El largometraje de Taika Waititi se adentra en los sentimientos de un joven que pertenece a las Juventudes Hitlerianas, pero sus dogmas empiezan a tambalearse cuando conoce a una niña judía que está escondida en casa.

Caracas. No es temerario afirmar que muchos conocieron la Segunda Guerra Mundial por el cine. Decenas de películas han conformado un ideario de uno de los acontecimientos más lamentables y sangrientos de la historia.

Steven Spielberg, Charles Chaplin, Christopher Nolan, Quentin Tarantino, Roman Polanski, Roberto Benigni, Terrence Malick, Michael Curtiz, László Nemes, John Sturges y David Lean han filmado obras que han contribuido a nuestro entendimiento emocional del conflicto.

Entre las más recientes, hace 11 años Tarantino sorprendió con la osadía y agradecida irreverencia de cambiar la historia, ahí, en el metraje, donde todo es posible. La muerte del alto mando nazi en una sala de cine, que tenía como proyeccionista a una judía, fue el clímax que faltaba entre tantas historias inspiradas en estos hechos.

Ahora Taika Waititi, el mismo director de Thor: Ragnarok, ofrece en Jojo Rabbit una satírica película protagonizada por Jojo, un niño alemán ferviente fanático de Hitler. Junto con su segundo mejor amigo, Yorki (Archie Yates), entrena en un campamento de las Juventudes Hitlerianas con el propósito de ir al frente para defender al gran líder, parodiado desde las primeras escenas con una versión “I Want to Hold Your Hand” de los Beatles, casualmente los británicos que se hicieron famosos en Hamburgo, donde John Lennon solía imitar a Hitler durante algunas presentaciones.

Jojo (Roman Griffin Davis), en sus momentos de soledad, cuando se debate entre sus anhelos y la vida real, conversa con su amigo imaginario: el Führer, interpretado por el cineasta neozelandés. Quizá para algunos no sea hilarante este planteamiento, y resulte delicado, especialmente por la emotividad expuesta en el cine entre niños y la tragedia del nazismo, pero Waititi, quien también es guionista de esta obra, supo cómo concentrar en este personaje todo el patetismo del germen del fanatismo, desde la seguridad que brinda el convencido hasta la desesperación de quien se ve disminuido en la derrota.

Y cuando hablamos de derrota en esta película, no solo hay que referirse a la consabida en el campo de batalla, sino a la lucha que surge en la mente de un niño cuando empieza a descubrir que el mundo es mucho más que consignas y dogmas.

Los primeros minutos de Jojo Rabbit son un elogio a la incorrección política. El campo de entrenamiento es un lugar para acentuar el demente contexto en el que se encuentra el protagonista. En ese lugar, las riendas las lleva el capitán Klenzendorf, un atinado Sam Rockwell, quien interpreta a un militar venido a menos que en lugar de estar en la batalla, enseña a embelesados niños cómo lanzar una granada.

Jojo está secuestrado por el Estado. Rosie, su madre, encarnada por una camaleónica Scarlett Johansson, sabe que su hijo está perdido en la fervorosidad del discurso imperante.

jojo rabbit
Fotograma de la película

La aparición de Johansson es corta, pero suficiente para expresar las distintas emociones que se pueden vivir en un lugar como el que ella vive, en el que también es madre soltera, pues los derroteros del padre no son conocidos.

Ella es abnegada y misteriosa. Y en ese sigilo, se deposita uno de los atractivos de la trama, fundamental para el giro que da. Jojo empieza a cuestionar sus creencias cuando descubre que su mamá esconde en casa a una joven judía llamada Elsa (Thomasin McKenzie).

Waititi ofrece imágenes con unos colores que se asemejan a los de Wes Anderson. En esa paleta, con la que se diferencia de la impronta del documental que a veces predomina en estas historias, el realizador atenúa el horror, pero sin omitir las consecuencias.

Desmitifica la pomposidad de los agentes del Estado al caricaturizarlos y subraya la importancia de la amistad y los vínculos familiares en momentos de extrema crueldad. La relación con Yorki, por ejemplo, es una de las que se hace más entrañables, por los argumentos genuinos a los que Jojo se enfrenta gracias a su segundo mejor amigo.

El director hace de los detalles una historia que acompaña al argumento central. Por ejemplo, la trama de los zapatos en la simbología sobre el afecto y la madurez, esto último especialmente en lo que respecta a saber cómo atar las trenzas.

A Jojo es imposible juzgarlo, pues el espectador desde el comienzo entenderá las circunstancias en las que vive, y verá además cómo va descubriendo un mundo de emociones y empatías que le era imposible sospechar. Todo esto se va reflejando en la dinámica con su amigo imaginario, un acierto en su puesta en escena por la subtrama psicológica sobre la perspectiva de la personalidad y esos dilemas de la mente. El baile, como expresión de libertad, también es un recurso apropiado en esta historia que ha hecho que, en mi experiencia, algunos aplaudan en sala cuando finaliza este filme, uno de los más esperados durante el año 2019.

La película está basada en la novela Caging Skies de Christine Leunens. Tiene seis nominaciones al Oscar, entre ellas Mejor Película, Mejor Guión Adaptado y Mejor Actriz de Reparto, por el trabajo de Scarlett Johansson.

Jojo Rabbit entra así a esa lista de películas necesarias en toda esta línea cinematográfica que ha visto la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas desde distintos puntos. Pero no es una más de tantas, sino una que se convierte en referencia, en clásico y que será recordada para volver a ella cada cierto tiempo. No deja a nadie indiferente. Es de esas obras sobre las que se piensa al día siguiente de verla, que sigue ahí y musita.

Fotograma de la película

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