Yenny tiene 32 años de edad. Los lunes, martes, miércoles y viernes viste el mismo uniforme que lleva cuando va a trabajar a la escuela, pero por cosas de la pandemia, ahora lo usa más para dar clases en casa a los niños de su comunidad a un costo de un dólar semanal o a cambio de algún producto de comida.

Caracas. Los niños de la comunidad iban a casa de Yenny a pedirle que les diera clases. Pero ella se negaba. Estaba enfocada en su trabajo en la escuela y en sus otras alternativas de ingreso económico como la venta de tortas, ponquecitos y galletas. Hasta que en marzo de 2020 salió en las noticias que a Venezuela había llegado la COVID-19.

A los días vino la cuarentena y Yenny tuvo que replantearse la decisión de no dar clase a los hijos de sus vecinos. Su trabajo cambió. Ahora solo lo va al plantel cada quince días, por lo que empezó a tener demasiado tiempo libre en casa. A raíz de todo lo que vino con el coronavirus tuvo que recibir alumnos en casa.

Foto: Luis Morillo

En la actualidad son seis niños los que atiende Yenny Rodríguez, maestra psicopedagoga, en la pequeña sala de su casa en el sector Santa Isabel, kilómetro 14 de la parroquia Filas de Mariche, municipio Sucre. En los más de seis meses que lleva atendiendo a los pequeños ha ideado un horario y un cronograma de clases.

Comenzó recibiendo alumnos lunes, miércoles y viernes, pero luego prefirió cambiarlo a lunes, martes y miércoles, con dos turnos: de 9:00 a. m. a 12:00 m. y de 2:00 a 5:00 p. m., cada turno con tres niños, a una tarifa de un dólar semanal por cada alumno.

Las clases en casa de Yenny son distintas a lo que comúnmente se conoce como tareas dirigidas, es decir, ella no se encarga de ayudar a los pequeños con las asignaciones que les deja la maestra en las clases académicas.

Foto: Luis Morillo

El viernes es el día educación física y de recreación, entonces les permite a ambos grupos interactuar entre sí. Cada niño debe llevar algo para compartir. Esto lo hace con la intención de que los pequeños comprendan la importancia de la actividad física pero también de lo que significa compartir y socializar.

“Muchos de ellos se la pasaban solos en sus casas y no tenían mucho contacto con otros niños. Esto es para que aprendan a compartir entre ellos y que también sea algo agradable ir a donde la maestra porque saben que el viernes van a tener una recompensa”.

Yenny, como licenciada en psicopedagogía egresada del extinto Colegio Universitario José Lorenzo Pérez Rodríguez, ahora llamado Universidad Nacional Experimental de la Gran Caracas, les da atención individualizada a pequeños grupos con los que pone en práctica juegos didácticos, actividades lúdicas en los que imparte procesos básicos de aprendizaje como suma, resta, multiplicación, división, lectura y escritura.

Foto: Luis Morillo

Tengo niños desde los tres años hasta 12 años, todos son niños con dificultades de aprendizaje. No trabajo con guiaturas de la escuela, ni los ayudo a hacer las tareas. Trabajo con procesos de enseñanza y aprendizaje a corto plazo, contó Yenny, una joven de 32 años, de baja estatura y pelo largo, que para dar clases en casa viste el mismo uniforme que lleva a su trabajo en la escuela. Es para dar un mensaje de respeto y autoridad a los niños, aunque esté en mi propia casa.

La diferencia entre una psicopedagoga y una maestra integral de aula es que la segunda se basa en planificación y en la atención de grandes grupos mientras que la primera se basa en procesos de aprendizaje en todas las áreas de desarrollo, desde preescolar hasta quinto año de bachillerato con atención individualizada.

La vocación se define como la inclinación o el interés que una persona siente en su interior para dedicarse a una determinada forma de vida o un determinado trabajo. Esta definición se asemeja a la manera en que Yenny ejerce su profesión, ya sea desde la escuela o desde su hogar.

