“La tortura es una tendencia de quienes están en el poder y hay que estar alerta para frenarla”

El reputado periodista venezolano Oscar Medina presenta en el libro Ahora van a conocer al Diablo, 10 testimonios de presos políticos torturados por adversar al Gobierno en los últimos ocho años, escogidos con rigurosidad. Aspira a que la obra de la Editorial Dahbar sea un nuevo vehículo para que las víctimas encuentren justicia y para “abrirle los ojos a mucha gente”. “Dicen que el libro les da miedo porque saben que es verdad”.

Caracas. En 2017, Diannet Blanco conoció la tortura de un preso político. Fue detenida, junto con otras dos personas, por funcionarios del Sebin en un apartamento ubicado en Caracas, en medio de las violentas protestas que dejaron cientos de muertos y heridos.

Su apresamiento fue similar al de otros presos políticos en el país. La fuerza estatal derriba puertas, allana sin legalidad, somete con brutalidad y traslada a un incierto recinto policial o militar, sin que nadie sepa.

Pero la de esta mujer de 38 años de edad, que asistía a médicos socorristas de la Cruz Verde de la UCV durante la manifestación sangrienta, tuvo una particularidad. Y no fue que se alegara que encontraron en la vivienda uniformes militares y armas de fuego, en vez de insumos médicos. Bastó que se atreviera a preguntar a los funcionarios a dónde los iban a llevar, para sentir el corrientazo de la sórdida respuesta: “Ahora van a conocer al diablo”.

La frase que le ha dolido a Dianett Blanco en el cuerpo por años es el título del libro de la Editorial Dahbar que muestra, en 10 historias en carne viva de presos políticos, el horror de la Tortura, una práctica sistemática y violatoria de los derechos humanos, constatada por organismos internacionales en Venezuela.

El libro viene a engrosar la historia negra en tiempos de dictadura, contada por las víctimas José Rafael Pocaterra en Memorias de un venezolano en la decadencia (1927), y por Juan Vicente Abreu en Se llamaba SN (1964). Y muestra casi 100 años después las heridas de la tortura.

Las víctimas en 2021 son siete de los prisioneros torturados “por oponerse al chavismo”, de una u otra manera, así como de familiares de otros dos que no sobrevivieron: el capitán Rafael Arévalo y el dirigente político Fernando Albán. Cada una representa una forma de cómo se llega a ser preso político, y cómo la tortura física o psicológica, o ambas a la vez, se aplica a mujeres y hombres. Y a sus familias también.

Emirlendris Benítez, una embarazada a la que implicaron en el supuesto intento de magnicidio de 2018, ha padecido la tortura de mil infernales maneras en los sótanos de la Dgcim. Tiene más de dos años que perdió a su bebé esperando proceso en el INOF, dicen sus hermanas. Pero “gracias a Dios ya no le pegan”.

En busca de desnudar la tortura

Las historias de tortura denunciadas por sus protagonistas le han impactado por igual a Oscar Medina, editor-coordinador del primer libro de la Editorial sobre derechos humanos, a pesar de ser un periodista curtido en escribir sobre vidas y hechos denigrantes, en diversos medios de comunicación.

No fue grato el trabajo de seleccionar y compilar los casos escritos por destacados redactores, “voces que dan a las historias un atractivo diferente”, dice. Entre ellos él. No obstante, destaca el gran aporte de este libro de no ficción, en esencia periodístico, para reflejar “esa gran tragedia que se vive en el país”. Y también una advertencia:

“No creo que una investigación de la CPI la erradique totalmente, no creo que exista algún país donde esté erradicada completamente, pero sí podemos hablar de países con sociedades que están más alertas y atentas, que tienen instituciones que funcionan y frenan esas tendencias del poder”.

Contar la tortura

¿Por qué un libro para un tema tan duro y doloroso? 

—Este tema de los presos políticos no se había tocado en la Editorial, y es una realidad demostrada. La tortura es un método sistemático que se aplica a los presos políticos, especialmente en Venezuela.

¿Cómo fue el proceso de escogencia de estas denuncias?

—Eran muchísimos casos, pero nos enfocamos en aquellos donde estuviese presente el elemento tortura, pues no en todos está. Revisamos informes de la Misión de Determinación de Hechos de Naciones Unidas, el de la alta comisionada Michelle Bachelett y de varias ONG. Tuvimos mucho cuidado en que esas historias estuvieran respaldadas. Con las víctimas, hicimos un listado preliminar y vimos cuáles eran los casos factibles de trabajar, es decir, que pudiésemos contar con las fuentes. Son personas afectadas por haber vivido cosas muy duras y que no siempre quieren revivirlas conversando con periodistas.

¿Expresaron temor de replantear públicamente sus casos?

—Claro que sí, me pasó a mí y no fue el único caso. Me comuniqué con una víctima que vivió una situación terrible y que hoy día está fuera del país. Y a pesar de estarlo, una vez que comenzamos a conversar y que parecía dispuesto a someterse a las entrevistas, de pronto desapareció y al final terminó diciéndome que no se sentía capacitado para hablar de eso tan reciente. Y que también tenía miedo por él y por su familia.

¿Se logró en el libro el objetivo que se planteaban?

—Nuestra intención fue enfocarnos en cómo les cambia la vida a las personas en una experiencia como esta, tanto a las víctimas como a los familiares que también son víctimas secundarias; y en la medida de lo posible eso se hizo. Contamos historias con herramientas periodísticas para ir más allá de las que se puede encontrar en informes de derechos humanos.

