Según las cifras oficiales, más de 120.000 personas en Venezuela se han recuperado. Unas han estado en clínicas privadas y otras en la red asistencial pública. Pero todas han tenido que buscar hasta por debajo de las piedras recursos para poder adquirir los tratamientos y así sobrevivir a la COVID-19. Les contamos las historias de tres enfermos, uno en Caracas, otro en Táchira y el último en Vargas, sus vicisitudes y cómo vencieron el virus.

Caracas. “Todos dicen que lo mío, mi recuperación, fue un milagro, porque a los seis días me iban a quitar la intubación. Sobrevivir a la COVID fue gracias a la oración”.

No sabe cómo ni cuándo se contagió. Los tres primeros meses de la pandemia los pasó encerrado en su apartamento ubicado en Quinta Crespo, zona céntrica de Caracas.

A partir de julio, cuando el gobierno de Nicolás Maduro empieza con planes de flexibilización, José “Goyo” Cáribas alertaba sobre la propagación del virus. Decía que el coronavirus viajaba en el Metro de Caracas.

“Siempre me cuidé, guardé el distanciamiento social, usé mascarillas y el lavado frecuente de las manos”.

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Foto: Luis Morillo

Realmente Goyo no recuerda dónde pudo haberse contaminado. Solo cree que el virus se lo desató el incendio que ocurrió en su cocina.

Sus pulmones se llenaron de humo cuando intentó sofocar las llamas dentro del pequeño cuarto. “Me metí porque atrás hay más de 20 bombonas de gas, que son del edificio, si no apagaba el fuego la explosión hubiese sido grande y con resultados terribles”.

A los días se sintió mal. Ya su esposa, Betty Lamus, estaba hospitalizada. Por redes sociales decían que tenía COVID-19. “Pero a ella le dio un ACV y la teníamos en el Centro Médico Docente La Trinidad. Murió el 6 de septiembre”.

Dos días antes ya Goyo estaba en cuidados intensivos. Lo llevaron a Coche, al Vargas y al Clínico. Pero no lo dejaron recluido. Sus compañeros y amigos de partido lo llevaron a Clínicas Caracas y ahí pasó un mes hospitalizado.

El dirigente local y secretario general del partido Un Nuevo Tiempo pensó que podía con el virus en el confinamiento de su apartamento. Pero los vecinos, entre ellos una abogada muy cercana, llamaron a los compañeros y les dijeron que estaba muy mal, que había que sacarlo de urgencia.

“Cuando llegaron los paramédicos yo no quería irme, pero ellos dijeron que entonces debíamos firmar una hoja que dijera me quedaba bajo mi responsabilidad, porque ellos no pensaban que sobreviviría”.

Foto: Luis Morillo

La dificultad para respirar era enorme y el malestar lo invadió por completo. Aun así, salió caminando. Atravesó el pasillo y bajó un piso. Los vecinos no relacionaron que se lo llevaban por el coronavirus. Todos pensaban que su afección era consecuencia del incendio. Así que no hubo discriminación ni segregación. Goyo vive en una zona donde hay control del Clap y gente vinculada a los grupos de choque, los llamados colectivos.

Lo ruletearon por tres hospitales centinelas y no lo hospitalizaron, ese tiempo pudo haberle costado la vida.

Luego, ya no recuerda mucho. Ni siquiera insiste en hablar de su esposa. Solo los ojos que se enrojecen muestran que sus sentimientos están confusos, que hay dolor.

Un día antes de recibir su alta médica le dijeron lo de su esposa. “Ya tenía un mes enterrada”.

Foto: Luis Morillo

Cáribas desde que llegó a la clínica fue internado en la terapia. Lo intubaron y empezaron con los tratamientos. A los seis días le iban a quitar los aparatos, pues no respondía.

“Pero decidieron darme 72 horas más. El doctor me dijo que fue cuestión de un milagro, que no sabe cómo sobreviví”.

Durante todo ese tiempo sus amigos se movieron como peso pluma para buscar el remdesivir, un antiviral que recibió mucha atención en abril de 2020, cuando un ensayo científico sugirió beneficios clínicos en cierto tipo de pacientes COVID-19.

“Solo no hubiese podido; cómo uno paga esas medicinas para sobrevivir a la COVID. No es posible con estos costos dolarizados. Me pongo en el lugar de la gente que no tiene. Eso es lamentable”.

También lo ayudaron a conseguir las pastillas para los pulmones, cada caja costaba 45 dólares.

A Goyo, cuenta, lo levantó de la cama la cadena de oraciones que hicieron sus amigos. Agradece eso cada minuto de su vida, una segunda oportunidad que le arrancó a la COVID.

Aunque no todo fue fácil. Cuando entró a su casa con 22 kilos menos en su humanidad, se encerró en su cuarto y no quería ver a nadie.

Él le explicaba a la gente que era por el virus, que no quería enfermar a nadie. Sin embargo, durante ese tiempo fue encontrarse con sus pensamientos y con la vida que había dejado por un mes. Además, no salió de la hospitalización caminando. No tenía movilidad en las piernas y en un principio no la tenía en los brazos.

