Cambio climático, mano del hombre y ejercicios de las FANB vuelven un infierno el Cerro El Café en Naguanagua

Gabriel Cabrera, activista defensor del ambiente, denuncia que los incendios más alarmantes en el Cerro El Café se deben a las prácticas del Fuerte Paramacay y, pese a que se le han hecho llamados de atención al Ministerio de la Defensa, no ha obtenido respuesta, como tampoco han disminuido los ejercicios.

Valencia. Para los habitantes del municipio Naguanagua, Carabobo, los incendios se han convertido en un infierno que no solo causan daño al ambiente, sino a la salud de sus pobladores. El Cerro El Café cada vez que se quema causa alarma en la comunidad. Las causas de la ignición de esta montaña no son solo por el “clima loco”, calentamiento global o intencional, también se deben a los ejercicios militares que realizan en el Fuerte Paramacay.

Gabriel Cabrera no solo lucha contra el calentamiento global, sino también contra estas prácticas castrenses que dañan el delicado ecosistema del Cerro El Café.

Lleva alrededor de dos años como representante en Venezuela de la ONG encabezada por la activista sueca Gretta Thunberg, Fridays for Future. No obstante, su lucha por el ambiente y en especial para disminuir los incendios en el Cerro El Café se remontan a 2016. De ahí en adelante han ido aumentando las denuncias.

incendio cerro El Café
Gabriel Cabrera en medio del bosque de pinos del cerro El Café tras el paso del fuego. Foto: Armando Díaz.

Con el paso de los años los incendios se han vuelto más voraces y peligrosos, no solo para la flora y fauna del cerro, sino para las comunidades que viven al pie de El Café. 

Cabrera puntualiza, no obstante, que esa zona siempre se ha visto afectada por incendios forestales típicos de la temporada, sobre todo entre 2020 y 2022. 

Desde lo que se conoce como las filas del Parque Municipal Casupo hacia las filas del Parque Municipal cerro de El Café, que es todo lo que se observa detrás del Fuerte Paramacay y la zona de la cordillera de la costa orientada hacia Bárbula y Trincheras”, explica.

Todas esas zonas en las largas temporadas de sequía se transforman en un infierno que deja la ciudad cubierta de cenizas y mucho humo. Los cerros El Casupo en Valencia, El Dique y Carialinda en Naguanagua y las filas de La Josefina y La Cumaca en San Diego se vuelven alimento para el fuego estacional. 

Sin embargo, los casos más alarmantes de incendios en el Cerro de El Café encuentran su origen en el Fuerte Paramacay, debido a que ha sido tomado para ejercicios militares desde hace 50 años. El detalle es que, para aquel entonces, Naguanagua era un municipio mucho más rural y ahora es cada vez más urbano. 

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Fuerte Paramacay. Foto: Armando Díaz.

Sectores como Caprenco, Tarapío, San Antonio, Colón y Barrio Este, tenían en esa época carreteras de tierra y en su mayoría eran sembradíos de naranjas. La instalación militar entonces quedaba lejos de la ciudad, pero ahora está en el medio de Naguanagua.

Cuando en el Fuerte Paramacay inician los ejercicios militares con maquinaria bélica, estas impactan en el cerro El Café y las explosiones terminan por generar peligrosos incendios. A través de los años, organismos gubernamentales y municipales de la región han intentado que llegue a buen pie la reducción de las prácticas en el fuerte, pero todo ha sido infructuoso hasta ahora. 

Los ejercicios militares inician en septiembre. Cabrera recuerda que en 2021 los adelantaron a febrero: “Era momento de sequía, lo cual hacía más propenso la generación de incendios”. 

Lo mismo ocurrió en 2016. El activista vivió los incendios en carne viva hasta 2019, cuando se mudó de Naguanagua, en esa fecha habitaba en la zona conocida como Caprenco. Ahí su casa se llenaba de virutas quemadas. 

Hubo hasta familias damnificadas en la zona del Barrio Este y de los sectores más pegados al cerro. Ese año toda la fila se veía como un volcán en llamas”.

En el último lustro Cabrera y su equipo han denunciado múltiples veces la situación, pero el Ministerio de Defensa no ha respondido nunca, así como tampoco han mostrado interés en las comunidades afectadas. 

Además de estos ejercicios, hay otras causas, pero para la población la respuesta siempre es la misma y es que “la gente quema los cerros”. 

“Eso es falso No es que se quema porque alguien va y los quema por un objetivo. Esto ocurre por un ciclo natural, pero ahora influye mucho el tema del calentamiento global y, en efecto, la acción del hombre mediante la contaminación”. 

El Café 

Para entender a mayor profundidad el porqué se generan incendios tan poderosos en esta zona es importante conocer las características del lugar. El cerro del Café se encuentra en un sector mucho más templado que Valencia, en paralelo a la cordillera de la costa, explica Cabrera, quien agrega que en Naguanagua el clima es mucho más frío.

