La película de Adrián Geyer parte de los recuerdos de infancia relacionados con el artista merideño Juan Félix Sánchez para relatar una historia de creación pero también de olvido.

Caracas. Los objetos desvencijados en el Tisure, la pérdida de la memoria. El nombre de Juan Félix Sánchez resuena todavía en Mérida como la figura de un hombre lejano, que es tradición y cultura, pero cuyo lugar de vida se viene abajo como la memoria atribulada por la desidia.

En el documental Juan, el cineasta Adrián Geyer se propuso descubrir a esa figura que ha estado ahí desde su infancia: en los recuerdos de sus padres, en las fotos de familia, en las reuniones del hogar, en miles de palabras.

Arquitecto, escultor, tejedor, artesano, Juan Félix Sánchez fue conocido por tanto, pero algunos apenas rozan una pequeña parte de su paso por este mundo, otros, tal vez por una juventud tambaleada por estos tiempos revueltos, ni lo conocen.

Pero el cine, siempre como héroe, está ahí para el rescate. Geyer lleva al espectador a los paisajes andinos, a los caminos empinados, en caballo y mula, le muestra al público un mundo que generó un imaginario en esas montañas, donde el silencio es protagonista, mientras se advierte el frío en parajes que fueron la morada de un hombre misterioso, ermitaño, egocéntrico, intranquilo y creador, según quienes lo conocieron.

El cineasta es hijo de Sigfrido Geyer, uno de los miembros del Grupo Cinco, del que también formaron parte Alberto Arvelo, Jerry Joyner, Nereus Bell y Dennis Schmeichler. Ellos conocieron al artista en los años setenta y publicaron el libro Juan Félix Sánchez, que mostró más allá del páramo ese universo.

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Juan Félix Sánchez. Foto: Cortesía

Indaga entre quienes lo conocieron y va configurando así una imagen más allá de la común: sus manías, sus formas, sus cuentos; en fin, una personalidad. El realizador va hilando una historia que parte de su perspectiva muy personal, que se entrelaza cabalmente con la memoria de otros y lo que todavía sobrevive en los lugares donde está erigida su obra. Hay, además, material de archivo que contrasta recuerdos y certezas de un personaje que llegó a ser centro de atención para la élite cultural tanto local como internacional.

Juan es parte del Proyecto JFS, una iniciativa que tuvo su génesis con la exposición Musas, realizada en 2014 en el Centro de Arte Los Galpones. Un año después se estrenó el cortometraje Tisure, como se llama la zona en la que vivió Juan Félix.

Ahora, este documental representa un llamado a voltear hacia lo que está en el borde hacia el olvido, pero para ir más allá de lo anecdótico, hacia el reforzamiento de una memoria que pareciera estar a la sombra de las heroicidades de siempre o, peor aún, de endebles discursos que buscan hazañas en el despropósito.

Geyer, que es coguionista del documental junto con Leandro Arvelo, también desmitifica al hombre cuando acude a quienes no solo reconocen al artista, sino también al padre que no fue, por ejemplo. El cineasta sabe cómo virar con pertinencia la historia para adentrarse en el humano con sus carencias y omisiones. A pesar de ser una figura creadora que quiso abarcar tanto, hay atención hacia las rendijas del mito.

La fotografía de Jesús Ayala brinda el sosiego de un paisaje asociado con la paz, pero paradójicamente también muestra la desidia del olvido. En el Tisure, la casa de Juan Félix se desmorona. Atrás quedó el lugar de encuentros entre el artista y amigos que ocasionalmente iban a celebrar al creador.

El documental se estrenó en Venezuela el 27 de diciembre. Su realizador trae un testimonio familiar que se convierte en constancia de un personaje del que todavía falta por descubrir.

Geyer demuestra con Juan cómo los recuerdos que habitan en uno desde la infancia determinan propósitos de vida y personalidades para indagar qué tanto del otro forma parte de uno. Auscultar para confirmar y descubrir. Trae además a las pantallas otra muestra del buen momento del documental en Venezuela como registro, desde el arte, de la historia que apenas se susurra, como el viento pasajero de los páramos, que está ahí, aunque apenas sea tangible. Ahora bien, quizá faltó indagar en los orígenes pudientes del creador, que le permitieron la holgura, pero que contrasta con una vida austera y sencilla.

La idea del director es llevar la película a centros culturales, tanto en Venezuela como en el exterior. Una idea loable en un país en el que el cine de ficción no es correspondido en salas, menos aún en momentos en los que la exhibición cada vez más pierde espectadores en las salas locales. Pero mientras esté en cartelera, es una de las mejores opciones para ver en pantalla grande, no solo por la historia y los testimonios, sino por el deleite visual de cada toma, que hace honor, además, a quien hizo de la estética una forma de vida y de honra a la creación.


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