Nominada a tres premios Oscar, la película de Darren Aronofsky cuenta una historia de búsqueda de la salvación. Un hombre siente que debe obtener el perdón antes del fin

Caracas. Charlie (Brendan Fraser) es un profesor de literatura encerrado en un mundo en el que decidió confinarse. Su contacto con el resto no existe, tan solo es testigo de lo que ya conoce a través de las obras leídas, así como de todo aquello que cargan quienes van hasta su hogar. Mientras, intenta redimirse de su pasado. Pedir disculpas en su constante.

La ballena es una película en la que el actor se luce. No necesariamente carga la obra sobre sus hombros, porque a medida que transcurre, se van sumando interpretaciones que aportan a la búsqueda de la contundencia. Sin embargo, el poder de su expresión más allá del aparataje de maquillaje hace su trabajo sublime y en cierta forma catártico.

Brendan Fraser vuelve a estar en titulares por su trabajo, luego de apariciones menores y poco destacadas en películas y series durante años recientes, además de los problemas personales que tuvo que superar, como acoso y separaciones.

Dirigida por Darren Aronofsky La ballena se basa en una obra de teatro escrita por Samuel D. Hunter, quien adapta esta pieza al cine.

Charlie vive con desgarro el duelo por la muerte de su novio, quien años atrás fue su alumno, y por quien dejó a su esposa Mary (Samantha Morton) y a su ahora adolescente hija, Ellie (Sadie Sink). La joven reaparece en su vida y él intenta reconectar con ella.

La ballena
Sadie Sink es conocida por Stranger Things. En la película se adentra mucho más en el dolor

El protagonista no está nada bien. Su obesidad grave empieza a manifestar un peligro, está en el límite. De hecho, en su primer acto está a punto de morir, pero repentinamente aparece un joven que lo ayuda, Thomas (Ty Simpkins), integrante de una congregación cristiana atenta ante un inminente fin del mundo. Otra persona más que escapa de un pasado que lo carcome, y que encuentra en cierta elucubración de las escrituras un escape.

Además, todos los días Charlie recibe la visita de Liz (Hong Chau), leal amiga y enfermera, alarmada ante el progreso de lo inevitable. Otra actuación que remueve en su desarrollo. Todos están rotos.   

La ballena transcurre en su totalidad en la casa de Charlie, especialmente en la sala, donde da clases por Internet. Aunque él puede ver a sus estudiantes con la cámara activada, la suya siempre está apagada. Al final, su interacción con los alumnos se basa en la ficción de la excusa.

A diferencia de otras películas del cineasta, esta es mucho más convencional en su propuesta como director, en tomas que buscan emular la teatralidad de su origen. Claro, pero eso no le resta méritos, incluso, se agradece en una historia que subraya las obsesiones del realizador, bien marcadas en el pasado, como las relaciones familiares, la religión y las adicciones.

Charlie encuentra en la comida una manera de castigarse, así como Randy “The Ram” Robison (Mickey Rourke) se autoflagelaba en el cuadrilátero de El luchador; la pizza, los chocolates y frituras son el camino a su versión de la expiación.  

La ballena
Hong Chau ofrece una actuación sublime como amiga y testigo de una tragedia

Mientras, su culpa e intentos de enmendar se desarrollan a la par de las referencias a Moby Dick, de Herman Melville; ese conocido vínculo hacia la persecución y la obsesión. La ballena como criatura encantadora y a la vez aterradora, en la que se depositan tantas lecturas.

Nominado a tres premios Oscar, el largometraje es favorito en los renglones de Mejor Actor para Brendan Fraser y Mejor Actriz de Reparto para Hong Chau. No sorprendería también que ganara por su maquillaje. Es el tipo de historias que suelen sobresalir en la temporada de premios.

Hay un personaje mínimo y poco mentado, pero que le da un cariz de humanidad genuina a las dinámicas humanas: el repartidor de pizza, quien todos los días le lleva la comida a domicilio, pero que a su vez se interesa por saber quién está detrás de esa puerta que esconde al cliente.

Ahora bien, si La ballena es certera en su planteamiento y en su viaje, llega un momento en el que Darren Aronofsky colma con el melodrama; una insistencia en recalcar el sufrimiento de su personaje. Una diferencia muy marcada cuando se compara con el protagonista de El luchador, quien vive experiencias similares de redención, pero todo llevado con otra dosis, sin excesos de subrayado.  

Incluso, su final puede ser desbordante por romper con la estructura planteada en su puesta en escena, y buscar más una figuración de trascendencia, muy vinculada a lecturas religiosas de perdón y mejores porvenires. La iluminación de la misericordia. Y no está mal la intención, pero la solución luce intempestiva y hasta desesperada.

En líneas generales, La ballena es una película sobre la vida, las decisiones y sus consecuencias, sobre las maneras y la revisión del pasado en momentos extremos. Si bien pareciera una película sobre la desidia, en el fondo son humanos que buscan salvarse y salvar a otros, no sin antes pasar por las espinas del camino de la verdad. 

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