betzy Veracierta, directora regional del Instituto Autónomo Consejo Nacional de Derechos del Niño, Niña y Adolescente (Idenna), cuenta que todos los viernes esta institución adscrita al Ministerio para las Comunas y Protección Social realiza operativos recurrentes en plazas y sitios comerciales de Maturín para captar a los menores. Asegura que la mayoría de estos niños tienen familia.

“Tenemos una serie de programas para atender esos casos. Ahorita hacemos recorridos por puntos emblemáticos de Maturín. A estos niños se les hace un seguimiento social porque no están en condiciones de ser aislados o ser recluidos en una entidad de atención porque tienen familia, tienen a su papá y a su mamá. Lo que hacemos es llegar a sus casas a ver en qué condiciones están y tratamos el tema del círculo de crianza amorosa con los padres. Es un tema a largo plazo por la situación país”, precisó.

Veracierta sostiene que la data de niños en la calle varía de forma constante, por lo que no cuentan con números certeros sobre las personas en esta condición en la actualidad.

“¿Estos niños están escolarizados?, es lo primero que preguntamos. Hay bastantes niños vendiendo bombones y la mayoría está acompañada por sus padres. Hablamos con los padres, hacemos seguimiento y hago énfasis en esto porque es un equipo multidisciplinario que se encarga. No podemos intervenir a los niños porque no cumplen con las cualidades. Se interviene un niño o se alberga cuando está en una situación de extrema necesidad”, subrayó.

La funcionaria asegura que tienen cálculos de que este porcentaje descenderá cuando inicien las clases, pues gran parte de los niños que están vendiendo bombones son hijos de quienes practican el comercio informal.

De 10 niños que abordamos, 7 son hijos de quienes venden café y buhoneros. Todos esos niños son los que venden bombones. Entonces, llamamos a papá y a mamá y les damos una charla de lo que es responsabilidad de crianza y nos ponemos a la orden para atenderlos. Estamos pendiente de cuando empiecen las clases porque puede disminuir este flagelo”, comenta.

Niños dejados atrás

Anthony tiene 9 años de edad y vende bombones en la Plaza 7 de Maturín, vive con su abuela desde hace dos meses pues su mamá se fue a Colombia. Desde entonces, no se han podido comunicar con ella. Él y la abuela son el sustento del hogar.

Anthony dice que cuando venden todos los bombones puede comprar dos paquetes de harina de maíz y una mantequilla. Asegura que pocas veces pueden comer carne o acompañar la arepa con un relleno. Con la pensión de su abuela, que son apenas Bs 7,00 (7.000.000), les alcanza para comprar recortes de pollo o “un poquito de carne”, sin embargo, el consumo de proteínas en su hogar no es frecuente.

Anthony no estudia. Dice que dejó de ir a la escuela desde que estaba en tercer grado. Ahora no acude por falta de útiles y uniforme, además de que sumó una nueva responsabilidad y es ayudar a su abuela con el sustento de la casa.

Vende los bombones en 0,50 bolívares ( Bs 500.000 ), siempre carga una caja de 50 unidades. La caja de bombones la compra su abuela, él desconoce el costo total. “Si voy yo, no me la venden, tiene que ir un grande”.

Anthony vive en El Nazareno, otro sector vulnerable para el gobierno. Camina desde su casa hasta el centro de Maturín y cuando tiene suerte se va con su abuela en autobús, aunque esto no sucede con frecuencia. De El Nazareno hasta el centro de Maturín son aproximadamente 12 minutos en carro, caminando podrían ser al menos 40.

También con timidez baja la mirada, no suele relajarse ante interrogantes de extraños, sobre todo cuando estas tienen que ver con su vida personal; así como José Daniel, teme que funcionarios del gobierno lo reconozcan vendiendo en la plaza.

Anthony no tiene hermanos por lo que se siente con la responsabilidad de procurar el alimento diario trabajando y dejar de lado su infancia y educación. Cuando habla de su madre no emite muchas palabras: “Yo no sé nada de eso, sabe es mi abuela. No sé por qué se fue”, se lamenta.

De acuerdo con el último estudio realizado por Cecodap, en 2020, 839.059 niños venezolanos se mantienen alejados de sus padres por la migración forzada y 15,4 % de los migrantes reporta la separación de niños, niñas y adolescentes como consecuencia de la migración de los últimos años.

En este sentido, 47,7 % de los niños quedan bajo la tutela de sus abuelos y estos vuelven a ocupar el primer lugar como cuidadores.

Casas abrigo: un lugar oscuro para los niños

Las casas abrigo o entidades de atención se han convertido en sinónimo de “intimidación” para los niños que deambulan por las calles. En su mayoría temen ser recluidos en estos espacios aún sin conocerlos, mientras que otros ya han tenido experiencia y aseguran no querer repetir.

Los funcionarios suelen perseguirlos por las plazas, en especial a aquellos que no tienen familia y se niegan a ser trasladados a estos centros de atención.

Marlene Rodríguez, representante de la Asociación Civil Conciencia Ciudadana y exdirectora del Concejo Municipal de Derechos del Niño, Niña y Adolescente (2017), asegura que tres casas abrigo se han agrupado en una sola. Es decir, estas tres entidades de atención han cerrado sus puertas. ¿Los motivos?: Se desconocen.

“Anteriormente, teníamos la casa abrigo Niño Jesús en Las Cocuizas, en la que se albergaban niños de 0 a 6 años de edad; la Nuestra señora Del Carmen en la calle la planta, solo varones de 6 a 11 años de edad; y teníamos la José Mercedes Santeliz en la que estaban los adolescentes a partir de 12 años de edad y la Lya Ímber de Coronil en la que estaban las niñas a partir de 11 años de edad. Ahora, en este último espacio están concentrados todos los niños. Calculo que unos 60”, detalló Rodríguez.

La activista de derechos humanos aseveró que aunque desde la ONG han limitado sus actividades por la pandemia COVID-19, entre 2020 y 2021 han realizado estudios que indican que al menos 70 % de los niños está trabajando en edades comprendidas entre 10 y 13 años de edad.

“Son niños que no están en edad de laborar, pero se han visto obligados a salir a buscar el sustento, quienes deberían hacer eso son los padres. En el trabajo que realizamos entre el año pasado y este no hemos cuantificado la cantidad de niños en la calle, pero sí el porcentaje de menores que están trabajando y eso está más o menos en 70 %”.

A juicio de Rodríguez, existe un abandono total en el sistema de protección y urgen políticas públicas por parte de las instituciones encargadas de velar por los derechos de los niños, niñas y adolescentes.

*Los nombres de los niños se han cambiado para protegerlos.


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