De ser un preso político

¿Puede ser preso político desde un ciudadano común hasta un político, y además torturado?

—No importa si cualquier persona de las que aparecen allí estuvo o no involucrado en algún hecho conspirativo. Nadie tiene que pasar por esto, porque los mecanismos de la justicia acordados por la sociedad para aplicar la ley no incluyen procesos de tortura y de degradación humana. Ese tipo de razonamiento es terrible. Nadie se está buscando ni que lo encierren ni que lo torturen. Ni nada hay que justifique eso, sea quien sea.

Betancourt Restrepo, el pequeño comerciante del mercado de El Cementerio, es un caso y está preso.

—Él estaba de asomado en Altamira en abril de 2019 y lo metieron en un rollo tremendo por el cual permanece preso y no puede estar con su familia, con ese montón de hijos, dos de ellos con problemas de salud. Es que la gente cree que eso es un mundo ajeno. Tú puedes hablar mal, criticar al Gobierno en las cuatro paredes de tu casa y no te metes más allá, pero hay otra gente que se mete y otra a la que le pasan estas cosas. Esto lo puede pasar a cualquiera.

El caso de Betancourt Restrepo que escribiste, ¿qué representó para ti?

—Fue un caso retador porque tú puedes tener muy claro, porque es muy gráfico, cómo contar un caso de tortura física, pero uno de tortura psicológica requiere de otra formas. En esta historia que está muy enfocada al ámbito familiar, a lo absurdo de su situación, hay que explicar la tortura psicológica para lograr el objetivo de pintar allí parte de esa realidad tan terrible. Pero Betancourt Restrepo no es el único civil que está en una situación como esa. Las historias que abren y que cierran tienen esa conexión.

¿Qué significa como periodista recabar estos testimonios?

—Contar estas historias ayuda a que se conozcan verdades que, aunque suceden en nuestras narices, intentan ser silenciadas; ayudan a demostrar que pese a todo hay valentía en las víctimas para hacerlas públicas y manifestar constantemente su esperanza de que se haga justicia.

Miedo a saber que la tortura existe

¿Pensaste en toparte con la tortura alguna vez como periodista?

—La tortura física ha ocurrido en diversos momentos de la historia de Venezuela, y hay testimonios de eso en dictadura y en democracia, aunque en esta última había división de poderes e instituciones. Lo que más me ha sorprendido en este proceso es recapacitar en torno a la tortura psicológica.

¿Alguna historia te afectó más?

—Todos los testimonios son terribles y todos van afectando de una manera u otra, aunque estés acostumbrado a leer y a escribir este tipo de historias. Pero me ha pasado algo curioso con la gente que comienza a leer este libro y no está acostumbrada a este tipo de historias: saben por encimita que estas cosas suceden pero han evitado conocerlas, tener contacto y entender de estas más allá de un titular o un tuit. Me asombra la cantidad de gente que descubre que ha evitado saber de esto. Y te lo dicen: este libro me da miedo, y es porque saben que es verdad.

¿A qué lo atribuyes?

—A que de pronto sienten el compromiso de leerlo, pero yo lo interpreto de esta manera: se han pasado todos estos años evitando el contacto con esta realidad, con la narración de esta realidad. De modo que uno puede verlo así o como que este libro está ayudando a que más gente que evitó acercarse al tema o a la narrativa de esta realidad, ahora lo haga.

¿Crees que se deba a que piensan que les puede pasar en un momento determinado?

—Creo que estamos en un punto en que la gente cree que esto no les va a pasar, porque dicen ‘yo no me meto en esas cosas’, como  aquellos viejos cuentos de los abuelos sobre la dictadura de Pérez Jiménez.

Estar alertas ante la tortura

¿Crees que en Venezuela los derechos humanos importan?

—Hay cada vez más gente interesada por una u otra razón, y en muchos casos porque esto le ha tocado de frente y se ha venido formando en la defensa de los derechos humanos.  Hay una cantidad de ONG muy activas y valiosas que hacen un trabajo  importantísimo; son nuestros derechos más elementales y tiene que interesarnos a todos, porque si no estamos perdidos.

¿Crees que el horror de la tortura terminará con una investigación y se restituirán las libertades?

—Este tipo de cosas no se acaban nunca y las sociedades deben estar alertas y conocer sus derechos y establecer límites y trabajar por instituciones fuertes e independientes. ¿Puede alguna decisión de la CPI cambiar esto en Venezuela? Pudiera traer para algunas personas la sensación de justicia, y empujar a las instancias del poder a aplicar correctivos. No creo que lo erradique totalmente ni que haya algún país donde esté erradicado completamente. Pero sí podemos hablar de países con sociedades que están más alertas y atentas, que tienen instituciones que funcionan y frenan esas tendencias de quienes están en el poder.

¿Esperan concientizar a más gente sobre derechos humanos?

—Uno aspiraría a que el libro ayude a estas personas que participaron en este a sentir que su historia tiene un nuevo vehículo que puede llegar a más gente. A que quede no solo como un documento histórico sino que incluso sirva para que haya un llamado de atención sobre lo que está sucediendo aquí. Tengo la impresión de que muchas personas cierran los ojos a voluntad para no sentirse afectados y el libro puede ser un vehículo para abrirle los ojos a esta gente. Todos estamos aquí y, tal como lo reflejan algunas historias en el libro, por más que creas que eso está lejos de ti en realidad está más cerca de lo que crees.

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