Prueba de ello es que hace 70 años los valencianos iban a Naguanagua a buscar un clima mucho más templado. De ahí la existencia de un hospital para tuberculosos, el cual hoy funciona como hospital del Seguro Social.

Sin embargo, la característica definitiva del Café se marca en los 70 cuando se construye la carretera hacia el cerro. Para aquel entonces, Venepal, hoy Invepal, con inversión de Pdvsa decide sembrar pinos canadienses. 

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Estos árboles se denominan pinos criollos y no solo estaban en el cerro, sino en distintas partes de Naguanagua, todo con la intención de aumentar la producción y exportar el papel. Lo mismo ocurrió en otras partes. 

Estas reservas forestales han sido razón de lucha para que sean transformadas en parque nacional, sin embargo, no se ha concretado este objetivo debido a ciertos intereses económicos que están vinculados a la explotación del papel, además de ser una zona históricamente controlada por el Fuerte Paramacay

Al pasar los años el proyecto quedó olvidado, pero los pinos persisten, mientras que la zona sigue sin entrar a las llamadas Áreas Bajo Régimen de Administración Especial (Abrae), las cuales se encuentran sometidas a un régimen especial de manejo y protección conforme a lo establecido en la Ley Orgánica para la Ordenación del Territorio.

En El Café están sembrados dos tipos de pinos: los criollos, que son más altos y cuyo follaje es redondo y se ubican en áreas por debajo de los 700 metros sobre el nivel del mar; y los clásicos de Navidad que están por encima de los 700, e incluso los 800 metros sobre el nivel del mar puesto que el clima es mucho más fresco.

El pino, por naturaleza, es mucho más inflamable que cualquiera de los árboles tradicionales de la ciudad, como el caobo, el bucaral, el araguaney o el camoruco. Esto se debe a que en el interior los pinos cuentan con unas resinas y aceites que se encienden con mucha facilidad, de ahí que junto con los eucaliptos reciben el nombre de árboles gasolina. Entonces, un pequeño incendio en la zona se puede propagar con mucha más facilidad. 

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Cabrera posa sobre un tronco de pino caído a causa de las llamas. Foto: Armando Díaz.
Desorden más que ambiental

La respuesta para las personas que afirman que el “clima está loco” es sencilla para Cabrera. 

El clima no está loco. Está reaccionando a la desestabilización climática de los últimos años. Si analizamos los últimos tres años, vemos que hay temporadas de lluvia más cortas y otras con sequías mucho más largas. Lo que dice la gente se debe a que en 2020 y 2021 llegaron las lluvias bastante rápido y normalmente lo hacen entre mayo y junio. Comenzaron con fuerza en marzo, y en abril se intensificaron e incluso, hubo lluvias en diciembre cuando en verdad duran hasta octubre”.

Compara el cambio climático con el ciclo menstrual. “Es como una rueda que se puede correr en ciertas semanas. Entonces están rondando las temporadas y se hacen más largas. Eso afecta la lluvia y el calor”. 

También es un derecho humano

Desde Fridays for Future, Cabrera está liderando una iniciativa conocida como: Venezuela is On Fire o Venezuela está en Llamas, que se suscribe a la campaña Latam en Llamas. “Para nosotros el cambio climático es un tema de derechos humanos”. 

De acuerdo con los datos del Sistema de Información Global en Agua y Agricultura de la FAO, Venezuela es el décimo país con mayores reservas de agua del mundo y el cuarto en América Latina, solamente superado por Perú, Colombia y Brasil. Aun así, el servicio de distribución es muy deficiente, por lo que el Sistema Integral de Protección Civil y los distintos cuerpos de bomberos no tienen los recursos para combatir los incendios.

El defensor del ambiente recuerda que en el 2016 los bomberos de Carabobo solo tenían un camión y, pese a ello, podían cubrir el hecho mientras que los bomberos de la Universidad de Carabobo trabajaban en condiciones más precarias. Usaban palas y tierra para extinguir el incendio. Seis años después Cabrera observa que todo sigue igual.  “No tienen agua, trabajan con equipos que no son de primera mano”.

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Denuncia que el Estado está incumpliendo con su deber, especialmente Inparques y el Ministerio de Ecosocialismo y Agua, que ignoran la Ley Penal del Ambiente.

Esto no es solo el impacto ambiental, se viola el derecho a la vivienda y a la salud. Hemos conversado con diversos miembros de los bomberos y nos han pedido ayuda, que denunciemos lo que ocurre. Los organismos gubernamentales son los que más violan la ley. Que hagan ejercicios militares en el cerro es una violación al derecho ambiental”, dice.

