Habitantes de La Victoria cambiaron la intimidad familiar por convivencia colectiva en un país hermano (I)

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Habitantes de La Victoria narran cómo se encuentra esta población, transcurridos casi dos meses de los enfrentamientos armados entre el disidente Frente Décimo de las FARC EP Martín Villa y la Operación Escudo Bolivariano de la FANB.

San Fernando de Apure. Desde la madrugada del domingo 21 de marzo, los amaneceres en la parroquia Rafael Urdaneta, en el estado Apure, no han vuelto a ser los mismos para sus habitantes. Imposible olvidar el estruendo de ese despertar, que marcó un antes y un después en la vida de los habitantes del apacible pueblo del municipio José Antonio Páez.

No es porque no quieran olvidarlo, sino porque este estruendo aún amenaza con su letal poder en cada sobrevuelo, explosión y ráfaga que retumba en cualquier punto de esta geografía fronteriza, indistintamente de la hora del día.

El cambio de casa por carpa, de cama por colchoneta en el piso y de intimidad familiar por convivencia colectiva, en un país y una localidad que, aunque hermana, es distinta a la propia, tampoco ayuda mucho a resetear la memoria.

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Los combates no han cesado en estos casi dos meses desde que empezó el conflicto armado en La Victoria. Foto referencial. Espacio Digital
Casi dos meses de angustia

Ya han trascurrido casi dos meses ininterrumpidos del conflicto armado entre militares venezolanos y el disidente Frente Décimo Martín Villa, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo (FARC EP), en este costado venezolano del río Arauca, fronterizo con Arauquita, Colombia, y parece que tiene intenciones de quedarse.

Entre tanto, sin más opción, una La Victoria atemorizada permanece en el hogar resistiendo y ansiosa por creer en el restablecimiento de una normalidad que no siente que llega.

Mientras que la otra La Victoria, la del campo adentro, amuñuñada en una carpa, entre el coronavirus y la desesperanza, padece angustiosa cada trueno que escucha al otro lado del río y, asida de Dios, pide resguardo de su hogar, familiares, vecinos, animales y vidas que dejaron en el frente, en medio del fuego cruzado.

No ha retornado la normalidad

El fluido tránsito en el paso de las canoas entre Arauquita, extremo colombiano del río, y La Victoria, en el extremo venezolano, simula una aparente normalidad, de la que hablan las autoridades venezolanas en sus videos: “Aquí ya todo está en orden, solo hay una manipulación mediática”.

Sin embargo, las visitas diarias a La Victoria de varios de sus hijos que aún permanecen en Arauquita, la extrema militarización con funcionarios de todos los cuerpos de seguridad del Estado, así como el traslado a la zona del despacho municipal de Páez, cuyo asiento natural queda en Guasdualito, a 90 kilómetros de esta frontera, contrastan con esta verdad oficial.

Uno de estos hijos de Urdaneta, que todavía no regresa a su hogar, desembarca todas las mañanas en La Victoria “normal de las autoridades venezolanas” para revisar su casa, verificar que no le falta nada, tomar algo si lo necesita, “vender tinto” (café) y retornar a Arauquita por la tarde.

No logra superar todavía los signos aún visibles en su vecindario de la violencia que sacó de su casa, torturó, vistió de “terroristas” y asesinó a Emilio, Luzdey, Jeferson y Heiner: “Nuestros amigos inocentes y criados con nosotros”.

Otro lugareño no ha tenido más remedio que regresar. No puede abusar de la hospitalidad de sus amigos de Arauquita que le brindaron refugio a él y a su familia; tampoco puede dejar tanto tiempo solo su hogar, sus animales y sus medios de trabajo de toda la vida.

La situación económica antes del 21 de marzo no era fácil, pero después ha empeorado. No hay trabajo y, aunque ha abierto de nuevo las puertas de su pequeño negocio familiar, el comercio no se asienta, no logra su ritmo habitual: el miedo no lo deja.

El conflicto armado, que ha recrudecido desde aquel 21 de marzo, ha desnaturalizado la cotidianidad de La Victoria, La Capilla, El Ripial, Santa Rosa, Santa María, Tres Esquinas, Los Cañitos, Los Pájaros, La Charca, El Balzal, La Osa y otras veredas de la periferia rural.

Traumatizados por los truenos de la muerte

El terror no se quiere ir de Urdaneta y ha escalado a niveles de pánico, de acuerdo con lo que reportan habitantes del poblado fronterizo.

En la noche no dormimos, nos despertamos con sobresaltos, los tiroteos no quieren salir de nuestras cabezas. El corazón se nos va a reventar cada vez que escuchamos un tiroteo”.

Desalmados truenos de emboscadas irregulares entre el 23 y 24 de abril entregaron al menos 12 vidas más, de jóvenes militares, al voraz encuentro armado.

De estas vidas caídas en el suelo de la vereda La Capilla, oficialmente se han reconocido nueve e identificado ocho cadáveres que se han sumado a otros que ya el voraz monstruo se había tragado.

En marzo, el primer día de combate cobró siete vidas militares, además de un ataque en El Ripial y un accidente con mortero, así como cinco vidas de presuntos irregulares, igualmente en El Ripial.

También ha dejado al menos 37 heridos en lo que va de conflicto, incluidos los de un nuevo ataque guerrillero, entre el 2 y 3 de mayo, reportado por la ONG de derechos humanos FundaRedes.

Mientras se exacerban las demostraciones de fuerza y poder por parte de los enfrentados, la desolación, la impotencia, el miedo y la profunda tristeza de La Victoria se extienden a otras regiones de Venezuela, donde numerosas familias de militares fallecidos lloran y rechazan el traslado hasta Apure de sus seres queridos.

El hedor de los cuerpos sin vida en la morgue del hospital de Guasdualito no es prioridad, estos caídos ya no son útiles al conflicto, por eso, ya no tienen comandantes, solo madres que los reclaman y se los quitan a la burocracia para darles cristiana sepultura y devolverles algo de dignidad.

Mejor los truenos del invierno que los de las armas

Como la débil electricidad de la zona que dura solo cuatro o cinco horas al día, así está el ánimo de la población de La Victoria, que por primera vez en su historia, en lugar de su tradicional cultivo de cacao porcelana, el mejor del mundo, recoge de su productivo suelo numerosos cuerpos sin vida, de venezolanos inclementemente ajusticiados.

Ya se siente el invierno con todo su poder, el Arauca crecido por las lluvias, como cada año, se desborda y desbarranca sus orillas en ambos lados de la frontera; el temor a inundaciones, en este momento, sería la preocupación más grande de los lugareños, de no ser por las bombas y ráfagas de ametralladoras.

En esta ocasión, la luz exigua de los bombillos y los relámpagos de la naturaleza son preferibles a las luces de las armas de combate, así como son menos temibles los truenos del implacable invierno, que lo deja todo bajo el agua, que los truenos de la muerte.


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