Mohammed Antonio: “Esto me llena el corazón. Uno siente la presencia de Dios”

Mohammed Antonio

Oculto bajo un turbante rojo, Mohammed Antonio, conocido como el Gocho Árabe, ayuda a todos en el Táchira. Este benefactor ha demostrado que con poco se hace mucho y que la capacidad de dar a los menos afortunados es su misión de vida. Además de poner de su propio peculio tiene una red de colaboradores dentro y fuera de Venezuela y es así como contribuye con las personas necesitadas que se cruzan en su camino.

San Cristóbal. El hacer el bien sin mirar a quien es uno de sus mantras. Su deseo de tenderle la mano a los menos afortunados le ilumina los ojos y lo emociona como a un niño pequeño le hace feliz un dulce. Esa es la historia del hombre conocido como el Gocho Árabe, quien recorre la ciudad en busca de personas que necesiten ayuda.

Mohammed Antonio
Foto: Ana Barrera.

Ataviado con un turbante blanco de cuadros rojos y unos lentes de sol, Mohammed llega a bordo de su vehículo al encuentro con el equipo de Crónica.Uno. Solo cuando sabe que su identidad no será revelada, se despoja de todo aquello y se muestra sencillo y agradable como le es natural.

En un recorrido por San Cristóbal, saludó a muchas personas a las que ha ayudado. La naturalidad de sus breves charlas con ellos evidencia que no hay un interés de fondo más allá de aliviar sus cargas. Entre quienes han sido beneficiados por su apoyo se encuentra Rufo Chacón, el joven que quedó ciego por los disparos que le hicieron funcionarios de PoliTáchira cuando protestaba pacíficamente junto con su mamá por falta de gas.

“Tome un bocadillito pues”, le dice a un abuelo que vio caminando en la calle y a quien le dijo que le llevaría unas camisas que había conseguido para él.

Para Mohammed Antonio, ayudar a los seres humanos debe ser un principio natural de todos. “Todos queremos hacerlo, pocos terminan de hacer”. Comenta que su deseo de ayudar le ha acompañado toda la vida, por lo que siempre procura tender la mano a quien lo necesita sin ningún tipo de interés.

Con una risa pícara explica que, tras el inicio de la cuarentena, empezó a inquietarse dentro de su casa, pues siempre ha sido una persona muy activa.

Los primeros días de la cuarentena fueron fuertes. No podíamos salir… yo me iba volviendo loco… peleaba por todo”, dijo en medio de risas.

Ante esto, tanto su esposa como sus hijas le recomendaron que en las tardes se diera “una vueltica” por la ciudad, para que despejara la mente ante el encierro al que era sometido.

“Yo salía y me daba mi vueltica, entonces ¿qué hacía? me cargaba a la gente. Veía a una viejita y la llevaba y ella me contaba su historia y de regreso llevaba a otro”.

Ante esto, su familia le peleaba porque corría el riesgo de contagiarse, a lo que él les respondía que nada le iba a pasar.

Hay benefactores en el exterior

Durante sus paseos, ayudar de esa forma a las personas le abrió los ojos aún más. Si bien colaboraba antes de la pandemia, no era con esa dedicación con la que lo hace ahora, pues solía vivir ocupado en sus asuntos de trabajo. “Aprendí que el dinero es necesidad, no felicidad”.

En el trayecto, Mohammed va a visitar a un joven llamado Alexander, quien padece de Parkinson. Este recibió ayuda con medicamentos que controlan de manera temporal los movimientos involuntarios que tiene en todo el cuerpo. Pese a ser un hombre joven, no puede hacer mucho, dado el avance de su enfermedad.

Al llegar al punto de encuentro, Alexander reconoce de inmediato el vehículo del Gocho Árabe. Une sus manos, se persigna y mira al cielo a modo de agradecimiento.

Como puede se acerca al carro y recibe también dos bolsas llenas de ropa para niños, las cuales serán destinadas a ayudar a otros. Mohammed con preocupación le pregunta por su estado de salud y Alexander le cuenta que ya sus medicinas se agotaron. Sin pensarlo, Mohammed sacó dinero y se lo entregó, con la certeza de que eso sería suficiente para que el muchacho comprara sus medicinas nuevamente.

Algo que yo he notado con todo esto es que el más pobre, más ayuda. A veces los que tienen más dinero les cuesta deprenderse de él. Eso es como cuando usted va a un barrio y aún la gente dice: ‘donde comemos tres comemos cuatro’. Y usted va a una casa de gente con dinero y no te ofrecen nada, ni agua”.

Mohammed Antonio no solo emplea su propio capital para estas labores humanitarias, sino que lo apoya una red que está en el exterior y en Venezuela. Todos ponen un grano de arena. Esos benefactores, por muy escasos recursos que tengan, siempre están dispuestos a ayudar.

El cuaderno
Día tras días, el Gocho Árabe saca cuentas. Luego de entregarle el dinero a Alexander para la compra de su tratamiento para el Parkinson, Mohammed explica lo que allí lleva anotado.

