Milagro tiene 45 años y fue estudiante de Letras en la Universidad Central de Venezuela. Cuando inició la pandemia en Venezuela, vivía con su mamá, de 85 años, y su papá, de 94 años de edad, en su apartamento de Ruperto Lugo, Catia, parroquia Sucre del municipio Libertador de Caracas. Esta parroquia ha sido de las más afectadas por el coronavirus. A principios de enero de 2022, Sucre contabilizó 512 casos tan solo en ocho días.

Caracas. Milagro Fernández* siente que su vida cambió a partir del 13 de marzo de 2020. Ese día en Venezuela confirmaron los primeros casos de COVID-19, el nuevo coronavirus que ya tenía varios meses circulando por el mundo. A partir de ese momento, por orden del gobierno de Nicolás Maduro, se decretó el estado de alarma en todo el territorio nacional. Y el 17 marzo se decretó cuarentena para todo el país.

Milagro tiene 45 años. Es hija única y su nombre se debe a que para sus padres fue un milagro, porque pensaban que no podrían tener hijos y ella llegó cuando ellos tenían 20 años de casados. Milagro fue estudiante de Letras en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Cuando inició la pandemia en Venezuela, vivía con su mamá, de 85 años, y su papá, de 94 años de edad, en su apartamento de Ruperto Lugo, Catia, parroquia Sucre del municipio Libertador de Caracas. Esta parroquia ha sido de las más afectadas por el coronavirus. A principios de enero de 2022, Sucre contabilizó 512 casos tan solo en ocho días.

Foto: Tairy Gamboa

Milagro aún estaba en la universidad cuando a Venezuela llegó la pandemia por gripe A (H1N1), también conocida como gripe porcina. En ese momento, junto con varios compañeros de clase, realizó una campaña de prevención de esta infección respiratoria. Cuyas medidas sanitarias, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), son prácticamente las mismas que las de la COVID-19.

Cuando llegó la COVID-19 al país, Milagro sabía qué hacer. Sabía que debía lavarse las manos frecuentemente. Sabía que no debía mantener contacto con personas que tuvieran síntomas como fiebre o tos. Sabía el protocolo para estornudar y toser. Sabía que lo más recomendable era usar tapabocas.

Esa tarde del 13 de marzo, cuando confirmaron los primeros casos, Milagro recuerda haber visto personas usando tapabocas y las farmacias abarrotadas de personas. Ella hace varios años que no tenía empleo formal, porque con su profesión tenía la posibilidad de trabajar desde casa, también por el miedo de dejar a sus padres por tantas horas solos.

Sin embargo, para el momento de la llegada de la COVID-19 a Venezuela, los ingresos en casa de Milagro estaban limitados. Una opción fue pedir dinero prestado a una amiga para comprar alcohol y acetaminofén, por lo demás, en ese entonces, no pudo comprar nada más.

Milagro llegó a casa y desde ese mismo momento empezó a fabricar sus propios tapabocas “de tela fresca”, con el fin de utilizarlos todos en casa lo más que pudieran, luego de hervirlos y lavarlos constantemente. Entre los años 2017 y 2019, Milagro mantuvo a su familia con la venta de piezas de oro. Durante la pandemia generó ingresos económicos con la venta de productos usados que tenía en casa.

Se los daba a una amiga para que los vendiera y ella luego me daba el dinero.

Desde ese viernes, Milagro prohibió las visitas en casa y limitó sus propias salidas y las de sus papás. Antes de la pandemia, aunque no tenía una rutina de un empleo presencial, ella frecuentaba las casas de sus amigas o se encontraba con ellas en una típica salida de chicas. También salía a hacer diligencias y usaba el Metro de Caracas prácticamente todos los días. Esa era su vida normal. Pero luego todo se limitó a estar en casa.

Hice todo lo posible para proteger a mis papás.

Milagro empezó a usar dos tapabocas, uno de tela de franela y otro quirúrgico. Unos lentes de bioseguridad (que le regaló una amiga), y una pañoleta para cubrirse el cabello. En su cartera llevaba un pote de gel antibacterial. Antes de salir se lavaba las manos y al llegar también. En casa se quitaba los zapatos, los dejaba en la entrada y allí mismo tenía unas cholas. Si compraba leche, lavaba el envase. Si compraba queso, lo enjuagaba con agua caliente. Si compraba pan, lo horneaba en casa por siete minutos más.

Lo hacía por el tema del personal que manipula estos productos y no sabía si se lavaban las manos correctamente.

Durante estos dos años de pandemia Milagro solo se ha limitado a salir a comprar alimentos y medicinas, todo casi siempre cerca de casa. No tiene vehículo propio y hasta marzo de 2022 no ha utilizado el Metro, y han sido pocas las unidades de transporte público a las que se ha subido.

