En homenaje a los más de 360 trabajadores del sector salud que fallecieron a causa de la COVID-19, Crónica.Uno cuenta la historia de Vanessa*, una enfermera que trabajó en el Hospital Dr. Domingo Luciani y que perdió hasta su vida para tratar de salvar a su mamá que se había contagiado de este virus.

Caracas. Las cifras oficiales de muertes y contagios de COVID-19 dicen una cosa y la realidad de quienes enfrentan todos los días el virus en los hospitales es otra. Hasta el 18 de marzo se ha reportado de forma extraoficial por Médicos Unidos de Venezuela (MUV) que 369 trabajadores de la salud murieron por clínica asociada a este virus, mientras que los voceros de Nicolás Maduro aseguran que el total de fallecidos en el país es de 1493 personas. Muchos decesos del personal sanitario no están dentro de los registros oficiales. 

Hace un año, cuando comenzó la pandemia en el país, primero se habló de los médicos en el extranjero que fallecían por COVID-19, una noticia que, además, desdibujó la realidad del éxodo venezolano y la fuga de talentos a otros países. Luego, con el pasar de los meses, los contagios y muertes estaban dentro de los mismos trabajadores que se dedicaban a hacerle frente a la pandemia en el territorio nacional: médicos, enfermeras o camareros. 

La denuncia era que, incluso antes de la llegada de la pandemia, no había agua en los hospitales para lavarse las manos. Después se le sumó que no tenían equipos de protección personal. No había medicinas, no tenían insumos, la infraestructura estaba en mal estado y los salarios no alcanzaban ni para el almuerzo del día. El pico más alto de muertes de personal de salud se alcanzó entre la semana del 12 al 18 de septiembre de 2020, con 28 fallecidos.

De acuerdo con las cifras que presentó la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en su boletín epidemiológico del 9 de febrero de 2021, Venezuela tiene una tasa de letalidad de trabajadores de la salud de 7,21 %, la más alta en 15 países de América frente tasas como la de Colombia (0,51 %), Brasil (0,10 %) o Chile (0,19 %).

COVID-19
Foto: Luis Morillo

La noche que Vanessa* ingresó a la terapia intensiva del Hospital Dr. Domingo Luciani, en El Llanito, su mamá, que estaba en el cuartico de al lado, falleció por una insuficiencia respiratoria aguda. Las dos tenían COVID-19. Vanessa era una enfermera con trayectoria en ese centro de salud que se había encargado personalmente de cuidar a su madre hasta que se contagió y se complicó su salud.

Vanessa fue de esas enfermeras que ejercen su profesión por amor y vocación a pesar de las dificultades hospitalarias del país. Trabajó por más de 10 años en el hospital Domingo Luciani, en terapia neonatal. Era amante de ese lugar, de su gente y de sus niños. Allí hizo un buen grupo de amigos y la relación se tornó más personal: salían de viaje, para la playa, a comer. Sus amigos la describen como una mujer atenta, buena amiga, sonriente y paciente.

Casi no parecía que Vanessa tenía 51 años de edad. Se veía muy joven. No tenía hermanos y su único hijo se fue a vivir a Perú como otro migrante más que busca mejores condiciones de vida en el exterior. Ella se quedó viviendo en Nueva Casarapa, en Guarenas, estado Miranda. Aun así, no estaba sola en Venezuela. Muchísimas personas la querían.

Hilda* conoció a Vanessa cuando entró a trabajar en el hospital de El Llanito como enfermera en 2011. Por algún motivo, ellas tenían una relación especial. Luego, comenzaron a trabajar juntas en una clínica privada al este de la ciudad que reforzó la amistad. Se contaban todo y eran comadres, porque Vanessa era la madrina de la hija de Hilda.

El 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, Hilda abrió su WhatsApp para mandarle un mensaje bonito a Vanessa. Y, en ese momento, se enteró de que habían hospitalizado a la mamá de su amiga el día anterior en la terapia intensiva del hospital Domingo Luciani porque tenía COVID-19.