Aunque para Cabrera, los incendios en área de El Café se producen en su mayoría por causas naturales, para Liliana Hidalgo, miembro de la Brigada Motorizada de Bomberos del Estado Carabobo, es el hombre quien tiene la responsabilidad de los incendios. 

El 9 de febrero, un grupo acudió a las faldas de El Café para combatir el fuego. En él iba Hidalgo, que no dudó en afirmar: “Sin duda alguna esto es hecho por el hombre, la mayoría ocurren es por eso. Dejan mucha basura, vienen a fumar para estos sitios y sueltan las colillas de cigarro y una chispa es suficiente para iniciar todo eso”. 

La época de sequía hace que todo se vea seco y eso facilita la propagación del incendio que ya llega a cubrir toda la ladera de la montaña.

Hidalgo durante la faena tomó un respiro por un momento. Se sentó en un tronco chamuscado y se llevó las manos a la cabeza. “Estoy cansada. Soy la única mujer en este grupo y la gente cree que no nos cansamos. Esto pasa una y otra vez, sí, es nuestro deber, pero no es justo que la gente sea tan poco consciente”.

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La bombera Liliana Hidalgo toma un descanso luego de intentar combatir el fuego. Foto: Armando Díaz.

Tres de sus compañeros llevaban en sus espaldas asperjadoras de 18 litros, cuando se les acabó el agua corrían a la parte trasera de uno de los edificios con acceso a la montaña y con una manguera llenaban el recipiente. 

Perdemos mucho tiempo con estos equipos, pero es eso o nada”.

Cada vez más densos

Para el momento de la entrevista, el 2 de febrero, El Café ardía y, a diferencia de los incendios ocurridos en épocas anteriores, por primera vez el fuego traspasó la barrera del cortafuegos, que no es más que la carretera de cemento que divide la zona de pinos. 

Ahora en donde antes había hierba verde se extiende un denso manto negro, y alrededor de medio metro de los árboles lucen quemaduras. 

Cabrera ha conversado con miembros de Protección Civil para realizar un estudio de la mano de los bomberos a fin de identificar el nacimiento del incendio.

“Nosotros calculamos que estos incendios continuarán hasta marzo de 2022”, opina Cabrera, que además destaca que las condiciones actuales con los vientos del norte —que es lo que la gente llama “brisa de Navidad”— accionaría con más facilidad el fuego, expandiéndose en el bosque de pinos.

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Árboles de pino por encima de los 700 metros sobre el nivel del mar muestran las marcas producidas por el fuego. Foto: Armando Díaz.

Recientemente, el ministro de Ecosocialismo y Agua, Josué Alejandro Lorca, aseguró que entre diciembre y lo que va de año se habían suscitado un total de 509 incendios forestales en el país. De los cuales, 165 han ocurrido en parques nacionales y 344 fuera de ellos, por lo que en su cálculo determinó que 4311 hectáreas del país quedaron afectadas.

Hace una semana la secretaria general del Sindicato de Inparques, Marlene Sifontes, dijo a los medios que la falta de mantenimiento a las áreas verdes en los parques nacionales es una de las principales causas en la propagación de los incendios en ámbito nacional.

Por eso, cada vez que Arelis Corona, vecina de Naguanagua y habitante del sector El Chaguaramal, siente el olor a quemado se asoma por la ventana y de inmediato ve la cortina de humo. Es miércoles, 9 de febrero, y desde el día anterior comenzó el incendio. 

El olor era insoportable. El humo llegaba a las urbanizaciones al norte de Valencia. De inmediato, se preocupó, porque recordó los episodios en el que algunas casas terminaron en llamas. Es una mujer de la tercera edad y cada vez que el humo alcanza su vivienda le dan accesos de tos y tiene que acudir a los antialérgicos. 

Corona es líder vecinal de Naguanagua y suele salir a las calles con otras personas de la zona a recolectar basura. “Muchos de los empaques de galletas que la gente deja tirada por ahí tienen aluminio y eso cuando le pega el sol es igual a fuego”.

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Gabriel Cabrera y su hermano Sebastián Cabrera bajan del cerro El Café por el camino del cortafuegos. Foto: Armando Díaz.

Los incendios constantes no son solo un problema de salud, también repercuten en su hogar. “La casa me queda llena de carbón, virutas y ese sucio se pega de los muebles de todo, y para sacarlo eso cuesta que ni te cuento”.

Corona explica que en días de mucho humo limpiar es una tortura. 

“Debo usar un hidrojet y luego coleto y por si queda algo por barrer, pero con la falta de agua hay que escoger o vivir en la inmundicia o estar sin agua, yo escojo la limpieza, pero te podrás imaginar, solo lavar la parte de afuera de la casa son dos horas, cuando me toca la parte de adentro se me olvidan las horas”.

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Incendio en el cero El Café sigue activo. Foto: Armando Díaz.

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