Carmen y Emilio viven en Catia y van todos los días a la avenida Urdaneta a vender cigarrillos. Lo que ganan apenas les alcanza para comprar arroz. Las colas de la gasolina son una opción para los vendedores ambulantes. Uno que otro hace suficiente dinero hasta para darle un bocanada a un cigarrillo luego de comer.

Caracas. Se cumple un mes desde que el gobierno de Nicolás Maduro declaró el estado de Alarma y cuarentena como medida para evitar la propagación del virus que convirtió en pandemia la COVID-19. Numerosas familias en el país viven la angustia de no poder mantenerse si no salen cada día a trabajar y generar ingresos que les permita comprar alimentos. 

Carmen Galvis y Emilio Rangel forman parte de los 47 de cada 100 venezolanos que trabajan en el sector informal, según estimación de la Consultora Datos.

En el país no hay cifras oficiales acerca de la composición del empleo, y a la falta de estadísticas oficiales se suma el hecho de que un trabajador formal, como un maestro o una secretaria, por ejemplo, ejerce algún oficio informal o vende alguna mercancía para completar sus ingresos.

Foto: Lenys Martínez

La pareja que forman Carmen y Emilio no es ajena al contexto, y la necesidad de generar ingresos los saca cada día a la calle desde que comenzó la cuarentena. 

Ellos son un matrimonio que vive en Catia, forman parte de una familia de ocho personas, “pero cada quien en su división”, explica Carmen.

Ambos –con sus respectivos tapabocas puestos– accedieron a conversar con Crónica.Uno en pleno centro de Caracas, en lo que algunos llaman el centro del poder, cerca de la Asamblea Nacional, la Alcaldía de Caracas y Miraflores. 

Los dos venden cigarrillos en una de las aceras de la avenida Universidad. Para ellos, cumplir la cuarentena es prácticamente imposible, porque necesitan el sustento diario para poder sobrevivir.

Carmen cuenta que están en el lugar hasta las dos de la tarde todos los días. Con suerte, alcanzan a vender dos cajetillas, y obtienen al menos 200.000 bolívares para poder invertir en una cajetilla más; con el restante compran “un arrocito y agua mineral”.

Salen todos los días “pa’ medio comer”

“Cuando dijeron cuarentena yo me pregunté, ¿que no puede salir y esa cosa?, salgo pa’ darle comida a mis nietos que son pequeñitos”, explica Carmen con preocupación. “No vendemos casi nada, mire”, dice Emilio mostrando las cajetillas de cigarros. “Sufro de hipoglicemia e hipertensión y no tengo cómo comprar las medicinas”, agrega. 

Ambos están pensionados, pero admiten que ese dinero no les alcanza para nada.

Aseguran que no están comiendo bien porque la venta diaria de cigarrillos no es suficiente. Además de arroz, no pueden comprar otra cosa.

“Uuuff desde que empezó esto. Nada de nada, chama. Y cuando llega la caja del Clap, viene un poco vacía”, indica Emilio con tristeza.

Café en la cola de gasolina

La historia de Isabella (se cambió el nombre a solicitud de ella) no es diferente a la del matrimonio que vive en Catia. Ella vive en El Cementerio y todos los días vendía café y cigarrillos en los alrededores de los mercados de ropa de la zona. Lo que hacía le alcanzaba para comprar comida para ella y sus dos hijos. Vive en la misma casa que su mamá.

Desde que comenzó la cuarentena sus clientes habituales desaparecieron y vio en la cola de la bomba de Los Ilustres una oportunidad para llevar comida para sus hijos.

Sin embargo, las ventas ni se acercan a las que tenía antes de la pandemia, que en Venezuela casi  provocó ya casi 200 afectados y nueve fallecidos.

“La gente tiene miedo de comprar o de acercarse a uno; aunque sí vendo, pero muy poquito. Eso me medio alcanza para comprar alguito”, dice.

Isabella no es la única que encontró en esa estación de servicio suficiente aglomeración de personas para vender café. Hay quienes se paran una esquina más arriba y ofrecen, además, huevos y otros alimentos, como arroz y harina.

Foto: Luisa Maracara

Entre los carros se pasean otros vendedores con cavas con empanadas y termos de café que les permiten obtener dinero para comprar algo de comida.

Como finito

La historia es diferente para Johnny, vendedor informal. En sus manos muestra arroz, harina y granos. Desde hace cuatro años sale a las calles del centro de Caracas con los paquetes de comida en la mano y en un morral. De vender esa mercancía, vive.

Asegura que ha respetado la cuarentena, aunque no puede quedarse en su casa: “Desde el principio he estado en la calle, porque me gusta tener mi plata, me gusta movilizarme, y si me quedo en la casa me siento como que estoy preso, pues, y ya yo viví esa etapa y no le veo sentido, ¿entiendes? No le veo sentido estar encerrado”.

Cuenta que diariamente puede hacer entre “mil y mil quinientos bolos” (Bs. 1.000.000 y 1.500.000): “Eso me ayuda a mantenerme, compro salao, pollo, carne. ¡Como bien! Y fumo, fumo sabroso cuando quiero, y como finito todos los días”.

Foto: Lenys Martínez

Con información de Luisa Maracara


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