La accesibilidad en redes sociales es una deuda pendiente que excluye a personas con discapacidad. Esta brecha, causada por contenido sin descripciones y diseños no inclusivos, vulnera derechos fundamentales como el acceso a la información y la participación social.
Caracas. A sus 24 años, Andrea* navega el mundo digital con la misma soltura con la que escribe o programa: apoyada en lectores de pantalla, comandos de voz y atajos que ha convertido en parte de su cotidianidad.
Pero en cuanto abre Instagram, Facebook o X, la fluidez se interrumpe. La experiencia —que para millones es sinónimo de conexión, entretenimiento y comunidad— para ella se transforma en un laberinto lleno de imágenes sin describir, memes mudos y publicaciones que simplemente no existen si nadie decidió explicarlas.
Su mayor barrera no es la tecnología: son las personas. Publicaciones sin texto alternativo, afiches sin transcripción, videos sin subtítulos ni audiodescripción. Contenidos que, sin mala intención, le cierran la puerta a la conversación digital. Cada publicación sin descripción es una pausa brusca; cada imagen vacía, un silencio que no debería estar ahí.
Todas esas barreras aparece sin aviso —como si la navegación digital fuera un camino lleno de interrupciones inesperadas—, lo que rompe el ritmo con el que intenta desplazarse por las redes. Esa dinámica crea una tensión constante en su día a día digital.
”Yo uso el lector de pantalla, que me dice dónde están los botones, el texto de los posts, pero no puede adivinar lo que hay en una foto si la persona no se lo dice. La accesibilidad en redes sociales no es una prioridad y eso duele, porque quedamos excluidos de la conversación digital y social”, lamenta.
Los lectores de pantalla son programas que convierten en voz lo que aparece en la pantalla. No obstante, dependen totalmente de que los contenidos tengan descripciones adecuadas
Utópica accesibilidad
Para Andrea, estudiante de Trabajo Social, la inclusión digital no se trata de tener un teléfono inteligente, sino de que los contenidos estén hechos para que todos puedan acceder a ellos.
Esa idea —la de accesibilidad universal— parece simple. Sin embargo, pero se rompe en cuanto las plataformas dependen de que el usuario común quiera o sepa cómo hacer accesible lo que publica.
Esta brecha no solo afecta la navegación, sino derechos básicos: el acceso a la información, la participación, la igualdad de oportunidades. Una actividad cultural, un aviso de salud, una ruta de evacuación, un comunicado urgente: si está en una imagen sin describir, es información perdida.
Rebeca Estéfano, directora de Ser Inclusivo, confirma que el problema nace en dos frentes visibles: la falta de conocimiento y los diseños poco inclusivos.
Aunque existen herramientas como subtítulos automáticos, lectores integrados o funciones de contraste, muchas personas no las conocen o no las consideran importantes. Esa omisión, insiste, se convierte en exclusión.
“Todas las plataformas tienen las herramientas tecnológicas para hacerlas accesibles, pero si las desconocemos, o a veces las conocemos pero no nos interesa porque pensamos que no vamos a beneficiar a nadie, entonces esas son, de verdad, razones de exclusión»,
detalla.
La experta recalca que persiste una brecha de capacitación y sensibilización —una falta de formación digital tanto en usuarios comunes como en creadores de contenido— que afecta directamente a personas con discapacidad visual, auditiva o motora, colocándolas en desventaja informativa y participativa.
Exclusión estructural
Para Estéfano, la falta de accesibilidad no solo impide ver una imagen: contribuye a reforzar la discriminación estructural —una forma de desigualdad que opera en sistemas, instituciones y prácticas cotidianas—. La ausencia de herramientas inclusivas perpetúa estereotipos negativos y profundiza la exclusión digital.
En su criterio, esta invisibilización borra las necesidades —e incluso la presencia— de las personas con discapacidad en un entorno hoy esencial para la vida social —el ecosistema digital, donde circulan noticias, debates y oportunidades—.
“A veces no lo pensamos, pero detrás de esas redes, detrás de esa tecnología, hay muchas personas con algún tipo de discapacidad o neurodivergente, que requiere que todo esto sea accesible”, subraya.
La falta de accesibilidad, advierte Estéfano, vulnera derechos fundamentales como la igualdad de oportunidades, la libertad de expresión, el acceso a la información y la participación cultural y comunitaria —todas garantías reconocidas por organismos internacionales y legislaciones de derechos humanos—.