“Cuando le decía al doctor eso, me respondía que trabajaban por mis pulmones que llegaron a tener una obstrucción de 70 %. Primero tenía que sobrevivir a la COVID.  Así que salí en sillas de rueda y cuando después vi las muletas no podía entender”.

Parte de esa frustración, incluso luego de sobrevivir a la COVID-19, lo llevó a encerrarse por un mes.

Su mamá, quien vive en Acarigua no supo de todo ese sufrimiento. Lo vio con el tiempo usando muletas y ahí cayó en cuenta de todo. “Siempre le decían que yo estaba bien y recuperándome”.

Ahora Cáribas camina. Luego de cuatro meses retomó su activismo social y empezó a recorrer de nuevo los barrios de Caracas. Vecinos de Catia y Coche ya lo han visto en jornadas asistenciales. Todavía no ha recuperado la movilidad completa de su pierna derecha. Toda la musculatura que rodea el fémur está dormida. Actualmente, recibe rehabilitación en un CDI cercano a su casa, tiene que consumir suplementos vitamínicos y regular el peso.

Para el 25 de febrero en el país, según las estadísticas de la Comisión Presidencial para la COVID-19, había 129.487 personas recuperadas. En ese lote se encuentran los dos primeros casos anunciados el 13 de marzo de 2020, una mujer de 47 años y un hombre de 52, que retornaron al país desde Europa en un vuelo de Iberia.

Esos podrían ser los pacientes cero, pero no se sabe con exactitud si realmente la pandemia comenzó con ellos. Ya a mediados de febrero de 2020 se rumoraba un caso en Maracay.

Lo cierto es que desde el anunció del 13 de marzo, la cifra de recuperados fue apareciendo en el conteo oficial. Para el 21 de marzo, ocho días después, se hablaba de 15, para el 13 de junio de 228, para el 19 de julio de 2101, para el 11 de agosto de 2776, para el 18 de septiembre (fecha cuando Goyo estaba en la terapia) se habló de 1654 recuperados.

Entre enero y febrero de este año, el pico más alto de recuperados se notificó el 22 de enero con 626 casos.

Para los expertos ha habido inconsistencia incluso en esta cifra, debido a que ni siquiera hay un registro cierto de los casos activos.

Foto: Luis Morillo
“Para salir de la COVID-19 hay que orar y tener dinero”

Luzmila Palmar, de Rubio, estado Táchira, cayó en cuenta de que tenía coronavirus cuando su cuerpo se desvaneció. El 1° de enero vio todo negro y desde entonces supo que el virus la había invadido.

“Solo en el momento en el que uno lo sufre le da importancia. Antes, piensas que no pasa, que no es aquí. Aunque siempre usé tapabocas, gel, me preocupé por el distanciamiento”.

Luzmila recuerda que en diciembre, con el alumbrado de las plazas, el virus se propagó. Mucha gente salió, se tomó fotos, hizo reuniones y tal vez andaban asintomáticas.

“Fui a las casas de varios vecinos siempre con mi mascarilla. Pero ya los casos estaban más diseminados y creo que así me contagié. Para el 24 diciembre mi esposo empezó a sentirse muy mal y a presentar problemas de respiración. Una enfermera amiga le ponía las inyecciones. Nos dedicamos a atenderlo a él y me descuidé”.

Ya para el 31 de diciembre Luzmila tenía decaimiento y había perdido el apetito. El 1° de enero la sacaron de urgencia a consulta con la neumóloga y la doctora de inmediato dijo que había que internarla en el hospital de Rubio.

La vida se le puso chiquita. “Soy muy independiente y quedar a merced de otros no lo comprendía. Pregunté si era por dos días, y la doctora me dijo que eso dependía de la reacción del organismo”.

En efecto, no fue rápido. La pusieron en un pasillo del hospital con otros cuatro pacientes y aunque no fue fácil recuerda que la atención fue dedicada: “El personal aquí lucha hasta con las uñas para conseguir un tapabocas. No hay nada en esos centros, no hay insumos y hay que tener dinero para poder salir. Soy cristiana y la oración también me ayudó mucho. Mis amigos y familiares oraron bastante”.

Aun así, a los 12 días no se recuperaba. Su nivel de saturación pulmonar estaba bajo:

“Eso fue porque estaba muy inquieta, pensaba a cada rato que mi familia estaba buscando el dinero para mis medicinas. Diariamente me ponían cuatro ampollas de dexametasona, dos de cetriaxone, tomaba diariamente vitaminas C y D, me indicaron pastillas de alprazolam para dormir, salbutamol y airon, además de los diferentes tipos de mascarillas (simples, con reservorio, con bigotes); y me mortificaba lo de la comida. Me preocupaba la situación en la casa, la salud de mi esposo. Eso me mantenía inquieta y no me ayudaba a recuperarme. Luego entendí que debía estar tranquila. La paz y la oración me ayudaron y al día 14 la doctora me quitó el oxígeno. Es una etapa muy dura”.

