El largometraje de Diego Vicentini se basa en un venezolano que se va al exilio para enfrentarse a los demonios de la hostilidad.

Caracas. Simón toma las protestas de 2017 como punto de partida para la tragedia de su protagonista. La hostilidad de esos días generó cicatrices que se creían cerradas. Pero la obra, que llegó a las pantallas nacionales el pasado 7 de septiembre, remueve los recuerdos de aquellos meses de crispación y arremetida contra la ciudadanía.

Simón (Christian McGaffney) es un joven que vive en Miami. Duerme en un colchón inflable en un pequeño apartamento de esa ciudad. Es un lugar al que trata de adaptarse, pero los traumas por lo superado impiden el sosiego. No hay posibilidad para la tranquilidad entre los recuerdos y las dudas sobre cumplir las palabras de su tiempo como líder.

En Venezuela fue uno de los más entusiastas dirigentes estudiantiles en los tiempos de protesta. Pero fue objetivo de la cacería; traicionado, apresado y torturado.

Simón
Hay toda una dinámica entre los jóvenes de la película, entre el ímpetu y las consecuencias de correr riesgos

Por eso se va al exilio. Allá en Miami, Simón recibe la ayuda de algunos paisanos. La presencia de su amigo Chucho (Roberto Jaramillo) es la constante en su rutina, entre perturbaciones y recriminación a su estado actual, lejos de las reuniones para organizar más protestas que intenten cambiar la situación en el país.

Dirigida y escrita por Diego Vicentini, Simón es de esas obras que toma un hecho histórico reciente para escarbar en reflexiones pertinentes de la venezolanidad, esa que también se nutre del conflicto generado por la búsqueda de tiempos mejores.

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Simón da cabida a nuevos comienzos en medio de la aceptación de lo inevitable

Pero más allá de ser un largometraje político, se trata de un thriller psicológico centrado en quien vive el vendaval del trauma, del dolor inmenso de quien perdió todo y sigue vivo. 

Simón no tiene un objetivo en su vida. Vive entre recuerdos y recriminación hacia el momento en el que se encuentra. La película entonces va profundizando en la mente de quienes la ven, en sus sentimientos. Y así la audiencia encuentra resonancia en un personaje, empieza a escarbar en esa memoria, a la vez que reflexiona sobre las diversas posiciones tomadas por los venezolanos en años recientes, entre quienes se han ido y los que han emigrado. Al final, tiende a buscar un punto de encuentro, incluso entre aquellos que pueden ser vistos como traidores.

Simón
Las escenas de Simón con su mejor amigo están entre las más potentes

Simón fue filmada en Miami. Allá el protagonista atraviesa un viaje que surgió en la más turbia violencia. 

El autor de la obra presenta a su personaje en un laberinto. La fotografía de Horacio Martínez colabora con tino en esa misión de presentar un presente turbulento que parte de un pasado que se va desentrañando paulatinamente, los recuerdos de la hostilidad atravesada. 

La película venezolana se fortalece con unas actuaciones que trasladan al momento, pues sus vivencias son las de muchos que en esas fechas pusieron toda su fe en el asfalto.

Hay un contraste bien desarrollado entre la promesa de seguridad de Estados Unidos y la evocación de las causas de todas las heridas. Hay dos mundos que se interconectan. Están muy bien diferenciados, con la marca exacta del declive de su figura central y un giro esperanzador que poco a poco va surgiendo.

Porque más que afincarse en la hostilidad, Simón va apostando a un entendimiento entre quienes han padecido la fiereza del poder, sin imponer un muro entre traidores y traicionados, y dando la posibilidad de hallar razones a posiciones que puede ser desleales. Es una película que lleva al perdón. 

Simón
Simón se caracteriza también por unos diálogos reflexivos sobre el ahora

Es así como Simón se convierte en una obra conmovedora, en una película que se atreve a tratar directamente los vestigios de un momento histórico que ha marcado a generaciones.

 Lo hace a través de una ficción originada en hechos que todavía se sienten lacrimógenos a pesar de la Nutella, momentos recientes.

Películas como El chico que miente o El rumor de las piedras se estrenaron poco más de una década después de la tragedia de Vargas. Ahora, Simón llega cuando todavía es fácil rememorar detonaciones y malas noticias. Hasta ahora solo el cine documental había respondido con rapidez, como hicieron ese mismo año 2017 directores como Hernán Jabes, Carlos Caridad Montero y Aldrina Valenzuela con la publicación de Somos todo, somos todos, Selfiementary y Documom Caracas, realizados por cada uno, respectivamente.

Vale acotar que es una película de jóvenes. Es decir, durante la trama no hay personas mayores del lado de los que huyen o se enfrentan. No. Es como si el autor subrayara en la necesidad de exponer a esa juventud que apostó por enmendar el agua derramada por sus antecesores. Salvo Franklin Vírgüez como el despiadado coronel Lugo, es un grupo estudiantil liderado por Simón el que lleva el pulso. En la historia, no hay liderazgo que se salve.

Simón es una película directa sobre las consecuencias de la calamidad de los años recientes, en un testimonio que es el de muchos que han dejado todo por una causa. Un perfil de una mente atormentada por mantenerse fiel a sus principios; además una historia de amistad y pérdidas, de despedidas y de la incertidumbre constante de quien se va.

Es un largometraje que se suma al registro de un momento histórico desde la ficción, pero una ficción que luce muy real y cercana, una ficción sobre una realidad que todavía se siente a la vuelta de la esquina del laberinto de la vida de los venezolanos.

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