En un cuaderno va contabilizando las ayudas que recibe de los colaboradores que están fuera del país, el destinatario y, en caso de ser una ayuda para persona en particular, registra el nombre de quien recibió ese dinero.

Cada nombre, cada beneficiario y cada caso lo recuerda como si fuera ayer, pues todos le llegan a lo más fondo del corazón.

Explica que empezó a diezmar, tal y como lo hacen los cristianos, pero, a diferencia de estos, esa contribución no va a ninguna iglesia, sino directamente a las personas que necesitan ayuda.

Una vez escuché a un evangélico decir: ‘mete en tu negocio a Dios’. Voy a diezmar, pero yo mismo doy”.

A través de su página en Instagram, los seguidores comenzaron a sumarse por montones y la gente empezó a ofrecerle ayuda. “Yo voy poniendo al lado a quien le doy el dinero. Esto para mí es sagrado”.

Sus inicios
Mohammed cuenta que siempre ha sido un eterno crítico de la viveza criolla y el tema cambiario en Táchira, dada la cercanía con la frontera lo ve complejo. Es consciente de que si bien hay establecimientos que reciben el peso a un precio razonable, hay otros que se aprovechan de la necesidad, para ganar más de lo que se debe.

Explica que un día, una señora mayor, pidió en la calle para sus medicinas. Poco a poco logró reunir 10.000 pesos (3 dólares) y con ese dinero llegó a una farmacia. Casualmente, él estaba allí comprando unas medicinas y presenció un acto de injusticia.

Yo escucho cuando el muchacho le dice el monto. Si el cambio hubiese sido justo, las medicinas le salían en 10.000 pesos, pero la farmacia los estaba recibiendo muy mal. Yo me meto y le digo que eso no es así y el muchacho me dice que eso es el dueño, que si me sirve así bien, si no, también. Le pagué la diferencia y ya”.

Justo eso fue lo que lo llevó a iniciarse en el mundo de las redes sociales: denunciar actos de injusticia, falta de conciencia, entre otros. Hace un tiempo, hasta los dueños de restaurantes se inquietaban por la sola posibilidad de que el Gocho Árabe llegara a su establecimiento y los denunciara si el cambio estaba mal. “No saben que soy yo y eso los carga locos”.

A través de su cuenta y a medida que daba colas en su carro, hacía un llamado para que otros también lo hicieran. “Eso no me va a quitar más gasolina”.

De ahí se vuelca o evoluciona, como él mismo dice, a las ayudas a los demás. Asegura con mucha pena que cientos de personas le ofrecen acompañarlo, ayudarle en sus jornadas diarias de apoyo, pero decide no hacerlo, pues no quiere hacerse famoso. Quiere que la persona se mantenga en el anonimato.

Anécdotas
Asegura en medio de risas que su esposa es muy celosa, sobre todo con aquellas mujeres que expresan su amor hacia el Gocho Árabe.

“Subí un video de una muchacha y para recibir la ayuda puse el teléfono de una forma que me enfocó mi pierna. Por ahí se agarraron. Todas las mujeres locas. Me gusta echar broma, pero ella es muy celosa”.

Reitera que sus seguidores están pendientes del más mínimo detalle para ver si pueden identificarlo. Si bien unos pocos lo han logrado, son cómplices de su secreto, pues les pide que no lo revelen. “Andan en la cacería para saber quién soy. No es por nada malo, pero es para saber”.

Su seudónimo, el Gocho Árabe, se lo pusieron sus amigos al ver cómo él se mofaba de estos. “Yo llegaba y les imitaba el hablar y ellos me pusieron así”. Destaca que tiene una ascendencia muy lejana, pues un bisabuelo provino de esas tierras.

Indica que su esposa salía en las noches a repartir comida después de la cena.

Yo me iba para la finca y ella se iba a repartir comida a las 10 de la noche. Tuve que pelearle eso, porque era un riesgo para ella. Uno no sabe”.

Resalta que toda la familia se aboca en ayudar, pero bajo el mismo criterio del anonimato de Mohammed Antonio. Lamenta que a veces no pueda compartir con su gente, pues la responsabilidad de ayudar a otros le consume más tiempo del que llegó a pensar, pero a pesar de ello, su familia le demuestra orgullo por la labor que hace detrás de su turbante rojo.

Cuenta que un niño en Bogotá está reuniendo dinero para enviarle. Un conocido suyo le contó la historia y que el pequeño deseaba conocerlo. Él le envió una nota de voz al pequeño agradeciendo el gesto y saludándolo.

“Mi amigo me contó que el niño después de que escucho la nota de voz, pasó llorando toda la tarde”.

Asegura que no hay necesidad de gastar dinero para ayudar a alguien. “Mi lema es: ‘Vamos a hacer una obra al día’. Si tú ves a un señor que es ciego, ayúdalo a cruzar la calle y ahí no gastaste nada… es hacer algo bonito, te aseguro que vas a recibir bendiciones. Eso llena el corazón. Sientes la presencia de Dios en ti”.


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