Comunidad warao sobrevive entre enfermedades y un río contaminado al sur de Maturín

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El río Buja, contaminado por derrames de petróleo, provoca enfermedades. El acceso a la salud es crítico y las condiciones de vida son precarias. Caciques denuncian el aumento de casos virales y de paludismo.

Maturín. La etnia warao tiene en su esencia vivir cerca de aguas fluviales, por eso la contaminación los afecta directamente. “Niños y adultos se enferman con frecuencia por consumir el agua del río. La falta del servicio de agua potable no nos deja otra opción que recurrir a nuestra fuente natural”, dice Juan Ramón Valerio, cacique de San José de Buja, al sur de Maturín, en el estado Monagas.

Desde el año 2005 denuncian la contaminación del río Buja. En las orillas del cauce y en la antigua compuerta del caño artificial, construida para el sistema riego en la zona, quedan rastros de derrames de petróleo y del combustible de algunas embarcaciones.

En la comunidad, donde habitan más de 600 familias indígenas, abundan casos de fiebre, vómitos y diarrea. El acceso a la salud es nulo y los pacientes se agravan por los cuadros gastrointestinales.

Los fuertes aguaceros representan un milagro del cielo.

Foto: Crónica.Uno

Aprovechamos para recoger el agua y almacenarla en botellas plásticas. Es más saludable que la que tomamos del río”, dice el cacique.

En la zona no existe un registro que permita conocer el número de indígenas enfermos y fallecidos por complicaciones de salud. Prefieren tratarse con plantas medicinales que acudir al ambulatorio, donde no hay ni una pastilla para dolor.

San José de Buja es una localidad rural a 73 kilómetros hacia el sur de la ciudad de Maturín y pertenece a la parroquia San Simón. Su posición en el mapa le permite conectarse con el caño Mánamo de Tucupita, el río Orinoco y el océano Atlántico.

Aunque tiene grandes potencialidades para el desarrollo económico, está fuera del radar de las autoridades. La comunidad está sumida en la pobreza y el hambre, carentes de servicios y fuentes de empleo.

Aumentan casos de paludismo

San José de Buja cuenta con una zona de vegetación extensa, enramada con las selvas del Delta del Orinoco.

Para los waraos es natural la presencia de zancudos, sin embargo, por la falta de fumigación por parte del Ministerio de Salud, se ha incrementado la presencia de vectores de enfermedades como paludismo.

Trabajadores del área de salud en Buja, que pidieron resguardar su identidad, mencionan que desde el 2023 las autoridades no realizan un abordaje para controlar la proliferación de plagas. Piden levantar un cerco y evitar que se produzca una epidemia.

Los waraos están acostumbrados a vivir cerca del agua, pero la contaminación los afecta. Foto: Crónica.Uno

En el primer semestre de este año, más de 40 indígenas salieron positivo a la prueba antígeno de malaria.

Más de 25 pacientes viven en tierra firme de Buja, el resto pertenece a las comunidades fluviales como Boca de Tigre, Isla Venao, Dawaja y Yabicono”, indican las fuentes.

Aseguran que la dirección de Salud Ambiental y la Regional de Salud Indígena están al tanto de los casos y han suministrado el tratamiento a los indígenas afectados. “Es una prueba rápida, luego que se le toma la muestra al paciente esperamos cinco minutos para conocer el resultado”, agregan.

Valorio cuenta que también lo picó el mosquito portador del parásito Plasmodium. “A mí me dio paludismo, pero ya me curé. De Maturín me trajeron unas pastillas que me ayudaron”, dice.

Víctor Yánez está radicado en Buja desde hace poco tiempo. Fue cacique en Boca de Tigre, una comunidad fluvial a ocho horas de San José y comenta que sus hermanos waraos han presentado síntomas similares a la malaria: dolor de cabeza y huesos, además de fiebre, diarrea y vómito.

Niños y adultos se han complicado y han muerto. No hay medicina ni médicos, entonces recurrimos a las plantas medicinales o brujos –ancianos de la comunidad–”, dice Yánez.

