La película de James Cameron acaba de estrenarse en las salas de cine. Es la secuela de la historia que estrenó en el año 2009.

Caracas. Avatar: el camino del agua llega a la cartelera más de 10 años después del fenómeno que representó en la pantalla la lucha por Pandora, en la que los na’vi se erigen como guardianes de esa luna en la búsqueda de la paz, en contraposición a los humanos, los hombres del cielo, interesados en conquistar el lugar.

En esta secuela, el director James Cameron realiza un despliegue visual que busca enarbolar la tensión de ambas civilizaciones, con un mensaje claro en contra de la destrucción por la ambición de recursos.

Jake Sully, Neytiri y sus hijos se encuentran en tranquilidad en Pandora, todo caos parece haber quedado atrás, pero nuevamente se ven amenazados con la llegada de los humanos y su arsenal bélico, liderados por el coronel Miles Quaritch.

Entonces, comienzan los conflictos en Avatar: el camino del agua. La familia decide resguardarse para evitar que los problemas alcancen a los más cercanos. Saben que el militar va por ellos, está obsesionado.

Avatar: el camino del agua
James Cameron y su equipo logran un mundo de ensueño entre lo paradisíaco y hostil

Por eso se refugian en otro paraje, en otra comunidad na’vi para desviar cualquier atención. Cuando piensan que han encontrado la seguridad anhelada, los hombres del cielo llegan con la intención de arrasar con todo.

Sin dudas, Avatar: el camino del agua es un deleite visual en cada forma, las criaturas creadas por ordenador se compaginan muy bien con ese mundo que Cameron imaginó, al que además se concatenan muy bien los humanos que se entremezclan en esa realidad gestada; de una manera tan técnicamente sublime que no hay desperdicios.

Pero la película tiene un flanco débil: su duración. Son más de 3 horas en las que la historia empieza a debilitarse por un afán no solo de demostrar grandeza visual, sino de abarcar todo un entramado moral en sus mensajes conservacionistas y espirituales. Hay temas que quedan claros desde el primer momento, pero el autor prefiere insistir en un ejercicio de afirmaciones que hacen pesada la experiencia, sobre todo cuando se empecina en esos momentos de encuentro entre criaturas diferentes, exilios y reconciliaciones.

 Avatar: el camino del agua
En el mundo de Avatar se han delineado una serie de rituales que afianzan el ideario de su propuesta

Ahora bien, es interesante cómo en Avatar: el camino del agua hay un especial tratamiento a la unidad, y no solo a la fortaleza de la unión de una misma civilización, sino a la individualidad de la familia como punto de partida, además de esa pulsión protectora, especialmente de Jake Sully secundado por Neytiri.

Ambos, padre y madre, se convierten en referencia para unos hijos jóvenes que empiezan a conocer un mundo más allá de los ideales y utopías, y comprenden cómo deben enfrentar no solo los conflictos por las amenazas foráneas, sino aquellas luchas internas propias del crecimiento. Eso en una trama en la que se refuerza a cada momento la fuerza que mantiene ese equilibrio que rodea todo, esa conexión con todo lo que existe; un principio filosófico que se mantiene en la saga, así como esa reflexión sobre la relación entre máquina y humano. 

Sin embargo, en Avatar: el camino del agua ese clímax deja una sensación de que la búsqueda de lo épico se queda tan solo en el efecto de su despliegue visual, pero no se siente que haya una trascendencia ni en sus personajes ni en sus creencias a transmitir. Y no es que se sientan manidas las ideas a reflejar, sino que las formas son más efectistas que profundas. Tal vez en las siguientes películas se conforme mejor su discurso.

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