Sus compañeros de la clínica no sabían lo que estaba pasando. El doctor Germán*, que tenía ocho años conociendo a Vanessa desde la época del hospital y luego con su llegada a la clínica, supo que pidió un permiso no remunerado para cuidar a su mamá. Vanessa sabía las condiciones en las que estaba el hospital: solo dos o tres enfermeros para 35 pacientes, no había médicos intensivistas y la terapia era manejada por médicos residentes.

Esto se repite en el resto de las terapias intensivas de los hospitales que el gobierno de Maduro designó como centinela en Caracas, que reciben pacientes con COVID-19. La mayoría son muy pequeñas. Por ejemplo, en el Hospital Dr. José María Vargas, en Cotiza, trabaja con donaciones de particulares y cuentan con un máximo de cinco camas.

Para entrar al hospital, le hicieron la prueba de COVID-19 a Vanessa y a su mamá. La señora dio positivo y ella dio negativo.

Pasaron dos semanas en las que Vanessa no comía bien. Tampoco dormía porque estaba pendiente de cuidar a su mamá. Hilda fue en esos días a llevarle agua, jugo y galletas para que tuviera algo en el estómago. En ese momento, la vio con cara de cansancio, pero pensó que se trataba del mismo ajetreo de estar hasta 24 horas en terapia intensiva cuidando a su madre.

—Yo a lo mejor termine contagiada —le dijo Vanessa a Hilda.
—Vanessa, cuídate. Ponte la vacuna —le respondió Hilda con preocupación e hizo énfasis en que ese fin de semana habían llegado dosis de la Sputnik V al Domingo Luciani.

Vanessa nunca le dijo a Hilda si se pudo poner la primera dosis de la vacuna. Ella estima que, con todo el rollo de su mamá, a lo mejor no le dio ni tiempo de salir.

El ritmo de vacunación en el país es preocupante. De acuerdo con la plataforma Covidvax.live ha habido aproximadamente 25.553 dosis de vacunas aplicadas en Venezuela a una velocidad de 0,01 segundos. A ese ritmo, 70 % de los venezolanos pudieran vacunarse con dos dosis para septiembre de 2111. Esta es información estimada porque no existen fuentes del Ministerio de Salud que ofrezcan detalles de la cantidad de personas que se vacunan diariamente y su ubicación geográfica.

Foto: Twitter Hospital Domingo Luciani

Cuando Vanessa se iba a descansar, dejaba a los compañeros de la terapia intensiva a cargo de su mamá. El jueves 25 de febrero salió a llevarle unos exámenes de su madre al laboratorio de la Policlínica Metropolitana. En ese momento, Vanessa ya estaba contagiada de COVID-19, pero lo tenía en secreto.

El día siguiente, el viernes 26 de febrero, Vanessa se descompensó. La encontraron tirada en el piso de un baño del hospital. Así que la ingresaron a la terapia intensiva de la unidad de COVID-19. Su madre estaba en un cuartico y ella en otro. La conectaron a un sistema de ventilación no invasiva.

Esa noche, a las 10:00 p. m. falleció su mamá por una insuficiencia respiratoria aguda. A los cinco o diez minutos, Vanessa se complicó y tuvieron que entubarla. Hay quienes dicen que Vanessa nunca se enteró de que su mamá había muerto, otros afirman que quizás pudo haber escuchado y por eso se complicó.

Hilda, Germán y otros amigos que querían mucho a Vanessa comenzaron a movilizarse para conseguir los medicamentos. Hicieron un grupo de WhatsApp con unos 70 integrantes para recolectar dinero e, incluso, para traer al hijo de Vanessa desde Perú porque, su abuela había muerto y su mamá estaba muy grave.

Fue una experiencia bonita porque todos logramos unirnos como personal de salud y como venezolanos. Somos más solidarios, contó Germán.

Hilda fue al hospital el sábado en la mañanita, junto con unos compañeros, con un equipo de protección personal que les donó la clínica para que entraran a la terapia intensiva del hospital a ver cómo estaba Vanessa. Como en algún momento trabajaron en este centro de salud, las autoridades permitieron que pasaran. Cuando llegaron, Hilda evidenció que al menos para esa área COVID-19 sí estaban dando insumos de bioseguridad, pero el resto de los servicios estaban abandonados.