Sin atención médica

El ambulatorio de San José de Buja se inauguró en 2004, por el entonces gobernador Guillermo Call. El centro se salud se construyó con recursos aprobados por el Fondo Intergubernamental para la Descentralización (Fides), y desde la fecha no ha recibido mantenimiento. 

El módulo cuenta con una sala de asistencia primaria, emergencia, pediatría, sala de tratamiento y observación, además de ginecología. Aunque sus puertas siguen abiertas, el personal solo cumple con el horario, tanto criollos como indígenas evitan acercarse por la falta de medicamentos e insumos.

Son notables las filtraciones del techo y paredes, así como la falta de sillas de espera, camillas, materiales y  luminarias. 

“En el ambulatorio no hay ni siquiera con una sutura para cinco puntos. Los médicos nos mandan a comprarla, pero aquí no hay farmacias. Toca viajar a Maturín o esperar que la herida cierre por sí misma, expuesta a infectarse”,  expresa Manuel Bolívar.

El 11 de diciembre de 2022, la viceministra para la Formación y Educación Intercultural Bilingüe y del Saber Ancestral de los Pueblos Indígenas, Yelitza Barillas, hizo entrega de cuatro cauchos para reactivar la ambulancia de la población.

Tiempo después, afirma el cacique Valorio, se llevaron la unidad de traslado y no la han vuelto a ver. “Si se presenta una emergencia no podemos hacer nada, porque tampoco contamos con gasolina para solicitar el apoyo de los vecinos con carro”.

Condiciones precarias

En Buja no hay un fruto que se pudra o un animal silvestre que se salve. Las precariedades por la falta de agua y la poca producción de la tierra los obliga a sobrevivir.

El flujo migratorio entre los años 2016 y 2019 empujó a muchos waraos desplazarse hacia San José de Buja y Brasil.

La reducción de fuentes de empleos por la escasez del combustible mermó la actividad pesquera y comercialización de verduras y artesanía. Las familias “resuelven” el momento con los bonos que asigna el gobierno a través de la plataforma Patria.

 “Ya no es como antes. Los pescadores traen menos mercancía y se van directo a Maturín porque en el pueblo la gente dejó de comprar por no tener dinero en efectivo”, dice Euclides Martínez.

La población warao también sucumbe ante otras enfermedades virales, cuadros febriles, infecciones respiratorias y de la piel. Bebés y ancianos tienen escabiosis en el rostro, brazos, abdomen, espalda y piernas.

La falta de agua potable genera enfermedades en la piel. | Foto: Crónica.Uno

Tampoco tienen acceso a programas de atención de salud e higiene bucal.  Al igual que en la ciudad, es un servicio restringido en la red pública.

“Un gran porcentaje de la etnia muestra severos daños en sus piezas dentales. Caries y úlceras son algunas de las afecciones en niños, jóvenes y adultos mayores”, comenta Martínez.

Los niños no escapan a la insalubridad. | Foto: Crónica.Uno

Estar retirados de la ciudad no es garantía de vivir en paz. No están exentos  de los cortes de energía eléctrica. La interrupción del servicio es constante y sin programación, suelen pasar hasta tres días sin luz.

Martínez relata que desde hace más de 15 años el servicio eléctrico de la comunidad no recibe mantenimiento preventivo. “Las guayas de alto y bajo voltaje se desprenden de los postes y la respuesta por parte de Corpoelec es tardía”, dice.

Promesas en el aire

Aunque muchas familias viven en palafitos y chozas, el cacique Valorio añade que en el año 2014 les aprobaron los recursos para la ejecución de un proyecto de viviendas. 

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Foto: Crónica.Uno

Se tenía previsto la construcción de casas de bloques con techos de madera y palmas de temiche, para conservar sus raíces y cultura.

Las viviendas en San José de Buja son de barro, láminas y madera, con suelos de tierra, sin sistema de aguas blancas y residuales.

“Las autoridades se acuerdan de nosotros cuando son las fiestas del patrono, el 19 de marzo, y cuando se acercan las elecciones. Aquí estamos sin atención y solo sobrevivimos del trueque, los que cosechan van donde los criollos y cambian verduras por harina o arroz”, concluye. 

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Vivienda warao en Maturín. Foto: Crónica.Uno

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