En Venezuela no hay dinero que alcance”, dice Belkis, receptora de remesas. La expresión de la mujer no es una exageración. Desde que llegó la pandemia los alimentos subieron 671,8 %, de acuerdo con cifras de Ecoanalítica.

Caracas. Desde finales de 2017 la población venezolana se las arregla para vivir en una economía en hiperinflación y con bajos salarios. La crisis económica llevó a más de cinco millones de personas a abandonar el país en los últimos años. La Encuesta Sobre Condiciones de Vida en Venezuela (Encovi 2019-2020) calcula que 30 % de los hogares recibe remesas, ayudas que se tambalean este año por la pandemia.

La situación en América Latina no pasa por su mejor momento. Solo el año pasado se registró un estallido social en Chile y protestas en Colombia y Ecuador. Los migrantes se enfrentaban a un clima que ya era inestable antes de la llegada de la COVID-19. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) estima que este 2020 la actividad económica en la región se contraiga 9 %.

Jesús Ramírez recibió la remesa que enviaba su hijo Augusto de forma regular hasta junio. “Él enviaba 150 dólares mensuales para mí, su esposa y su hijo de siete años que están aquí conmigo. Con eso, más lo que recibo de pensión y el poco trabajo que hago como electricista estábamos bien, pero ahora solo nos manda 50 dólares mensualmente. Eso es prácticamente para los gastos del niño y yo me encargo de la comida. Mi hijo es albañil allá, pero eso está parado por la pandemia. Lo poco que hace de tigre es para aportar en la residencia donde vive con tres amigos más”, dice.

Augusto, quien vive en Argentina desde hace cuatro años, planeaba llevarse a toda la familia a vivir allá este año, pero con las restricciones por el nuevo coronavirus no pudo. El ingreso mensual de la familia era de unos 300 dólares al mes, hoy ha disminuido a 110 dólares, entre los $50 de la remesa y los $60 de los trabajos de electricidad que Jesús hace en Maracaibo.

En una economía contraída desde hace siete años y con los ingresos petroleros venidos a menos, el rubro de remesas cobró peso. En 2019 entraron al país unos $3500 millones por remesas, casi la mitad de lo que ingresó por exportaciones de crudo. Este año Ecoanalítica prevé una caída de 42 % en el envío de remesas a Venezuela.

En Venezuela no hay dinero que alcance, dice Belkis Gómez, receptora de remesas.

La expresión de la mujer no es una exageración. Desde que llegó la pandemia los alimentos subieron 671,8 % y los bienes y servicios 461,4 %. La salud aumentó 578,4 %, de acuerdo con cifras de Ecoanalítica.

A Belkis su hija le envía remesas desde Panamá. Cuenta que hasta el momento esta no ha disminuido, sin embargo, la empresa le adelantó a su hija que tomaría medidas por la recesión.

Esto representa mucho. Aquí en Venezuela no hay dinero que alcance, por lo que esa ayuda para nosotros es muy valiosa”, dice.

El Fondo Monetario Internacional refiere en su informe de este mes que los trabajadores migrantes vieron mermado su acceso a las redes tradicionales de apoyo y que, como consecuencia, cerca de 90 millones de personas podrían caer este año por debajo del umbral de pobreza extrema: $1,9 de ingresos diarios. El organismo advierte que el riesgo de una disminución de los pagos y transferencias de trabajadores migrantes a sus países es muy significativo.

El negocio se enfría

José Manuel Fernández compra divisas desde hace 10 años. Recibe transferencias de personas en el exterior a través de Zelle y bancos. Las remesas las cambia a bolívares o dólares en efectivo para entregarlas a los familiares en Maracaibo, San Francisco y la Costa Oriental del Lago.

El comerciante asegura que desde que empezó la pandemia el envío de remesas ha bajado 60 %: “Ya la gente no envía la misma cantidad de dinero, la mayoría ha disminuido a la mitad sus remesas a los familiares aquí. Los que envían cantidades que superan los 100 dólares es porque tienen alguna urgencia médica, exámenes, medicamentos y cosas así, el resto es mínimo, no pasan de 30 dólares semanal”.