Ahora, que ya están las vacunas llegando al país, Luzmila reflexiona y dice: “Ojalá beneficien a la población, pues es una manera de amortiguar esta situación y sobrevivir a la COVID”.

Ese era el costo de las pastillas de antibióticos que tenía que tomar cada 12 horas, y el blíster solo traía 10 unidades.
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Luzmila quedó con mucha debilidad, sufre mareo y dolor de cabeza. Quedó caminando lentamente, como si estuviera aprendiendo. Le dan ahogos y si hace movimientos bruscos tiene dificultad para respirar, y si sube escalones le duelen mucho las piernas. “No tengo fuerzas”, lamenta.

“El virus me dejó secuelas”

César Alfonso, diputado suplente por la tendencia opositora, contó que se cuidaba muchísimo. Usar tapabocas, gel, distanciamiento, lavarse las manos, llevar buena alimentación, consumo de vitaminas, hacer ejercicios era parte de su rutina diaria. Por eso no se consideraba dentro del grupo vulnerable.

Incluso cuando le comenzaron los síntomas, a principios del mes de agosto de 2020, como dolor en los huesos y en las articulaciones, los asoció con una simple gripe. En ese momento llamó al servicio de teleconsulta de la UCV y les contó su cuadro de síntomas: “Me preguntaron si podía contener la respiración y les dije que sí. Me mandaron antigripales y antialérgicos”.

Luego Alonso comenzó a estar inapetente. Eso fue como el 8 de agosto. Estaba en la calle con su esposa haciendo unas compras y se quedó en el carro. Cuando la mujer llegó lo encontró desvanecido.

“Eso nunca me había sucedido. Luego pasé dos días acostado y con dolores, aunque nunca perdí el olfato y el gusto. Mi papá, que tiene 89 años, dijo que tenía que ir al médico y fue a buscarme a la casa con un amigo y me llevaron a una clínica en Caraballeda, donde hicieron los chequeos básicos y la placa de tórax. La radióloga indicó que tenía los pulmones comprometidos y que no fuera a mi casa, sino a un centro de salud”.

Su papá lo llevó a otra clínica, porque estaba muy desorientado. Luego de tres horas esperando ingreso, la familia decidió llevarlo al hospital privado San José, donde ingresó con su HCM que tenía como diputado suplente.

Deliraba y decía cosas. Hasta ese momento no le habían hecho la prueba del hisopado. La PCR se la hicieron luego, cuando llegaron unos funcionarios de sanidad del estado y efectivamente a los dos o tres días su resultado fue positivo.

Cuando salió el 29 de agosto de la hospitalización fue que se enteró de que su salud estuvo seriamente comprometida.

“Hubo necesidad de buscar los dos frascos de remdesivir y no teníamos cómo costearlo. Dos amigos del partido lo buscaron y eso fue lo que salvó mi vida, según le dijeron los médicos a mi hermana. Luego de los cinco días de tratamiento, estaba muy débil, no podía pararme para ir al baño, tenía una tos fuerte. Me detectaron una neumonitis luego de que me hicieran una tomografía”.

Foto: Cortesía

Durante esos 19 días la única persona que estuvo con él fue su esposa Marisabel, a quien también le pegó el virus en esos días, pero sin mayor complicación y pudo sobrevivir a la COVID-19.

A cada rato Alfonso habla de Dios y de la oración, algo común en los anteriores sobrevivientes. Y es que en 2005 fue herido de bala durante un robo. Desde entonces, en su devoción por la Virgen del Valle, por el Nazareno y por Dios no hay tiempo que desperdiciar, y por eso también ve en su sanación la intervención divina.

“Se hicieron muchas cadenas de oraciones y ahora me doy cuenta de cuánto cariño han expresado por mí. De hecho, eso me reconfortó tanto que una semana antes del alta médica le dije a mi esposa que me sentía muy bien, renovado, sobrevivir a la COVID es toda una experiencia”.

A su salida del hospital tuvo varios abscesos en las piernas y brazos, y una erupción en el cuero cabelludo.

Ya han transcurrido casi seis meses de ese episodio y de nuevo le salen unos abscesos en los glúteos y abdomen. Su médico le dijo que se trata de una bacteria oportunista que atacó su sistema inmunológico mientras estuvo en el hospital, estafilococo, y todavía continúa con un tratamiento de antibióticos. No tiene el HCM de la Asamblea Nacional, pero su familia sale adelante con los gastos, mientras retoma poco a poco su activismo social.

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En trabajo de calle un mes antes de la pandemia. Foto: Cortesía

Lo anterior son tres historias, una en Caracas, otra en Táchira y la última en Vargas, de personas que cuentan sus vicisitudes y cómo vencieron el virus. Ninguna experiencia es comparable. Solo el que la vive y está para contarla sabe cuán cerca de la muerte te puede llevar el coronavirus. Sobrevivir a la COVID, principalmente en Venezuela, es un acto de valentía y voluntad.


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