“Si, por ejemplo, hay una publicidad de una actividad cultural o comunitaria o de salud o educativa, a la cual yo no tengo acceso porque no se preparó de forma accesible esa comunicación, entonces se vulneran los derechos”, aclara.
Rezago cotidiano
Andrea confirma que su relación con las redes es esencial para mantenerse informada, pero lamenta que muchos medios no utilicen lenguaje ni formatos visuales inclusivos —algo que se traduce en una pérdida directa de información cotidiana—.
“Es como si la información esencial simplemente no existiera para mí, y eso afecta mi vida como ciudadana. También no puedo entretenerme como lo hace el resto del mundo o utilizarlas de la manera correcta. Mi hermana es quien me ayuda a postear en mis cuentas personales”.
Para la directora de Ser Inclusivo, esta inaccesibilidad limita la interacción, reduce la visibilidad de las voces de las personas con discapacidad y restringe la posibilidad de crear redes de apoyo y pertenencia.
También afecta el aprendizaje y la participación plena en la ciudadanía digital —concepto que alude a la capacidad de ejercer derechos y deberes en entornos virtuales—.
“La inaccesibilidad va a restringir ese acceso a los contenidos educativos, a los informativos que son tan importantes. Por ejemplo, si hay un contenido informativo en las redes sociales a través de un afiche de cómo es la ruta de escape, por ejemplo, en caso de un terremoto, y no hay una descripción de lo que está ahí en esa imagen, no lo va a leer las personas con discapacidad visual”, agrega.
Lo mismo ocurre con contenidos poco comprensibles, que limitan el acceso de personas con discapacidad cognitiva y obstaculizan su proceso educativo y social.
Pese a las barreras, Estéfano reconoce un avance gradual en las principales plataformas, impulsado por mejoras tecnológicas. “Sí se ha ido observando un avance gradual, hay mayor incorporación de subtítulos automáticos”.
La activista explica que el subtitulado automático de Instagram no solo sirve para leer sin sonido: es una herramienta clave para la inclusión de personas con discapacidad auditiva —un grupo históricamente excluido de la comunicación audiovisual—.
Resalta también la transcripción de audios en WhatsApp, que beneficia tanto a personas con discapacidad auditiva como visual.
“Ahí ya se está pensando en personas con discapacidad visual, personas con discapacidad auditiva. Sí ha habido esa mayor incorporación de herramientas de accesibilidad, aunque nos falta todavía mucho camino por recorrer”.
Recomendaciones
Para alcanzar una inclusión real, Estéfano propone un mapa de ruta dirigido tanto a empresas tecnológicas como a usuarios. Señala que las plataformas deben aplicar los principios del Diseño Universal —un marco de siete principios creado para que entornos, productos y servicios sean utilizables por todas las personas— y realizar pruebas con personas con discapacidad para validar la funcionalidad de sus herramientas.
La Organización Mundial de la Salud también promueve un diseño accesible y comprensible para todas las personas, sin barreras.
“Hay que incorporar tecnologías asistivas y políticas de accesibilidad obligatorias en cada actualización y en cada organización, aunque hay las políticas o hay las normativas, pero es dar el salto, es pasar de lo escrito al hecho”,
enfatiza.
Añade que los usuarios deben hacer lo siguiente al momento de publicar información en las distintas redes sociales:
- Uso de lectores de pantalla.
- Revisar y ajustar los subtítulos automáticos.
- Configurar las opciones de accesibilidad en los dispositivos móviles.
- Generar guías de buenas prácticas digitales y formación constante.
Al compartir estas recomendaciones, Andrea deja ver que su experiencia en internet va más allá de los problemas técnicos. Lo que describe es, en realidad, el esfuerzo diario por hacerse escuchar en un espacio público que no siempre la incluye.
Su testimonio no deja una respuesta clara sobre soluciones, pese a los avances, sino una sensación de que la igualdad en las redes sociales es una meta que sigue lejana.
(*) La información de esta nota incluye aportes de fuentes que solicitaron anonimato por motivos de seguridad. Crónica Uno garantiza la protección de su identidad.
Lea también:
Desde hace 17 años el transporte público es un obstáculo diario para Javier y su silla de ruedas

