A pocos días de que sea beatificado, el próximo 30 de abril, cobran vida todos los hitos históricos que envolvieron al venerado médico nacido en Isnotú y que puso sus talentos al servicio de sus pacientes en la Caracas de principios del siglo XX.

Caracas. Sabemos que José Gregorio Hernández, el Médico de los Pobres, se distinguió por su fe inquebrantable en Jesucristo y en su Iglesia. Se habla en todo tipo de textos y material documental audiovisual de su humanidad y sencillez. Y se le describe como un hombre común y corriente.

El día de su muerte, el 29 de junio de 1919, el pueblo lo reclamó. Se cuenta que en la plaza Bolívar había más de 30.000 personas. Gritaban “el doctor Hernández es nuestro”, y lo llevaron en hombros el 30 de junio hasta el Cementerio Municipal del Sur. Llegaron a las 9:00 p. m. Ese fue un día de duelo no decretado y eso hablaba mucho de su fama de santidad.

Pero JGH fue, en medio de toda esa vida extraordinaria y ejemplar, un hombre corriente, al que le gustaba bailar y asistir a las retretas de la plaza Bolívar.

Incluso fumó cigarrillos los últimos años de su vida, según cuenta en su libro el médico Miguel Yáber Pérez, estudioso de la vida del siervo de Dios. Lo describe como un hombre crítico que enjuiciaba con gran caridad las situaciones y conductas desacertadas de la época.

También amanecía en las fiestas, como contó Omer Quiaragua, licenciado en Letras, guionista y productor de cine y TV (fue guionista de la serie El Venerable). “Era un hombre bien presentable, le gustaba recrearse y tocaba piano con unas amigas, una de ellas la hermana mayor de su amigo, Aníbal Dominici”, de quien se decía estaba enamorada de él.

“A José Gregorio se le despertó la atracción por el sexo opuesto como a cualquier joven normal y corriente de su época. Sus contemporáneas femeninas lo describían como un joven muy apuesto, educado, inteligente y con un excelente estilo al bailar. En su juventud, cuando realizaba su educación secundaria, se enamoró de una joven. No fue correspondido y dicen que ese fue su primer desencanto amoroso”, refiere el biógrafo Alfredo Gómez Bolívar.

En realidad, JGH no se casó porque su padre murió dejando una familia formada por una madrastra y seis hermanos muy jóvenes de los que él se hizo cargo. Se los trajo a todos a Caracas y procuró brindarles un futuro mejor.

JGH no se trasladaba en carro cuando iba a ver a los enfermos. Solo fue obligado a usarlo durante la época en la que la peste azotó a la ciudad. Así podía abarcar a mayor número de enfermos.

“Le gustaba tomar aguamiel, una bebida andina, y comer hallacas; de hecho, las mandaba a hacer en Navidad para su familia”, contó Laura Zambrano, miembro de la Causa de Beatificación del doctor José Gregorio Hernández.

Alfredo Gómez matizó que José Gregorio Hernández creció en un hogar que era verdaderamente una “iglesia doméstica”, y escuela de formación de esa vida equilibrada, austera y fructuosa que conocen los venezolanos. “Heredó de su mamá un sereno fervor religioso, la facilidad para acercarse a Dios, y la inclinación de socorrer a los pobres”.


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