Foto: Luis Morillo

Lo que más admiran, tanto los niños como sus representantes, es la paciencia de Yenny para enseñar. “Ellos dicen que yo tengo mucha paciencia, algo que no todos tienen”, comentó. Esa misma cualidad se la atribuye al amor que siente por los niños. Yenny se describe como una persona dulce que le gusta jugar con los pequeños. Me siento con ellos en el piso, brinco con ellos, juego con ellos. No sé, siempre he sido así y siempre supe que la carrera que iba a estudiar tendría que ver con la educación.

La sala de Yenny se divide entre la decoración propia de su casa y el material didáctico que utiliza para las clases. El comedor de madera es el escritorio de los niños, cada uno tiene un puesto asignado y allí se sientan cuando les toca escribir las letras, tomar dictado, leer o sacar cuentas. A un costado, entre los muebles, tiene un estante con infinidad de material de apoyo para los niños, todo realizado por ella o por sus alumnos en materiales de fácil acceso para los niños.

Foto: Luis Morillo

La comunidad donde vive Yenny, con su mamá, su hija y su sobrina, tiene problemas de agua, gas, luz, transporte y señal telefónica. El sueldo que ella gana en la escuela bolivariana no pasa de 22.000.000 bolívares mensuales, en un país donde un kilo de carne cuesta 18.000.000 bolívares, o al menos eso costaba la semana anterior. Actualmente, Yenny es la única psicopedagoga que queda trabajando en la escuela, las otras tres que había en nómina prefirieron renunciar ante los bajos sueldos.

Solo con eso Yenny se encarga de mantener el hogar, y también a sus dos abuelos que recientemente se mudaron a Caracas por problemas de salud. Lo que en promedio recibe por las clases en casa son seis dólares semanales.

Foto: Luis Morillo

“Desde antes de la pandemia ya sabía que debía buscar otras alternativas de ingreso. El ingreso de un docente no alcanza para nada. Sin embargo, esto me alcanza para tapar huecos. Cuando un representante no me puede pagar, porque no todos ganan en dólares o porque a veces no tienen el dinero suficiente, les pido que me paguen con algún artículo de comida”.

Pero los gastos de Yenny van más allá de alimentar a su familia. Su hija de siete años mantiene un tratamiento desde hace dos años debido a una neumonía necrotizante complicada con inmunodeficiencia primaria, rinitis alérgica y anemia leve que la mantuvo hospitalizada por más de un mes en el hospital José Ignacio Baldo (El Algodonal), en Antímano, a más de 40 kilómetros de su casa en Mariche.

Foto: Luis Morillo

“En ningún hospital me la querían recibir. Hasta que una amiga enfermera la ingresó al Algodonal como familiar, porque esa fue la única manera de que la dejaran hospitalizada”.

Desde ese episodio su hija debe seguir un tratamiento de más de seis medicamentos que sirven para mantenerla estable o por si se presenta un nuevo episodio. Sin embargo, los que más utiliza son Cortynose (spray nasal), desloratadina (pediátrica), airón montelukast (pastillas masticables de 5mg) y solución fisiológica. Además, Yenny debe costear los gastos de estudios médicos cada cierto tiempo.

Tengo que mandarle a hacer una espirometría y no he podido pagarla porque cuesta más de 200 dólares. Cualquier persona que pueda ayudarme sería bueno”.

Ya Yenny ha desincorporado cuatro niños en el tiempo que lleva atendiendo alumnos en casa. Lo hace porque ve en ellos avances importantes en las áreas de desarrollo en las que tenían alguna dificultad antes de empezar las clases con ella. Después que pasa esto, Yenny espera al menos quince días para saber cómo le ha ido al niño en su proceso de aprendizaje a nivel académico. Si encuentra una nueva falla o un retroceso, los vuelve a incorporar a sus clases.

Este es un trabajo de amor, vocación y entrega, porque si es por el sueldo…”, añadió Yenny.

La puerta en el hogar de Yenny siempre está abierta. A pesar de que las clases tienen un horario y unos días específicos, la casa siempre está llena de niños, además de su hija y su sobrina. Cuando se terminan las actividades muchos se quedan con ella mientras hace el almuerzo, lava o limpia la casa. Allí se quedan hasta la noche cuando llegan sus padres, con quienes ella bromea diciéndoles: “les voy a cobrar por el servicio de guardería”.


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