Aunque aquí en Catia casi nadie respeta el distanciamiento, dijo Milagro, con respecto al contexto de la pandemia en la zona en donde vive. Hasta diciembre de 2021 ella no recibió visitas en casa, solo permitía que, de vez en cuando, una amiga de muchos años la visitara a dos metros de distancia, y la amiga debía hacer uso del tapaboca todo el tiempo y sentarse desde un balcón ventilado.

Cometí un error grave en diciembre de 2021. Nosotros en nuestro encierro éramos felices”.

Ese diciembre falleció un tío de Milagro. Ella, al ver a su mamá tan triste por la pérdida, permitió que una vecina del edificio la visitara de vez en cuando, a pesar de que estas visitas generaban en Milagro temblores en el cuerpo y desesperación. Por prevención, Milagro habló con un familiar que vive en el exterior y le pidió dinero para comprar tapabocas N95 y máscaras para sus papás.

Las mascarillas N95 son autofiltrantes y son de las más recomendadas para prevenir el contagio debido a lo ajustado que quedan al rostro, según la OMS y los expertos.

preparrse psicológicamente
Foto: Luis Morillo

Luego de varias visitas, Milagro empezó a presentar síntomas de tos, fiebre y dolor corporal. Luego de consultar a dos médicos vía telefónica, ambos coincidieron en que era COVID-19 y que debía aislarse. Milagro lo hizo, pero al día siguiente su mamá empezó a mostrar síntomas y otro día después, su papá también.

Todos presentaban los mismos síntomas. Una semana después, Milagro y su mamá empezaron a mejorar, ambas recuperaron el apetito y la tos desapareció. Sin embargo, en ese preciso momento su papá empezó a empeorar. La tos y la flema no cesaban y no quería comer ni beber nada. Por la debilidad, un día su padre sufrió una caída que lo dejó inconsciente por varios minutos.

Milagro y su mamá gritaron pidiendo auxilio, hasta que varios vecinos las ayudaron a encontrar un médico y una enfermera que fueran hasta la casa. El señor no presentó fractura, solo un hematoma. En esta parte del relato Milagro baja la voz, pronunciando cada palabra lentamente y entre sollozos. Sus padres no estaban vacunados contra la COVID-19. Ella decidió que en casa sería suficiente con las medidas de prevención que todos mantenían desde marzo de 2020.

La tos nunca paró para el padre de Milagro y sus pulmones se debilitaron. Falleció en la madrugada del 8 de febrero. Ahora en casa solo son ella y su mamá, quienes mantienen prácticamente la misma rutina de aislamiento establecida desde principios de la pandemia. Nuevamente, las visitas fueron prohibidas en casa. No hagan lo que yo hice, no importa que les llamen locos, que son exagerados. Cuiden a las personas que aman.

La psicóloga clínico y social, Yorelis Acosta, investigadora del Cendes-UCV, explicó que durante la pandemia de COVID-19 la población ha presentado mayores niveles de irritabilidad, preocupación, angustia, ansiedad, alteraciones del sueño, consumo de información, nerviosismo, agitación, sensación de peligro, pánico a enfermarse y mayor preocupación por la salud, entre otros trastornos psicológicos, provocado también por la falta de esparcimiento, ocio y tiempo libre durante el confinamiento.

En la vida, la distracción y el disfrute son importantes. Después de dos años todos estamos afectados por la pandemia. Todos hemos tenido que cambiar nuestros comportamientos sociales, familiares, laborales. Para algunos el hogar se convirtió en el espacio del todo”.

El proceso de aislamiento en casa y la posterior flexibilización de las medidas de encierro, para luego retomar el aislamiento, según los diversos picos de contagios en el mundo, también han generado inestabilidad emocional en las personas. Hay nuevos miedos y fobias, explicó la experta, quien mencionó el llamado síndrome de la cabaña, el cual, aunque ya era conocido antes de la pandemia, ha sido descrito como la sensación de no querer salir de casa por miedo irracional, muchas veces exagerado, al contagio de COVID-19.

El síndrome de la cabaña no es una patología psicológica, sino un estado anímicomental y emocional, que ha sido estudiado en personas que han vivido largos períodos de tiempo en aislamiento forzado, y que luego del confinamiento han experimentado dificultades para volver a las rutinas previas.

Acosta también explicó que incluso ya se habla de ‘coronafobia’, una fobia que podría definirse como un derivado del trastorno de la ansiedad que, a su vez, se puede relacionar con todas las llamadas fobias asociadas al confinamiento.

(*) Milagro Fernández es un nombre ficticio por petición del testimonio quien solicitó preservar su identidad

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