La figura de la Vinotinto de baloncesto, Roselis Silva, es una comunicadora social que sueña con convertirse en la primera venezolana en la WNBA

Cristóbal Naranjo @cristobnaranjo

Caracas. “¿Quién fue la máxima anotadora de la selección venezolana de baloncesto femenino en los Juegos Panamericanos Toronto 2015?” La pregunta que formuló uno de los animadores del programa juvenil Atómico terminó por emocionar más de la cuenta a Lisbeth Serrano, quien hacía una pausa en sus labores de costurera para sintonizar el canal Venevisión, en un pequeño televisor de su casa en la parroquia La Vega.

La madre de Roselis Silva no pudo contener las lágrimas cuando se percató en pantalla que la foto correspondiente a la respuesta correcta era la de su hija. “Te nombraron en Atómico”, le dijo luego a la piloto de la Vinotinto de básquet, que por estos días alista maletas para marcharse a jugar en España con el Iraurgi de la Primera División.

El nudo en la garganta de la señora Serrano se ha vuelto casi que un hecho cotidiano, por las repetidas satisfacciones que le ha regalado últimamente la segunda de cuatro hermanos (dos hembras y dos varones). Hace 15 días le obsequió a ella y al país la clasificación al repechaje olímpico con el combinado criollo; también le dedicó su primer contrato al baloncesto europeo gracias a su actuación en suelo canadiense y el año pasado le colgó la medalla más preciada: la de licenciada en Comunicación Social, obtenida en la universidad de Arkansas Tech.

“Mi mamá me decía que lo que yo hiciera en el deporte estaba bien y era decisión mía, pero que tenía que darle un título”, contó Roselis, de 24 años. Quizás por seguir esa recomendación, la caraqueña rechazó hace tres años la propuesta de un equipo extranjero y decidió culminar sus estudios. Con su reciente fichaje por el quinteto vasco, a la basquetera de 1.66 de estatura el gastado refrán que asegura que el tiempo de Dios es perfecto le cae como anillo al dedo.

Perseverancia

Para vestirse de toga y birrete Roselis tuvo que sortear dificultades, pero consiguió su meta por la perseverancia y la profunda pasión que desde los seis años siente por el llamado “deporte de los gigantes”. Ese amor por las canastas y los tabloncillos se lo inculcó su tío Alexander Serrano, quien jugaba baloncesto y siempre la llevaba a la cancha. En sus inicios, a la base vinotinto le tocó destacar entre varones.

“No sabía que había baloncesto femenino. Siempre jugaba el baloncesto masculino y para jugar con varones tenía que ser buena. Entonces me agarró un entrenador de La Vega que se llama Armenio Blanco y dirigía al equipo Sacramento. Él me recomendó con el coach Enrique Gil”,  recuerdó, la exalumna del liceo Caracas, donde practicó la disciplina y comenzó su ascenso de la mano de Gil, su mentor en la selección junto el actual estratega Oscar Silva.

A los 15 años debutó con la Vinotinto de mayores, en un torneo en Loja, Ecuador y luego en 2008 durante otro campeonato suramericano obtuvo una beca para jugar con la Universidad de New Mexico en Estados Unidos. Como es de suponer la primera experiencia en el norte no fue nada sencilla.

“Todo cambio es fuerte. Yo no dominaba el inglés. No estaba jugando mucho y no me podía comunicar con nadie. Me dije que para eso me regresaba a mi país”.

La vuelta a Venezuela se concretó, pero no por mucho tiempo, pues en 2010 se gana una nueva oportunidad con Cisco College. Allí su juego despierta el interés de otras casas de estudio.

“Cuando fui a New Mexico había una compañera que se llamaba Natalia Santos. Ella estaba jugando con Arkansas Tech y cuando me voy a Cisco, ella habló con el asistente del entrenador. Le comentó que había una chica que jugaba muy bien en Cisco, pero el entrenador nunca la escuchó”.

“Ese mismo director técnico fue a unos juegos de conferencia en Texas a reclutar a otra jugadora, pero me vio jugando y le comentó a Natalia que había visto a una muchacha muy buena de Venezuela. Le preguntó que si ella me conocía y Natalia le respondió que tenía tres meses hablándole de mí”, agregó.

No tardó mucho en llegar la llamada de Santos y Silva no lo pensó dos veces para pedir la transferencia a Arkansas Tech. En su nuevo destino académico brilló en la segunda división de la NCAA, mejoró su inglés y al término de su carrera deportiva continuó hasta graduarse de comunicadora.

“Fue una emoción bastante grande. Pasé casi cuatro años en Estados Unidos sola y dejé el baloncesto a un lado para conseguir algo que también quería para mí porque en 2012 me llegó la oportunidad de jugar en Europa, pero opté por terminar mis estudios”, explicó Silva, que espera ejercer como comentarista deportiva tras su retiro.

Humildad ante todo

Pese al status de figura adquirido con la selección en Canadá y su partida a la liga española, la joven armadora mantiene los pies sobre la tierra. Dice que la humildad es una cualidad que debe tener todo atleta y no reniega de sus orígenes y del lugar donde nació.

“A mí me encanta mi barrio. Siempre que me entrevistan digo que soy de La Vega y me siento orgullosa de ser de La Vega. Allí tengo muchos amigos que me ayudaron en mi crecimiento como deportista”. Silva sueña con que dicho desarrollo alcance su punto máximo en un futuro hasta convertirse en la primera venezolana en la WNBA, la NBA femenina.  Si llega ese día a más de uno en La Vega se le pondrán los ojos aguados. No solo a doña Lisbeth.


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