También la cantidad de clientes ha bajado: “Para enero de este año yo tenía al menos 80 clientes de todas partes, la mayoría de Argentina, Chile, Perú y Estados Unidos. Ahora tengo 28 personas fijas y unas 15 que envían cada dos meses remesas. La razón es el desempleo, hay mucho venezolano sin trabajo por este problema del COVID-19”.

Quedarse sin trabajo por la pandemia

Sara Gómez, migrante venezolana residenciada en Argentina, cuenta que desde el año pasado la inflación se volvió un problema en ese país. Sin embargo, tenía dos trabajos: uno como administradora de un consorcio de arquitectos, y otro por las noches como mesera en un bar-restaurante. Añade que en abril de este año tras las medidas de confinamiento las empresas comenzaron a reducir los salarios a la mitad. “Mantenerse era casi insostenible. Eso hizo que las responsabilidades que adquirimos con nuestros familiares en Venezuela no pudieran cumplirse”, expresa. 

Hasta marzo Sara enviaba unos 30 dólares al mes a su familia en Venezuela, pero siete meses después dice que no puede. En el bar la despidieron sin arreglo debido a que no tenía contrato fijo, estaba en negro (informal).

Hoy día se hace imposible el envío de remesa como a principio de año, porque no te da el dinero para cubrir tus gastos aquí”, apunta.

Zuhely Barrades vive en Chile. Recuerda que la crisis en ese país ya lleva un año y que ha afectado a sus amigos, quienes han perdido los empleos. Ella y su esposo corrieron con suerte y siguen con trabajo, por lo que pueden mantener la ayuda a Venezuela, sin embargo, explica que sus tres familiares les expresan que cada vez alcanza menos: “Empezamos enviando $30 quincenal y ya vamos por $40, es fuerte, cada vez tienes que mandar un poquito más. Mi hermana y mis dos primos también mandan”.

Flor Rangel, de 74 años de edad, vive con su esposo Manuel González al oeste de Maracaibo. Su hija mayor, Rebeca, quien es licenciada en contaduría, migró hace tres años a Perú. Sus padres cuentan que a los tres meses consiguió trabajo en su área. Este año, con la llegada de la pandemia, Rebeca recibió órdenes de sus jefes para trabajar desde casa, pero para finales de agosto fue despedida por reducción de personal. La familia recibía unos $70 dólares cada 15 días. 

Con eso comprábamos comida y medicinas. De verdad que rara vez teníamos que pedirle más, pero ahora que está sin trabajo es difícil para ella porque tiene que pagar allá arriendo y su comida. Ella se quiere venir pero yo le digo que tenga paciencia”, expresa Manuel.

El 26 de agosto fue la última vez que Rebeca envió dinero a sus padres. “Me dijo: ‘Mami te voy a enviar 100 dólares que me quedan, estírenlos porque ya no tengo más”, manifiesta Flor conmovida por la situación de su hija.

El 1° de octubre Rebeca envió 25 dólares a sus padres, luego de conseguir un trabajo temporal. Manuel asegura que es doloroso lo que viven: “Ahora nos tenemos que acoplar con eso. Tenemos un mes que no tomamos medicinas y también hemos restringido algunos alimentos, como la carne y el queso”.

Para los migrantes es difícil seguirle el ritmo a la economía de Venezuela, donde las reglas varían constantemente y donde los precios de los alimentos y medicinas no se detienen. Ángel Borges, por ejemplo, envía unos $50 desde Portugal. No entiende la cifra en bolívares que le da la persona que hace la transacción, pero sí las palabras de la mamá, quien le explica que con lo que llega no puede comprar las mismas cosas que antes: “Mamá me dice que compra unas cositas y ya el dinero se le va”. 


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