Por ser fin de semana, solo dan una cierta cantidad de medicinas que deben durar sábado y domingo, y si se gastan antes, entonces no pueden usar más porque el resto queda bajo llave. Esto los puso a correr con algunos medicamentos que necesitaban para Vanessa. Amigos que viven en Perú, Chile y Ecuador mandaban dinero para comprar lo que fuera necesario. La clínica hizo donativos de tratamientos muy costosos. Y así trataron de ir resolviendo.

La madrugada del 16 de junio de 2020 murió el epidemiólogo Samuel Viloria, tras padecer COVID-19. Este caso se anunció por los voceros oficiales como el primer trabajador de salud que murió por coronavirus.

La terapia intensiva de este hospital está carente de equipos. Vanessa estuvo conectada a un circuito de ventilación mecánica pediátrico que no era lo ideal. Según explicó el doctor Germán, es necesario tener un monitor multiparámetros, un ventilador con todos sus accesorios y, lo más importante, personal. Una terapia intensiva no puede funcionar sin un grupo de especialistas porque es igual de importante el médico intensivista como una camarera.

Si no tienes una parte del equipo, de ahí para adelante todo estará mal, agregó Germán.

Una doctora que conocían logró conseguir un circuito de ventilación mecánica de adulto para Vanessa e hicieron el cambio. A partir de ese momento, entre domingo y lunes, comenzó a mejorar. Mejoró la placa de tórax y otros exámenes. Tenía un pronóstico favorable e incluso pensaban que iba a recuperarse a medida que pasaban los días.

Germán estaba haciendo unas diligencias en su carro y lo estaban llamando con mucha frecuencia, pero como estaba ocupado no contestó. Cuando vio el grupo de WhatsApp había muchísimos mensajes porque Vanessa había fallecido ese martes 2 de marzo. No lo podían creer. Había tenido una discreta mejoría en las últimas horas y el deterioro fue de un momento a otro.

En el informe que levantó Médicos Unidos de Venezuela durante junio-diciembre de 2020 reveló que las especialidades más afectadas con decesos por COVID-19 fueron las de ginecobstetras (24), pediatras (19), anestesiólogos (16), traumatólogos (14) y medicina crítica (13).

La entidad en donde han muerto más trabajadores de la salud, según Médicos Unidos de Venezuela, es Zulia, con 80 decesos; seguida por Caracas con 35, Carabobo con 30 y Bolívar con 25. Esta información la levantan con aliados en las regiones.

trabajo de parto | salario
Foto: Luis Morillo
La nueva cepa

Horas después de la muerte de Vanessa, le mandaron un mensaje al hospital de parte del departamento de Epidemiología y el Instituto Nacional de Higiene de acuerdo con el que, aparentemente, Vanessa y su madre se habían contagiado de la variante P.1. Justo el mandatario Nicolás Maduro anunció que había casos de esta cepa en el país en Caracas, Miranda y Bolívar. 

Por este motivo, el alcalde Luis Figueroa ordenó hacer una limpieza en Guarenas que se limitó únicamente a la residencia donde vivía Vanessa, en Nueva Casarapa. Los trabajadores no usaron bragas de bioseguridad, solo tapabocas y guantes de goma. Casi al mediodía se retiraron del lugar y no se hizo el común casa por casa para hacer test de despistaje. Más de 20 urbanizaciones quedaron por fuera del plan de desinfección.

El hijo de Vanessa no pudo despedir personalmente a su abuela y a su madre. Aunque consiguieron el dinero para que pudiera viajar a Venezuela, él prefirió pedir desde allá la prórroga de su pasaporte para venir en el futuro con más calma a terminar algunos asuntos legales.

Hilda y Germán coincidieron en que van a llorar mucho a Vanessa. La recuerdan por su buen ánimo, su sonrisa, su paciencia y la buena amistad que les dio.

Hay muchas historias que contar a partir de la muerte del personal de salud. Estos son los nombres de cada uno de los trabajadores que han fallecido por causa de la COVID-19 durante este año de pandemia. Aunque muchos están en la cuenta oficial del gobierno, Médicos Unidos lleva sus propios datos y, como un homenaje a su trabajo, en Crónica.Uno los honramos para que queden por siempre en la memoria colectiva.

*Los nombres de Vanessa, Hilda y Germán son ficticios para proteger sus identidades.


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