Sin espacio, sin pupitres, sin recursos: tres historias de la miseria educativa que viven docentes en Carabobo

La primera semana de clases de 2023 comenzó con los docentes en las calles que claman por una justa remuneración. En Carabobo, la pauta del magisterio es protestar el 15 de enero, Día del Maestro.

Valencia. Rosaura Castillo vio a uno de los policías de Carabobo que formaban el piquete en la avenida Cedeño de Valencia y de inmediato supo quién era. “No necesité decirle nada. Nos miramos a los ojos, él asintió con la cabeza y me dijo: ‘¿Cómo está, profe?’”. La docente, con 25 años de experiencia, corroboró al ver a su exalumno lo importantes que son los maestros para la sociedad.

Castillo es empleada pública, se desempeñaba como secretaria en la Gobernación de Carabobo hasta diciembre cuando la despidieron sin explicación. Pero tiene otro trabajo, es profesora de niños con capacidades especiales en el Centro de Atención de Niños con Dificultad de Aprendizaje. En ambos recibe un mal pago.

Castillo se puso una estola verde de la UPEL con un prendedor que le dieron por mérito a la excelencia. Así acudió a una de las tantas protestas que han llenado las calles carabobeñas esta semana. Aseguró sentirse orgullosa de que el policía que resguardaba la marcha haya pasado por su aula.

En su mirada me dijo que me apoyaba y sé que es así, porque ellos también pasan hambre”. Castillo le dio clases a este policía hace 12 años.

Los egresados de la UPEL muestran sus méritos. Fotografía: Armando Díaz.

Para ella, su trabajo es hermoso porque dedicarse a los niños especiales es una labor doblemente bella. “Es entender una nueva forma de educar y eso llena el alma, pero el alma también necesita otras cosas”, dice la docente, quien vive cerca de la plaza de toros de Valencia, y debe tomar dos camioneticas para llegar a su trabajo en el municipio Naguanagua.

Pero sus niños no entienden esas realidades: “Ellos no saben de crisis, no saben que mi madre tiene alzhéimer y no tengo para sus medicinas; aunque sí saben de hambre, porque la sienten en ellos y de igual modo sus padres que sí entienden, pero se vuelven especiales porque viven con niños especiales”.

Rosaura Castillo en la protesta del 11 de enero. Fotografía: Armando Díaz.

Para su trabajo en el Cenda de Naguanagua debe llevar desde cortinas hasta sábanas, porque en el centro no tienen y, además, lidiar con el monte que rodea a la institución, ya que la alcaldía no lo corta.

Mientras tanto, le toca ingeniárselas para atender a sus niños:

No es el mismo protocolo y ni siquiera estamos actualizados en materia educativa. Yo debo buscar en internet nuevas formas, porque no es solo enseñar a leer, es saber enseñarles a manejar las emociones y de eso nadie habla”.

Esas emociones que Castillo describe las ha sentido también Yurimar Camacaro, quien trabaja en la Unidad Educativa Nacional Francis Margarita Anzurú, una escuela comunitaria con seis salones de 3×3 con capacidad para 15 o 16 alumnos.

La casita ubicada en el asentamiento campesino La Mariposa en El Socorro (Valencia Sur) no se da abasto y el desespero se desata porque Camacaro dice que no hay espacio. Ella debe calmar a sus alumnos. “Se desesperan porque están todos muy apretados”.

Puede sortear esas situaciones, salvo cuando llueve porque el salón entero se inunda. En esos momentos deben huir a otra aula, esperando que no esté ocupada. Pero eso no es lo único. Al ser una zona rural la deficiencia en servicios es mayor. Camacaro quisiera que tuvieran un pozo de agua, porque la mayor parte del tiempo tienen que ir a unas casas cercanas a llenar tobos.

Si el señor no le da la gana de abrirnos, nos quedamos sin agua”, contó la maestra. Lo mismo pasa con Hidrocentro, ente al que han llamado y siguen esperando que se acerquen.

Yraima Camacaro, la tercera de izquierda a derecha. Fotografía: Armando Díaz.

A Camacaro le queda cerca la escuela, vive en El Socorro, pero camina 45 minutos por vías de tierra para llegar a su lugar de trabajo y a fin de mes solo recibe ocho dólares, lejos de lo que pensaba que sería su vida cuando inició sus labores hace 13 años.

Sabía que no viviría con lujos, pero al menos con todo cubierto y eso no es así. Entonces, ¿estudiamos para qué?”.

Por eso da tareas dirigidas y cobra un dólar y hace limpieza en casas de familia en donde cobra hasta 20 dólares el día, a eso se dedica los fines de semana. “Es agotador sentir que trabajas de lunes a lunes”.

Irés Moreno viste toga y birrete como muestra de sus amplios estudios, doctorados, maestría y una larga trayectoria universitaria que hoy por hoy solo ha servido para aumentar su satisfacción y sus conocimientos, pero que no se reflejan en su cuenta bancaria. Trabaja en tres sitios: dos colegios y una universidad, y en los tres se sabe mal pagada. “En la UPEL no me han querido dar ni un centavo desde hace mucho tiempo”, asegura. Su hijo también es docente.

Irés Moreno. Fotografía: Armando Díaz.

En una de las escuelas en donde trabaja el déficit de pupitres es tal que las clases se imparten en el suelo. Se pregunta si la ministra de Educación aceptaría que sus hijos vieran clases así o si algún diputado le gustaría que sus hijos no tengan un pizarrón del cual poder tomar apuntes.

“De nosotros los docentes han abusado de forma reiterada” y dice con firmeza que si la tienen que botar por protestar, pues que la boten.

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